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La charca española

by Marko Florentino
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El debate público español no es nunca muy elevado. Pero hay ocasiones en que es especialmente embrutecedor. Al principio de la semana, el exministro de Fomento José Luis Ábalos acudió al programa de Alsina en Onda Cero para dar explicaciones sobre el caso Jesica que ha desvelado este periódico: el político socialista enchufó a su presunta amante en una empresa pública dependiente de su ministerio, acudió con ella a viajes oficiales, y ella le cobraba una media de 1.500 euros por visita. Es difícil no hacer la asociación que todos pensamos.

En el programa de Alsina, Ábalos explicó que esos pagos nunca fueron públicos, sino de su propio bolsillo. E intentó decir, pero no fue muy claro, que la filtración del email con los pagos que exigía Jesica era un fake, o algo así: aparentemente el email lo envió el propio Ábalos a su propia cuenta para que alguien lo pillara y lo filtrara. «Era una trampa para pillar a una persona y por circunstancias de la vida ahora se está utilizando de esta manera». Es un Kim Philby de Mortadelo y Filemón. Como era de esperar, el Gobierno no se ha sentido interpelado: pasó de estar en el núcleo duro del Gobierno al más puro ostracismo, y nos quieren hacer creer que las responsabilidades de esto son exclusivamente suyas.

El Gobierno está más centrado en promocionar el estreno del programa de David Broncano, La revuelta, que se ha estrenado en TVE con el mismo contenido para millennials de treinta años que dicen «bro», les gustan las hamburguesas con tarta de queso y Dalsy (existen) y todavía les hace mucha gracia el meme de perrosanche. Es el equivalente masculino al «tiaxulismo» de PSOE-Sumar. Para el Gobierno y sus terminales mediáticas (su sintonía con este tema ha sido perfecta), Broncano llega para dar un soplo de aire fresco a TVE, pero sobre todo para competir contra Pablo Motos en Antena 3. Esta semana la España progresista (bueno, la oficialista, la que considera que no se puede tener una ideología sin partido) ha seguido la batalla de las audiencias como si fueran las encuestas de las elecciones estadounidenses. Como en estas batallas gramscianas elevadísimas es imprescindible tomar partido, algunos han defendido el programa de Broncano como si fuera alta cultura (Jordi Évole: «Indultos, amnistía… Y ahora nos llena el prime time de antropólogos y escritores. Menuda España nos está dejando el sanchismo») y otros simplemente lo han visto como el gran ariete contra la derecha en la guerra cultural. «¡Pablo Motos está temblando de miedo!», dice el tuitero sobrepolitizado, precario y sin perspectivas de futuro que ha desarrollado una especie de relación parasocial con sus ídolos.

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Hay un tuit de hace ya unos años que define muy bien esta cuestión y otras muchas de nuestra época: la politización de lo pop, la manía de los medios de etiquetar ideológicamente/políticamente todo, la idiotización de las redes, el deseo de convertir todo en algo identitario y en algo con lo que debo sentirme o no identificado. En original, dice: «Is [pop star] a feminist? Is Mastercard a queer ally? Is this TV show my friend?». ¿Es esta estrella pop feminista? ¿Es Mastercard un aliado queer? ¿Es este programa de televisión mi amigo?



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