Campos y máquinas bajo el agua, carreteras cortadas, áreas ganaderas completamente anegadas y depósitos inaccesibles… Las lluvias que azotaron el sur de Brasil costarán caro al sector agrícola, motor de la economía local y nacional, ya afectado por el clima extremo.
Brasil es un gigante agrícola global, particularmente por sus cultivos de soja, de la que es el primer productor y exportador mundial.
El estado de Rio Grande do Sul, afectado desde la semana pasada por inundaciones históricas, es una de las principales regiones brasileñas productoras de esta oleaginosa, también esencial para la ganadería.
Este estado sureño contaba con tener una cosecha récord de más de 22 millones de toneladas de soja este año, pero el mal tiempo podría afectar hasta cinco millones de toneladas, dijo a la AFP Luiz Fernando Gutiérrez, analista de la consultora Safras & Mercado.
Antes de las lluvias, «restaban por cosechar una cuarta parte de los campos de soja«, de ellos, «una parte se pudrirá y se perderá, y la otra tendrá rendimientos inferiores a los esperados», advirtió.
Además, estimó, «las áreas de almacenamiento probablemente también se vieron afectadas».
Aunque Brasil mantenga su rango mundial como productor de soja esta temporada, las inundaciones reducirán sus resultados.
Ya hay previsiones de una merma con respecto a 2023 debido a episodios anteriores de fuertes lluvias en el sur, así como una grave sequía en el centro-oeste.
El arroz, un cereal esencial en la dieta diaria de los brasileños, también es motivo de preocupación.
Rio Grande do Sul es, con diferencia, la principal región productora del país, con 6.9 millones de toneladas el año pasado.
Antes del desastre, restaban por cosechar alrededor del 15% de los cultivos, según el Instituto Regional de Asistencia Técnica y Extensión Rural (Emater).
Para hacer frente a cualquier déficit, pero también para combatir la especulación sobre los precios, el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva ya ha anunciado que importará arroz.
– «Una sequía y tres inundaciones» –
Desde su casa, situada en lo alto de una colina de Nova Santa Rita, ubicado en la región metropolitana de la capital estatal Porto Alegre, Nilvo Bosa observa impotente la magnitud de las inundaciones.
«No tenemos forma de acceder a nuestros campos, que están bajo cuatro o cinco metros de agua», lamenta este presidente de una cooperativa local de pequeños agricultores.
«En el transcurso de un año, hemos sufrido una sequía y tres inundaciones, incluida esta, que alcanzaron niveles jamás vistos», describe.
Rio Grande do Sul también experimenta importantes trastornos en su red de plantas procesadoras de carne.
De las diez plantas afectadas, la mayoría reanudó parcial o totalmente sus actividades, pero dos permanecen paralizadas, según la Asociación Brasileña de Proteína Animal.
La región produce 11% del total a nivel nacional de carne de pollo, y cerca del 20% de la carne de cerdo, productos de los cuales Brasil es el primer y cuarto exportador del mundo, respectivamente.
«Para restaurar el sector (agrícola) necesitamos un fondo de garantía apoyado por el gobierno», subrayó Gedeao Pereira, presidente de la Federación Regional de Agricultura.
Según los expertos, estas lluvias torrenciales, como otros eventos climáticos extremos ocurridos en los últimos tiempos en Brasil, están vinculadas al calentamiento global, al que se suma desde el año pasado el impacto del fenómeno meteorológico El Niño.
Para el ingeniero agrónomo Eduardo Assad, que estudia los efectos del cambio climático en la agricultura, Brasil «comenzará a sufrir fuertes pérdidas de cosechas» y su producción podría verse «amenazada» si el sector no toma las medidas necesarias de protección del suelo y la biodiversidad.
Según el informe publicado el año pasado por MapBiomas, un consorcio de ONG y universidades brasileñas, las actividades agrícolas fueron la principal causa de deforestación en Brasil en 2022, con un 95.7%.
El gobierno del presidente Lula puede presumir de haber reducido drásticamente el año pasado la deforestación en la Amazonía, la mayor selva tropical del planeta considerada vital contra el cambio climático al absorber las emisiones de carbono.
Pero, además de eso, se debe hacer más sostenible el modelo agrícola y desarrollar técnicas de adaptación al calentamiento global.
«Hemos invertido mucho en sistemas de integración cultivo-ganadería-bosque, recuperación de pastos degradados, uso de bioinsumos, siembra directa», explica Paula Packer, gerente de la agencia pública de investigación agronómica (Embrapa).
«Pero el sector es muy conservador y aún queda mucho por hacer», admite.