Hoy se cumplen exactamente tres años desde la invasión rusa a Ucrania, el 23 de febrero de 2022. El país acumula 75.000 muertos, 12.000 civiles entre ellos, y 350.000 heridos. Tan terrorífico como es ese balance es que Rusia, responsable de todas esas víctimas y de las suyas propias, que triplican los fallecidos en Ucrania, esté a punto de ser premiado por pasarse por el forro la soberanía del país vecino y violar el derecho internacional. Bastaron 90 minutos de conversación telefónica entre dos machos alfa con afanes imperialistas para asestar el definitivo golpe mortal al agonizante orden mundial que surgió tras la Segunda Guerra Mundial y establecer uno nuevo en el que Europa, atrapada en una parálisis política e incapaz de poner remedio a su decadencia económica, ya no pinta nada.
El doloroso desplante de los Estados Unidos de Donald Trump a sus históricos aliados en un asunto tan vital para la seguridad del continente pone en evidencia los numerosos errores cometidos por Europa. Tras un apoyo unánime en el primer momento, al apoyo militar y económico posterior le ha faltado audacia y contundencia en parte debido a la frecuente ausencia de consenso entre los 27. También han sido vergonzosas las triquiñuelas de algunos países para sortear las sanciones y seguir exportando a Rusia el material necesario para su maquinaria de guerra a través de terceros países en la frontera del país agresor. Y, quizás la mayor torpeza europea haya sido despreciar la necesidad de establecer alianzas con en el llamado Sur Global, que son el grupo de países que hoy tienen en su mano inclinar la balanza en un sentido u otro en el nuevo tablero de los equilibrios geopolíticos que amenazan con imponer Trump, Putin y el otro gran mandatario imperialista, el chino Xi Jinping.
Los resultados de las sucesivas votaciones en Naciones Unidas para condenar a Rusia durante la guerra son una muestra de ello. La mayoría de los países de Latinoamérica, la India, casi todo Oriente Medio y gran parte de África, China y los países asiáticos emergentes. Casi todos ellos se han sistemáticamente abstenido o apoyado a Rusia. ¿Y qué decir de las fuerzas de extrema izquierda y de derecha dentro de la propia Europa que o bien desde el principio del conflicto comulgaban con este siniestro desenlace favorable a Putin o lo hacen ahora tras alinearse con entusiasmo a todo lo que defienda Trump, debilitando así la posibilidad de hacer un frente común europeo para frenar este insoportable atropello a la democracia y la libertad de Ucrania?
Es un terrible despertar que pone en evidencia el fracaso de Europa como potencia mundial. Hasta hace pocos días nuestra gran preocupación existencial era la pérdida de competitividad del bloque europeo: su atraso en la carrera por las nuevas tecnologías, la pérdida de productividad y su falta de independencia en sectores estratégicos como la energía o la defensa. Era una preocupación justificada y parecía que por fin habían saltado las alarmas. Teníamos unos planes, el de Mario Draghi para solventar gran parte de esos problemas, o el de Enrico Letta, que buscaba dinamizar el mercado común para amortiguar de las consecuencias de los aranceles con los que amenaza la disruptiva nueva administración estadounidense.
Y mientras seguíamos pensando qué medidas tomar para poner freno a esa decadencia económica, nos estalló en la cara una terrible realidad: no pintamos nada en la escena internacional. Nada. Y el futuro de Ucrania, país europeo que ha sido la frontera de resistencia de nuestros valores, lo va a decidir el imprevisible matón que es Trump y el siniestro, genocida y autócrata Vladimir Putin. Y Europa asiste estupefacta al giro de los acontecimientos, sin autoridad ni medios para frenar un asalto que traiciona todo lo que ha representado la Unión desde su fundación hace 70 años.
«¿Cómo garantizar la soberanía de los países limítrofes de Rusia si los afanes imperialistas de Putin tienen premio?»
¿Cómo tolerar que Trump llame a Zelenski dictador mientras se sienta en la mesa con Putin para negociar el futuro del país agredido? ¿Con qué autoridad decide qué país es una democracia o no alguien que fue incapaz de reconocer los resultados de las anteriores elecciones presidenciales de 2020 cuando las perdió y que sigue justificando el asalto al Capitolio por parte de una masa enfurecida de sus seguidores? ¿Cómo se puede exigir a Ucrania que acepte que Rusia se quede con el 20% de su territorio que ha conquistado hasta hoy fruto de una brutal e injusta agresión? ¿Con qué falta de escrúpulos se le va a demandar al país devastado por la guerra que se convierta en una suerte de colonia proveedora de sus recursos naturales y las preciadas tierras raras a cambio de que Estados Unidos asegure su injustamente alterada integridad territorial? ¿Cómo garantizar la soberanía de los países limítrofes de Rusia si los afanes imperialistas de Putin tienen premio?
Pónganse en la piel de un finlandés, un noruego, un lituano, un estonio o un polaco. Da miedo. Sobre todo, porque la OTAN, a la que Estados Unidos aporta el 70% del presupuesto, ya nadie sabe si sigue representando lo mismo bajo el mando de una Administración Trump que ha comprado el relato de la Rusia de Putin. Todo ello supone una tremenda sacudida a nuestros valores y seguridad.
