O como uno de los géneros literarios de mayor prestigio. La de Ellman sobre James Joyce, es ejemplar, modelo y rúbrica. Publicada en 1959, cuando se cumplía el centenario del nacimiento de James Joyce, en 1982 (Anagrama) amplió considerablemente las páginas con nuevos documentos e interpretaciones. Suele ocurrir. Desde entonces permanece en el Olimpo de las biografías. Vida y literatura se conjugan de manera tan fascinante en las páginas de Ellman, que al lector, le interese o no Joyce, queda deslumbrado ante tal cúmulo de noticias, comentarios, testimonios, correspondencia, en fin, documentos aportados para reconstruir la vida, solo la vida, de un escritor.
Para el gran Samuel Johnson, la biografía es el género literario por excelencia. Cuenta una vida, deslumbra los aspectos más oscuros del personaje tratado, se adentra en las epifanías que consagraron su obra hasta arruinar los aspectos más significativos de su vida. Y eso que la de Joyce, tiene su enjundia. Lo mismo ocurre con la biografía de Olivier Todd sobre Albert Camus, o de Safranski sobre Heidegger, o de Ignatieff sobre Berlin. Es página a página como se desgrana un día a día, que, claro está, siempre será imposible de reconstruir. Si apunta los vértices, los perfiles y las coordenadas de una existencia.
Las biografías son un arte. No se trata de llevar una descripción milimétrica de cada vida, sino de subrayar los momentos de vida (Virginia Woolf) que desentrañan la figura de la alfombra (Henry James) de cualquier escritor. Ir a lo esencial. Esa es la labor del biógrafo. No de llenar páginas y páginas con datos irrelevantes, repetidos, conocidos, sino de encontrar ese punto de luz que ilumina los pasos dados y vividos. Menuda labor la del biógrafo. Arqueología pura, sensibilidad al máximo, búsqueda de lo que se desvanece en el tiempo y aflora en la obra.
¿Por qué una vida es la esencia de la obra de un escritor? Estamos hartos de contemplar vidas anodinas, aburridas, incluso insoportables para sus interlocutores contemporáneos, que, sin embargo, han creado obras maestras. ¿Cuál es el misterio? ¿Dónde se esconde la clave de bóveda? No es labor del biógrafo desvelarla, mejor si es capaz, pero su trabajo consiste en levantar el edificio de una cronología, de los pasos justos y medidos que dieron las andanzas de tal escritor.
Fue en 1791, cuando se publica The life of Samuel Johnson, de Boswell, cuando se fija la cuestión: «No concibo modo más perfecto de escribir la biografía de alguien que el de relatar todo lo importante en su vida, pero entretejiéndolo con lo que en privado escribió, dijo y pensó, de modo que se pueda imaginar a la persona, verla viva y revivir con ella cada escena». He ahí la clave: revivir. Una biografía es una aproximación, un anuncio, algo que se percibe como lo que pudo ser. La construcción de una narración cuyo protagonista se diluye en las imágenes y en los testimonios de los demás, en los documentos conservados, en la correspondencia recuperada. Pero nada más y nada menos. Una vida es una narración, un cuento, una novela.
«Cada biografía depende de un tiempo y de un lugar. No hay más»
Las experiencias solo se presentan, recordó Paul Auster, a quienes son capaces de tenerlas. Buscar «los momentos ciegos» (Alejandro Rossi) de una vida. Cada biografía depende de un tiempo y de un lugar. No hay más. Ni solemnidades. O la recreación de un tiempo y una circunstancia en torno a una figura. Quien se engañe buscando en la biografía las claves del autor, allá él. La biografía no va por ahí, porque, incluso, la más intensa y válida biografía de un autor es aquella que, al reflejarse en sus obras (algo no necesario ni habitual), permite seguir las huellas (por lo general, borradas) de su vida, pero no al revés.
Cada autor es consciente de que en una biografía, cualquier biografía, apenas alcanzamos a vislumbrar las diversas, complejas y contrarias aristas de una vida literaria. Lo que el biógrafo trata, los mejores, es de hilar, indagar, investigar, preguntarse con el tiempo y en el tiempo, lo que una investigación de este calibre requiere y exige. La biografía es una de las bellas artes porque, como escribió uno de sus máximos y divertidos representantes, Lytton Strachey: «Los hechos relacionados con el pasado, cuando se coleccionan sin arte, son compilaciones, y las compilaciones, sin duda, pueden ser útiles, pero no ordenan, ni trazan una vida».
Dicho todo esto, lean la formidable biografía que Anna Caballé acaba de publicar sobre la escritora, junto a María Zambrano y Maruja Mallo, máxima exponente de la generación del 27, Rosa Chacel, Íntima Atlántida. Vida de Rosa Chacel (Taurus, 2025). Todas las complejidades, desaires, sueños, anhelos, derrotas, esperanzas, desánimos, reconocimientos (tardíos) y complicidades, porque como ha escrito, soberanamente bien, Andrés Trapiello, que conoce como pocos la vida y la extraordinaria obra literaria de Rosa Chacel: «Alguien novelará un día la dostoievsquiana vida de Rosa Chacel, admirada, inestimable y excesiva, y para ello este libro será de consulta imprescindible». Uno comenzó con la exégesis del gran libro de Ellmann y termina con el gran libro de Caballé, tal vez, la más completa biografía escrita sobre una escritora española, que bien se lo merecía. Sólo un dato, para escribir biografías como la de Caballé sobre Chacel se requieren años y eso bien que se nota, para gloria de la autora, de la biografiada y, sobre todo, del lector.
