Somos expertos en complicarnos la vida y hacer las cosas justo al revés de cómo deberíamos, es decir, contradiciendo los ‘mandatos’ de la naturaleza. Cosas como pasarnos el día sentados -cuando estamos diseñados para movernos-, trasnochar -cuando lo suyo sería acompasar nuestros ritmos al ciclo día y noche- y machacarnos el cuerpo, alternando atracones de ultraprocesados y dietas presuntamente milagrosas que, muchas veces, el único milagro que obran es engordar el bolsillo de sus inventores, cuando nuestro organismo lo que espera es ‘comida real’ y un poco más de atención a sus necesidades.
Y esto es, precisamente, lo que promulga la conocida como dieta intuitiva. «Comer ‘ad libitum ‘ (a voluntad) significa comer siguiendo los dictados del hambre fisiológica, es decir, respetando las señales naturales que nos envía nuestro cuerpo (sin acatar los dictados de las costumbres sociales)», explica Carlos Pérez, experto en Psiconeuroinmunología Clínica (PNI), divulgador, conferenciante y autor de ‘Paleovida’, ‘El Ayuno Intermitente’ y ‘Despierta’, entre otros libros.
De primeras, el plan no puede sonar mejor: ¡comer a voluntad! Pero, ojo, porque el fundador de Regenera -empresa especializada en Psiconeuroinmunología Clínica (PNI) nos advierte de que «no todo el mundo está preparado para ello, especialmente si esas señales que nos envía nuestro organismo sufren algún tipo de desajuste, debido a hábitos previos, estrés o alteraciones metabólicas».
Así que, prosigue, «para iniciarnos con éxito en la dieta intuitiva, hay que arrancar poniendo en práctica dos reglas básicas«. La primera sería «eliminar los productos procesados y comer alimentos reales».
¿Y la segunda? «Espaciar el tiempo entre comidas, algo que nos saldrá de forma natural cuando nos habituemos al primer paso, ya que la comida real no genera esos picos de insulina y esa sensación de adicción (y es mucho más saciante».
Pasada esta fase previa, Carlos Pérez enumera las cuatro condiciones para que funcione:
1. Priorizar alimentos de calidad que regulen la saciedad: Frutas, verduras, tubérculos, carne y pescado de calidad, huevos…
2. Aprender a diferenciar entre hambre emocional y hambre fisiológica: «Muchas veces, tenemos apetencia por ‘una galletita’ o ‘una tostadita’. Eso no es hambre real. Si cuando tenemos hambre, no nos apetece tomarnos un pescado, un filete de carne o una ensalada y solo nos apetece ‘picar’, nos estamos dejando guiar por ese hambre emocional que retiene a nuestro cuerpo siempre en ese ‘modo ingesta’, que no deja descansar a nuestro sistema digestivo y que mantiene alerta todo el tiempo a nuestro sistema inmunitario (porque, cuando comemos, nuestro sistema inmune se activa para protegernos de posibles amenazas que puedan llegar a través de la comida).
3. Evitar los ultraprocesados. «Alteran las señales de hambre y saciedad y engañan a nuestro cerebro, porque, como se decía en aquel famoso anuncio, ‘cuando haces ‘pop’ ya no hay ‘stop'».
4. Identificar los motivos por los que las señales fisiológicas de hambre y saciedad están desreguladas. «Para ello es importante buscar las causas reales de por qué nos relacionamos así con la comida y cómo podemos mejorar nuestros hábitos para, de este modo, reeducar a nuestro sistema digestivo y a nuestra mente. En ocasiones, empoderándonos y adquiriendo el conocimiento adecuado sobre nosotros mismos, podemos llegar a hacerlo por nuestra cuenta, pero, otras veces, es necesario trabajar con profesionales; pedir ayuda».
Llegados a este punto, surge una pregunta: esta teoría de comer ‘a voluntad’, ¿va en contra de ese ‘hara hachi bu’ japonés que aboga por quedarnos siempre con un poco de hambre? «No necesariamente. Ambos enfoques pueden converger si escuchamos nuestras señales internas. El ‘hara hachi bu’ propone comer hasta estar lleno en un 80%, lo cual puede alinearse con la saciedad fisiológica si comemos alimentos de calidad. La clave es no forzar la restricción, sino aprender a reconocer cuándo es suficiente«, concluye.