La CUP ha envejecido. El enfant terrible que irrumpió en el Parlament de la mano del procés, y que se convirtió en el actor político que más condicionó la política catalana, tanto en su agenda rupturista como en las políticas económicas, ha decidido madurar y pactar con el PSC. Y es que se ha abierto a negociar con la formación a quien hasta hace bien poco consideraban el «partido del 155» -en referencia a la intervención de la autonomía- y a quien impusieron, en las autonómicas de 2021, un cordón sanitario junto a ERC y Junts.
Este viraje ha coincidido con su paso a la irrelevancia. La CUP perdió gran parte de su atractivo con su institucionalización: no solo le pasó factura pactar presupuestos con «la derecha» de Junts, sino que dejó atrás su esencia municipalista para presentarse incluso en el Congreso de los Diputados.
Un salto demasiado grande e incoherente para un partido que siempre ha defendido la «política de proximidad», las fórmulas directas de democracia y el asamblearismo. Por no decir que su beligerancia contra España y sus instituciones era incompatible con jugar al juego pragmático de ERC o Junts, que siempre han vendido su participación en la política nacional como una forma de no dejar vacío ningún centro de poder y de decisión.
El Centre d’Estudis d’Opinió, el llamado ‘CIS catalán’, también refleja el declive del partido anticapitalista. Los jóvenes ya no se sienten atraídos por aquellos que flirtearon con la violencia en 2017, cuando pedían «mambo» y romper con todo por las bravas. Ha sido el partido de referencia de mis cohortes de edad durante el procés, cuando éramos jóvenes que salíamos de la universidad. Ahora, sin embargo, se han hecho mayores, tienen sus propias familias, empleos y pocas ganas «hacer la revolución».
Por contra, en la actualidad, según el sondeo de la Generalitat, la juventud en Cataluña se siente más representada por Vox y Aliança Catalana. El partido de Ignacio Garriga duplica a la CUP en intención de voto entre los jóvenes de 18 a 24 años. Lo mismo sucede con Aliança Catalana. Y la reacción era previsible: el ecosistema mediático catalán se escandaliza por esta «derechización» de sus futuros adultos. Pero cuando la CUP abrió la puerta del populismo, enarbolando sandalias contra banqueros en el Parlament, y apelando más al estómago que a la razón, todo eran aplausos.