Pero Europa llega tarde y mal equipada para poder responder a este colosal desafío. El gasto militar de los países europeos ha sido muy deficitario al fiarlo todo a Estados Unidos. Y ya no se trata de llegar al 2% del PIB de cada país miembro. La apuesta ha subido al 5%. Para tener algo de autoridad. Los que más se acercan: Polonia 3,8%, Finlandia 2,4%, Francia 2,1%, Alemania 2%; Hungría 2,1%, Lituania 2,3%. España está entre los países más alejados de ese objetivo, un 1,28% en 2023, con el compromiso de alcanzar el 2% en 2029. Es de risa.
Razón por la que Bruselas contempla ahora cualquier fórmula de financiación que facilite a los 27 países miembros un aumento del gasto en defensa. Que el Banco Europeo de Inversiones (BEI) que dirige Nadia Calviño les preste dinero por primera vez para ese propósito, que los fondos estructurales se puedan usar para ese fin, que de nuevo se levanten las reglas fiscales si se justifica ese gasto o que se emitan eurobonos para financiarlo. Todo está sobre la mesa menos, de nuevo, el consenso. No tenemos remedio. Ucrania está hoy condenada a convertirse en la primera gran víctima de la irresponsable inacción de la UE y su falta de rigor en el cumplimiento de sus compromisos.
«Rusia se ha convertido en el segundo mayor proveedor de gas de España»
¿Un ejemplo? Los países miembros han aprobado 15 paquetes de sanciones hasta diciembre de 2024. Pero al mismo tiempo, ha hecho la vista gorda al inusitado aumento del comercio con los países limítrofes de Rusia, especialmente las repúblicas euroasiáticas, como Armenia, Azerbaián, Kazajastán o Turmekistán, todos miembros de la unión Euroasática junto a Bielorusia y la propia Rusia. Estos países han sido la puerta de entrada trasera para el comercio del material, los componentes y la tecnología europeas necesarias para alimentar la industria armamentística rusa.
El comercio de algunos países miembros de la UE con estas economías se ha multiplicado por tres o cuatro en algunos casos desde que empezó la guerra. Robin Brooks, investigador de la Brookings Institution y exjefe de Divisas de Goldman Sachs, ha hecho un riguroso seguimiento de los datos que prueban esta traición. España no se queda corta. En su caso, se trata del comercio de gas ruso que creció un 30% en 2023. Rusia se ha convertido en el segundo mayor proveedor de gas de España, al representar e 21% del total de las exportaciones de este combustible.
La mala suerte es que además este tremendo desafío pilla a Europa en uno de sus peores momentos. Sin liderazgo alguno. Alemania está sumida en una gran crisis política y económica. Lleva dos años en recesión. Con una industria víctima de las políticas energéticas que apostaron todo a la de dependencia del suministro de gas ruso y defenestraron la energía nuclear. Hoy el tema de las elecciones es la inmigración que la extrema derecha canaliza bien, pero resulta un debate estéril frente al gran desafío que supone recuperar su liderazgo como potencia industrial mundial.
Veremos qué nos deparan las elecciones de este domingo en el país. Porque por muy robusto que esté siendo el crecimiento de las economías del Sur, como España, Portugal o Grecia, la UE necesita que su locomotora, que pesa el 35% en la economía de los 27, vuelva a funcionar. Mientras, la única potencia nuclear dentro de Europa, Francia, sigue paralizada y sumida en una crisis existencial que dura ya demasiados años. Incapaz de sacar adelante un presupuesto que ponga fin a los desequilibrios fiscales que arrastra, sigue atrapada entre los extremos a derecha e izquierda y con un Gobierno de centro sin autoridad en su Parlamento.
«Sólo el Gobierno laborista de Keir Starmer ha tenido la valentía de anunciar su disposición a desplegar tropas en Ucrania»
Sólo un país, el Reino Unido, bajo el Gobierno laborista de Keir Starmer, fuera de la UE, ha tenido la valentía de anunciar su disposición a desplegar tropas en Ucrania. En contraste con los que sí están dentro de la unión y que tienen mucho más que perder, convocados con carácter urgente por el presidente francés Emmanuel Macron el pasado lunes, que no han tenido el valor de secundarlo. Siquiera de manera simbólica, para apoyar la unión de fuerzas de las dos únicas potencias nucleares europeas que pueden plantarle cara a Rusia y Estados Unidos en defensa de Ucrania. ¿Qué otro recurso tiene Europa? De ahí que el anuncio de la visita de Starmer y Macron a Trump en Washington en los próximos días sea tan relevante.
¿Conseguirán convencerle de que al desentenderse de sus tradicionales aliados Estado Unidos se arriesga a pegarse un tiro en el pie? No será fácil hacerle recapacitar. ¿Cómo enfrentarse a alguien que entiende la resolución de los conflictos como una oportunidad para sacar tajada económica? Ya sea la repulsiva propuesta de desalojar Gaza para convertirla en un resort vacacional de lujo como con Ucrania para humillarla y condenarla a ser una colonia que explotar sin darle ni voz ni voto sobre su futuro después de tres años de heroica resistencia y sufrimiento. Dan ganas de gritar.