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Historia épica de un antifascista algo memo, por Miguel Ángel Quintana Paz

by Marko Florentino
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El protagonista de nuestra historia no se llama Luis, pero aquí lo llamaremos Luis. Hace tiempo que me lo topé en esa red social prohibida en China, Irán o Corea del Norte, y ahora también Brasil, así que algo liberador tendrá: Twitter (alias X).

Luis es científico (pongamos que se dedica a la Química, aunque en realidad no se dedica a la Química). Y hace divulgación científica. Tiene un canal de YouTube y todo. Ha estudiado en tierras extranjeras. Podría decirse, pues, que Luis vive de su intelecto —si bien, como advertía Gustavo Bueno, en realidad todo trabajo requiere ciertos manejos intelectuales, así que seamos precavidos antes de atribuir a alguien el término «intelectual»; con todo, más allá de gustavobuenismos, creo que nos entendemos aquí—.

Allá por abril de 2019 hubo unas elecciones en España. Aunque quizá la memoria me falla y a las que me refiero sean las de noviembre de ese año, o las de julio de hace trece meses. En fin, no hay mucha diferencia, así que démoslo por igual.

Hay dos datos necesarios para entender la crónica que subsigue. El primero es que, cuando se celebraron tales elecciones, nuestro protagonista, Luis, vivía en otro país europeo. Y no le había dado tiempo para arreglar los papeles de voto desde el extranjero. Así que si quería, pese a todo, ejercer tal derecho, solo le quedaba una: venirse a España, de algún modo rápido, que le acercara a su colegio electoral.

El segundo dato imprescindible para comprender nuestra historia es que, durante aquellos días preelectorales, se hablaba mucho del «peligro de que la ultraderecha llegara al poder». Sé que esto no constituye flamante novedad alguna: llevamos lustros escuchando la misma cantinela. Y también desde hace tiempo el coro que la entona resulta copiosísimo: lo forman sindicalistas y obispos, futbolistas y cantautores, modelos de moda y profesores de Derecho constitucional, periodistas y actrices porno —así como personas integradas en dos o más de estos grupos citados a la vez—. Pero cuando uno refiere una historia debe recordar su contexto, y eso intenta humildemente un servidor.

Tenemos entonces a Luis el científico contemplando cómo su país se aboca con toda probabilidad hacia el fascismo. Y lo tenemos, al pobre, a miles de kilómetros de distancia (vaya, ya he revelado que no era Portugal el país donde entonces residía).

Esos elementos le bastaron a Luis para relatarnos, en las redes sociales, su epopeya personal. Raudo, heroico, comprose un billete de avión; luego hízose hacendoso las maletas (o quizá fuese un baúl, como los viejos marinos que zarpaban hacia los mares del sur, lo que empacó); tomó el vuelo desde la ciudad foránea donde laboraba hasta aquella, bien española, en que hallábase aún censado; dirigiose diligente hasta las urnas de la democracia que nos hemos dado; y emitió contundente su voto, por supuesto antifascista, para así frustrar la llegada de la extrema derecha, la derecha extrema y demás cosas ultras al poder.

Se trató de una narración, ciertamente, conmovedora.

Todos sabemos cómo prosigue la historia: el PSOE mantuvo el poder nacional tanto en abril de 2019, como tras noviembre de ese año, como después de julio de 2023. La batalla antifascista de Luis el químico se alzó con la victoria. Como en 1945 (aunque no tanto en 1939) las fuerzas del Bien habían logrado, tras denodados esfuerzos, derrotar al Mal.

Ahora bien, tras todo aquello, hay que relatar que la historia prosiguió. Porque eso tiene la historia: que siempre prosigue (por mucho que a Fukuyama le pueda pesar).

Perdí un tiempo el contacto con Luis. Creo que anduvo con depresiones. (Le pasa a mucha gente, de reciente, eso de caer en pozos parecidos; cosa extraña, teniendo como tenemos un gobierno progresista que da tanta importancia a traernos la felicidad). Su canal de YouTube estuvo paralizado. Apenas emitió tuits.

Hace poco, sin embargo, volví a saber de él. Luis se había implicado en una campaña que solicitaba más dineros en pro de la sanidad de su comunidad autónoma. Tal y como se deben hacer estas campañas, la solicitud se acompañaba de un relato, un tanto dramático, de un enfermo que no había sido atendido bien, según la propia campaña, por falta de recursos. De hecho, el enfermo había fallecido (DEP). Luis estaba muy afectado por aquella historia. Y muy comprometido en la campaña. Más dinero para su sanidad regional, exigía. Mucho, mucho más.

El azar quiso, sin embargo, que esta mi renovada toma de contacto con Luis el antifascista coincidiera, este mismo verano, con una noticia de bastante más impacto: el anuncio de una nueva financiación autonómica para Cataluña. Ya saben, ese compromiso del gobernante Partido Socialista para que la comunidad catalana, una de las más ricas de España, obtenga el privilegio de pagar menos y recibir más de los caudales comunes. Un bofetón económico para todos los demás territorios, en especial los más pobres, que tendrán menos dinero para pagar sus gastos. Como el de sanidad y educación.

Sí, también habrá menos euros para la sanidad de la región donde Luis habita, que no es una región rica. Ni una región que vaya a gozar, claro, del privilegio que el PSOE va a conceder a Cataluña. Dicho en pocas palabras: aquella epopeya de nuestro protagonista, que viajó desde tierras lejanas solo para votar antifascismo, no ha terminado de modo épico, sino más bien tragicómico. Luis el químico votó a las fuerzas que, dentro de poco, le dejarán con aún menos dinero del escaso que, según implora, tiene ahora en su sanidad autonómica. Los regalitos hay que abrirlos. Y, a menudo, no contienen aquello que habíamos pedido a Papá Noel.

Lo que me maravilla de esta historia son dos cosas. La primera: que aquellos políticos ultramegaextremo fascistas que Luis viajó, audaz, para combatir en España, son políticos que (hasta Luis lo sabe) no colaborarían en esta ruptura (la enésima) de los vínculos que aún nos ligan a los españoles. Pero el PSOE, la izquierda mediática, la izquierda intelectual proclamaron por doquier que votar eso era votar fascismo. Y Luis les creyó. La fe sin obras está muerta, decía el apóstol Santiago; y Luis, como resultado de aquella fe electoral suya, va a tener ahora obras contantes y sonantes que lamentar.

La segunda cosa que me fascina de estos avatares que he narrado es que Luis es una persona, sin duda, muy inteligente a la hora de estudiar y divulgar la química. Sin embargo, su comportamiento no puede tildarse de sabio al manejarse en la vida. Ni en política. No sé si esta discrepancia explica sus recientes depresiones. Sí es una buena explicación, sin embargo, del declive que se nos avecina a todos como país.

«Errar es humano», aseveraron autores tan diferentes como Cicerón y san Jerónimo. El santo obispo de Hipona, Agustín, matizando un tanto su aserto, le añadió la coletilla de que, empero, «perseverar en el error, por orgullo, es diabólico». Y el lugar de lo diabólico, ya se sabe, es el infierno, sea este sanitario, fiscal o nacional.





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