Se dice -más allá de los datos precisos- que el Estado de Israel (creado oficialmente en 1948- es el fruto básico de dos factores: La cantidad de judíos que vivían en Palestina, desde principios del siglo XX y en aumento, por la llamada del Sionismo, iniciado por el periodista austrohúngaro Theodor Herzl y que propugna la creación de un Estado Judío independiente, y la necesidad compensatoria de la Comunidad Internacional del momento, de ayudar al pueblo judío tras los horrores del Holocausto y de la persecución nazi. Se puede decir que Israel nace con justicia, aunque nadie tuviese en cuenta a los palestinos que vivían allá. Con acuerdos más o menos positivos según los diversos mandatarios, en verdad el Estado de Israel ha buscado la expansión que lograría ese pleno Estado de Sion, dejando fuera a los árabes. Pero el asunto está dirimido e Israel nunca será un Estado que conviva con otro Estado palestino.
El error base de la preterición palestina ha quedado ahí, e Israel se muestra (y es verdad) como una nación de signo occidental en Oriente Medio, donde hay unas libertades que -más cada vez- los países musulmanes desconocen, desde el pluralismo político y el parlamento al reconocimiento de los derechos LGTBQ, por ejemplo. En este momento reconocer la legitimidad de Israel es muy claro, aunque ese reconocimiento debió llevar de la mano el honor del sacrificado pueblo palestino, radicalizado más cada vez en partidos u organizaciones extremistas y terroristas como Hamás.
Desde ese fondo, llegamos al Israel de hoy gobernado por tercera vez como primer ministro por un duro, Benjamín Netanyahu («Bibi» para los amigos), halcón desde su juventud como soldado de élite, hoy con 75 años. Que la acumulación de poder en una misma persona y además por mucho tiempo es negativa (Netanyahu fue por primera vez primer ministro en 1996) y aunque sea elegido democráticamente, se ve muy bien en este hombre -poderoso siempre- y rodeado de acusaciones muy fuertes y de escándalos. Por diversos grados de corrupción (desde haber aceptado sobornos o designar con trampa a un fiscal general, que le es favorable) la sociedad israelí ha cercado a Bibi con tres juicios, el último de los cuales -2024- todavía está en trámite, porque los abogados del primer ministro pueden pedir y conseguir postergaciones, en interés de «prioridades diplomáticas y de seguridad nacional».
Parte de la oposición israelí cree que Netanyahu podría terminar en la cárcel, lo que nada tiene que ver con las peticiones internacionales cada vez mayores que declaran a Bibi alma de un genocidio y de criminal de guerra. Como se sabe, la fase más dura del premier israelí comienza cuando, desde Gaza, Hamás ataca a Israel con víctimas y rehenes en 2023. Se admite que Israel tiene derecho a defenderse, pero no a destruir y masacrar a la población civil hacinada en la franja. Netanyahu extrema su violencia, en una clara apuesta (que Trump toma como en broma) de echar a los gazatíes al mar. Y ahora -contra el parecer de grandes sectores de su ejército- de invadir Gaza plenamente y de un modo u otro anexionarla.
Contando con el respaldo de EEUU, Bibi se siente intocable entre sus opositores, aunque los juicios en su contra sigan abiertos: corrupción, soborno, tráfico de influencias. Acorralado, Netanyahu resiste en la guerra, la confusión, las continuas emergencias. «Mutatis mutandis» -que no es poco- parece que nuestro terrible y desolador Pedro Sánchez, se agarra al poder como Netanyahu, creando conflictos, haciendo concesiones cada vez más disparatadas y amparándose en su propio caos y el de sus ministros. Al borde de reabrir su juicio, Bibi (en voz de un ministro) asegura querer construir en Cisjordania 3400 viviendas para nuevos colonos, lo que se acerca más a eliminar Palestina. Se puede y se debe estar contra el Islán integrista y teocrático, lo que no es óbice para constatar que Netanyahu está llevando a cabo otra suerte de solución final.
Hay algo de nazi demócrata en el primer ministro de Israel, respecto a los árabes palestinos. Y hay terrorismo puro en Hamás. ¿Cómo se sale de ese laberinto? Desde luego, fácilmente no. Pero, ¿qué ocurriría con un primer ministro de Israel distinto y distante a Netanyahu? ¿Recuerdan al laborista Isaac Rabin, asesinado en noviembre de 1995 por Yigal Amir, un judío ultranacionalista? Rabin firmó acuerdos de paz con Egipto, con Jordania y aún con los palestinos, deseando llevar una paz duradera a la región. Logró mucho y lo derribaron. ¿Está cerrado el camino Rabin? Para Netanyahu por supuesto, pero no es el único.
Hace bastantes años, en una charla nocturna entre amigos (uno de ellos judío argentino) Savater criticó al gobierno de Israel y el argentino le llamó antisemita. ¡No! Criticar duro a Sánchez y a sus ministros, no dice nada contra España. Criticar severamente a Netanyahu no habla contra Israel, no son lo mismo. Se puede defender a la población de Gaza y estar contra el brutal integrismo de Hamás. Se puede estar contra la violencia de Netanyahu y respetar a Israel. ¿Es tan difícil?