El anuncio hecho por Pedro Sánchez de haber descubierto para los españoles la importancia socio-sanitaria del uso de la bicicleta, no dejó de ser otra balandronada más, y tan poco trascendental como lo son todas las que se saca del magín para tener entretenido al personal. Por mucho almíbar con que lo presentó, tanto por su parte como por la del coro ministerial, que repite papagayamente las ideas y propuestas de su amado líder, se trata de pura fanfarria para salirse, una vez más, por la tangente. A alguna mente de las que muy bien remuneradas pululan por el complejo monclovita para asesorarle, debió tener la brillante idea de apostar por la bicicleta. Y el presidente la hizo suya como novísima aportación a la lucha contra el cambio climático.
Pedaleando de ese modo, el presidente Sánchez pretendía hacerse perdonar el uso y abuso que viene haciendo a diario del Falcon. Y para poner énfasis a su ecolojeta vocación, arremetió contra los que tienen un Lamborghini en el garaje, olvidándose de los que son dueños de un Aston Martin o un Rolls.
El alcalde de Ontinyent, Jorge Rodríguez y su equipo todavía deben estar desternillándose de la risa ante el descubrimiento ciclista de Sánchez. En Ontinyent –donde, dicho sea, no se esperaba la presencia del presidente del Gobierno durante las Fiestas de Moros y Cristianos, por la sencilla razón de que no tiene aeropuerto para su Falcón—hace ya más de un quinquenio que existe un servicio público de bicicletas eléctricas que cualquier vecino puede usar, sin más trámite ni coste que darse de alta y abonar 15 euros al año, lo que permite usarlas gratuitamente durante media hora cada día. Sólo si se sobrepasa ese tiempo tiene que abonar 0,50 euros por periodos de treinta minutos.
Lo de las bicicletas de Sánchez habría sido de lo más novedoso si hubiese anunciado que, además de que los españoles nos pongamos a pedalear, tenía decidido ordenar a Óscar Puente que incorporase en todos los trenes que a ratos circulan por España, un vagón en el que se almacenaría un importante número de bicicletas. En el caso, de lo más repetido y ya habitual que se escoñase el tren, aquellos frustrados viajeros que lo deseasen y tuviesen piernas y ánimo, podrían ponerse a pedalear como alternativa para tratar de llegar a su destino.
Porque lo de los trenes ha pasado en España de la consuetudinaria impuntualidad, que con todo merecimiento se ganó durante décadas, a las cotidianas averías, que el Ministerio de Transporte ha tratado de justificar con las más peregrinas excusas y pretextos. Estropicios y retrasos de los que a diario se da cuenta en aquellos medios de comunicación y redes sociales que no son serviles con el sanchismo. Que los hay. Tanta tardanza o suspensión del servicio, caso de haberse producido con el PP en el Gobierno, habría provocado la airada protesta de todos los partidos –los mismos que han hecho presidente a Sánchez—además de sindicatos de clase y grupos sociales a los que se incitaría a manifestarse «porque así no podemos seguir, ni llegar a destino».
Pero no. Con una anestesiada sociedad como lo está la española, ya sea por el nihilismo pasota que ya se ha convertido en pandemia, o sodomizada por los coros y danzas mediáticos y demás broncanos, prestos a desempeñar su mamporrero papel haciéndole la ola al presidente Sánchez, aquí se pueden parar los trenes y el ministro responsable de tan continuos desperfectos todavía tiene el cuajo de decir y repetir por triplicado que «el tren vive en España el mejor momento de su historia».
Para celebrar lo bien que funcionan los trenes en nuestro país, el ministro de Transportes ha destituido al presidente de Adif, el torrentí Ángel Contreras, al que no le han dejado siquiera cumplir un año en el cargo, para el que fue nombrado en diciembre del 2023 tratando de tapar el caso Koldo/Ábalos. Y eso que hasta ahora las culpas y responsabilidades del caos ferroviario rampante Óscar Puente se las endilgaba en algunas ocasiones a la empresa que fabrica los Talgo y siempre al PP. Lo del Partido Popular es latiguillo de obligado uso de ministros, ministras y ministres.