Parece claro que el cinismo es uno de los principios fundacionales del sanchismo, que llegó prometiendo una regeneración ética y apenas tardó dos años en incurrir en prácticas corruptas (aún presuntas), desde el partido a varios ministerios en un movimiento trasversal. El penúltimo ejemplo de cinismo tiene como protagonista a Teresa Ribera, que mientras fue ministra para la Transición Ecológica en el Gobierno de Sánchez demonizó la energía nuclear y apostó decididamente por el cierre de las centrales atómicas, pero una vez que ha aterrizado en la Comisión Europea abandera las ayudas a la industria nuclear, como comisaria de Competencia. No tiene el menor complejo en dejar por escrito (en el documento ‘Marco de ayudas estatales para el pacto industrial limpio’) tan flagrante incoherencia política: lo que en ningún caso quiere para España, lo promociona y fomenta en cualquiera de los otros veintiséis socios de la Unión.
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