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José Carlos Agüero indaga en la memoria de una revolución que vendió futuro y dio cenizas

by Marko Florentino
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El escritor peruano José Carlos Agüero escribe desde los márgenes más afilados: no desde exilio o desde el silencio, sino desde la contradicción. Ese lugar que es impensable en momentos donde todo debe ser rígido, binario y absoluto. En Persona, libro híbrido publicado en Perú en 2017 y que ha llegado este año a España gracias a la editorial Comisura, el autor se adentra en el territorio movedizo donde la biografía, la violencia política y la filosofía del cuerpo se mezclan. 

Lo hace desde una posición que en sí misma desafía cualquier relato hegemónico sobre el dolor, la historia y la redención: es el hijo de dos militantes del grupo revolucionario Sendero Luminoso asesinados por el Estado peruano, pero también es el hombre que decide interrogar los crímenes cometidos por ese mismo proyecto revolucionario. Escribe desde todas las heridas, sin regodearse en la propia.

En esa intersección entre víctima y heredero de victimarios, Agüero construye un artefacto literario que no se puede leer, sino habitar. Persona es un libro de estructura fragmentaria y alta densidad filosófica, donde la narración cede el paso al pensamiento y la memoria se descompone en restos que no serán restaurados. La edición publicada con Comisura vuelve esta narración en un objeto de cuidado, una pieza de arte que bebe de textos, fotografías, mapas e ilustraciones que podría ubicarse en el complejo Museo de la Memoria en Lima. 

En Persona no hay un hilo conductor lineal y eso es justamente lo que vuelve su lectura una experiencia acorde los tiempos y que escasea en las narraciones del siglo XXI. Su narración no busca limpiar ni justificar, sino enfrentar, debatir sin censurar. Agüero se hace preguntas que la sociedad peruana, y probablemente muchas otras sociedades posconflicto, han intentado pasar por alto durante décadas: ¿Qué es una víctima cuando su herencia ideológica causó dolor? ¿Puede una revolución construirse sin aniquilar al otro? ¿Existe una ética posible en la derrota? En cada fragmento, la respuesta se posterga y, al hacerlo, revela su carácter insoportable. La duda habita y solo vemos dolor: «Papi. Mami. La culpa se hereda» dice una de las frases del libro.

Imágenes internas de Persona | Imágenes cedidas por la editorial Comisura

Hay en Persona una especie de desobediencia al orden que organiza la historia en héroes, mártires y culpables. Agüero no pacta con esa clasificación y eso me recuerda a la novela Falsa guerra del escritor Carlos Manuel Álvarez. En Persona, la escritura, como bien dije al principio, se alimenta de la contradicción sin convertirla en discurso redentor. Su voz no busca reconciliar al lector con sus padres, sino tensarnos y vernos al borde del precipicio de la complejidad. “Los sujetos se diluyen por obra de una violencia que no es excepcional”, escribe. Y con ello propone una tesis como una casa: la violencia no es la interrupción, sino una continuidad estructural.

Quizás lo más desgarrador del libro sea su capacidad para mostrar que el dolor no se distribuye de forma equitativa, ni se elabora de la misma manera en todas las capas sociales. En uno de los capítulos del libro, Agüero recuerda la masacre de El Frontón, donde su padre fue asesinado. Este evento se ha convertido en exposición y discurso a lo que el autor responde: «El mensaje es poderoso. Tu muerte será parte de nuestro proyecto cósmico. En el futuro conformará nuestra memoria. Será parte de las historias oficiales de la revolución mundial. Tu sacrificio será exacto, necesario, ejemplar», es así como lo podemos leer en las páginas del libro mientras, se relata la épica que está implícita en todo. La contradicción entre el discurso de la memoria y la indiferencia estructural de quienes lo enuncian se vuelve elocuente, ¿no? ¿Qué se busca evitar o crear realmente con estos rituales de recuerdo? ¿La repetición de la violencia o la amenaza a un modo de vida? ¿Podemos corregir la historia?

Con todas estas preguntas el autor crea un contexto, Persona es una irrupción incómoda porque no solo denuncia el abandono institucional de la memoria colectiva, sino que expone su uso como herramienta de blindaje de poder. Además, el libro lleva consigo un Caballo de Troya para los extremistas: la afirmación de que toda vida, incluso la más rota, guarda una posibilidad de sentido aunque sea mínima y apenas visible.

Agüero no romantiza la miseria ni idealiza a sus muertos. Dialoga con sus restos y sus silencios, con los escombros de una ideología que prometió futuro y entregó cenizas.

Imágenes internas de Persona | Imágenes cedidas por la editorial Comisura

Vale la pena afirmar que este libro no ofrece soluciones ni respuestas a todas las preguntas que nos genera. No pretende ser el inicio de una pedagogía de la memoria ni el manifiesto de una izquierda renovada. Lo que hace es más incómodo y, por ello, más necesario: insiste. Insiste en la pregunta. Pregunta por los cuerpos, por la subjetividad, por el lugar del arte, por la necesidad de protección como pulsión de conservación. Pregunta, incluso, si es posible vivir con la memoria cuando ella misma ha sido expropiada por los rituales de la ideología y el miedo.

Es difícil ubicar este libro dentro de un género. Ensayo, poesía, testimonio, filosofía política. Persona cabe en casi todas las categorías y en ninguna a la vez, rompe los géneros y convierte el libro en un no lugar. Pero quizás eso sea lo más coherente con su propuesta: escribir desde lo ilegítimo, pensar desde lo inestable, hablar desde ese espacio del hijo víctima y heredero de victimarios. José Carlos Agüero tal vez busca recordar que la historia no termina cuando el muerto es enterrado, sino cuando se impone un relato que decide quién merece ser llorado y quién no.

Y en ese gesto —tan profundamente ético como literario— se instala la fuerza de este libro. José Carlos Agüero no cierra nada, abre seguirá abriendo porque no solo es la historia de Perú, es el paralelismo a miles de historias tan complejas, contradictorias y universales. En tiempos donde la clausura del pensamiento se impone como norma, Persona es, sobre todo, indispensable.



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