Si hay una federación del PSOE a la que Pedro Sánchez le debe su carrera política es a los socialistas catalanes.
Tanto en las elecciones primarias de su partido, en las que tuvo que medirse contra Susana Díaz y en las que los votos decisivos vinieron de tierras catalanas gracias al apoyo entusiasta del aparato del PSC encabezado por Miquel Iceta, como en las dos elecciones generales que le llevaron al palacio de la Moncloa, en las que fue el esfuerzo de los socialistas catalanes el que logró que obtuviese los escaños necesarios para llegar al Gobierno, la única constante del éxito de Sánchez además de su, digamos, relación discontinua con la verdad y la palabra dada, es que tras él siempre ha estado el PSC resolviendo sus problemas.
«Sánchez, al menos su última reencarnación, es una criatura creada por el PSC y amamantada a los pechos de los socialistas catalanes»
Sánchez, al menos su última reencarnación, es una criatura creada por el PSC y amamantada a los pechos de los socialistas catalanes con el objetivo de hacerse con el control del Partido Socialista por persona interpuesta, algo que no tiene por qué ser así para siempre, si no que se lo pregunten a Susana Díaz.
Y no es que hagan falta dotes adivinatorias ni convocar a los espíritus para darnos cuenta de que algo está cambiando, Sánchez nunca ha sido demasiado sutil; basta con echar un vistazo al último de sus gobiernos o a la última comisión ejecutiva federal socialista elegida a dedo por él mismo para darnos cuenta de que si hay una constante en ambos cuerpos es la reducción del peso político del PSC. De tal suerte que se podría decir sin arriesgar demasiado que nunca antes, ni siquiera en los tiempos en los que el PSOE o sus gobiernos eran teóricamente más jacobinos, me refiero a los gobiernos de Felipe González o al PSOE de Alfredo Pérez Rubalcaba, el PSC ha pintado menos ni en Ferraz ni en Moncloa.
Los socialistas catalanes han pasado de ostentar en el pasado vistosas carteras ministeriales, portavocías en el legislativo y potentes secretarías de área en el PSOE a ser situados ahora en discretos terceros planos con el fin de que su presencia no interfiera en las perennes rendiciones ante el independentismo. Han sido humillados una y otra vez por Puigdemont y Junqueras con el beneplácito de Sánchez negándose a negociar nada con ellos, han visto cómo se apartaba a sus muy formados cuadros políticos de cualquier mesa de diálogo por muy ornamental que esta fuese y todo lo han hecho sin expresar ni la más mínima queja con el objetivo de convertirse en el partido capaz de ostentar la centralidad catalana sustituyendo a CiU, el partido del catalanismo y el consenso, el partido capaz de poner al próximo president de la Generalitat.
Un cálculo que parte de un error dramático: que para articular todo este plan en un contexto en el que el independentismo se presenta a las elecciones envalentonado por la amnistía necesitan que dos elementos muy complejos se produzcan a la vez:
El primero, que el PSC gane las elecciones con tanta claridad que Puigdemont, como el acrisolado demócrata que es, asuma que debe respetar el resultado permitiendo a Salvador Illa asumir la Presidencia de la Generalitat.
El segundo, que Sánchez esté dispuesto a renunciar al apoyo de Junts, de ERC o de ambos en lo que queda de legislatura, lo que le abocaría a convocar más pronto que tarde elecciones anticipadas.
Por lo que, por mucho que el PSC obtenga más votos que Junts y que ERC (algo que aún está por ver) y por mucho que Sánchez le deba su carrera política a los socialistas catalanes, vistos los antecedentes, mucho me temo que Salvador Illa no será president de la Generalitat ni en estas elecciones ni en el caso de que se produzca una repetición electoral, algo que tampoco deberíamos descartar.