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la esperanza que surgió del lodo y las inundaciones

by Marko Florentino
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Sólo en el peor de los desastres conoce uno la auténtica valía de los hombres. Y la ineptitud, o abyección, de los políticos. Así sucedió con la trágica riada que arrasó el litoral valenciano el pasado 29 de octubre, y que provocó al menos 223 muertes y pérdidas materiales multimillonarias. Miles de voluntarios llegados de todos los rincones del país arrimaron el hombro y cogieron la pala para ayudar a desescombrar municipios enteros sumidos en el barro. Ellos fueron la única nota positiva, la única lectura esperanzadora que nos dejó una de las catástrofes más graves que han sacudido España en su historia reciente.

Los héroes de aquellos días no vestían capa, sino un traje EPI salpicado de lodo, unas botas de color indescifrable por la tierra y una mascarilla. En muchos casos, para poder aguantar el hedor. Llevaron ayuda, comida y artículos de todo tipo, lo entregaron y se quedaron sobre el terreno para achicar lodo. Ellos fueron la esperanza de quienes lo habían perdido todo ante la respuesta tardía e insuficiente del Estado.

Hablamos de transportistas, camioneros, bomberos, policías, pero sobre todo hablamos de jóvenes, tantas veces menospreciados y acusados de pertenecer a una «generación de cristal», que dieron una lección al mundo mientras los políticos -los «adultos responsables»- discutían sobre quién tenía las competencias y/o abonaban el relato con mentiras obscenas. Como dijo Juan Soto Ivars, mientras los chavales se dejaban los cuernos en el barro, los despachos producían fango.

Sirva como ejemplo la labor de Revuelta, una asociación juvenil nacida al alero de Vox, que convirtió una nave en Arganda del Rey en el mayor centro logístico de envío de ayuda a los damnificados. Desde ahí partieron más de 2.000 toneladas (sí, han leído bien) de material. Un grupo de chavales de entre 20 y 25 años dejó en evidencia a las administraciones y oenegés. «Es una vergüenza absoluta que seis amigos hayamos montado la mayor central logística de España y nadie haya venido oficialmente a ayudarnos. Si no es por nosotros, ¿qué ayuda estaría llegando?», planteó la portavoz de Revuelta, Elsa Almeda, a THE OBJECTIVE.

Una pregunta muy pertinente, pues la labor de Revuelta retrató a las oenegés y administraciones. El día después de la riada, cuando los chats de los jóvenes bullían tratando de organizarse para ayudar, el Gobierno y sus socios se sentaban en el Congreso para convalidar el decreto que cambiaba las mayorías para renovar el Consejo de Administración de RTVE. Dicho en plata, en mitad de la catástrofe, cuando los muertos afloraban por decenas, nuestros dirigentes asaltaban la televisión pública colocando a personajes afines que cobrarán sueldos disparatados.

Cuatro días después de la tragedia, el sábado 2 de noviembre, con miles de voluntarios ya sobre la zona, Sánchez anunciaba al fin el envío de las walkirias de Wagner. Y añadía: «Si necesita [Carlos Mazón] más recursos, que los pida».

Una frase para la historia, por todos los malos motivos, que no le perdonaron los vecinos de Paiporta, que podrían llegar a excusar la inutilidad, pero no la maldad. El presidente del Gobierno hubo de salir escoltado de la zona cero de la riada, y sus lacayos mediáticos (algunos de ellos, colocados días antes en RTVE) tildaron de «ultraderechistas» a quienes le increparon sobre el terreno. «Ultraderecha» eran los jóvenes de Revuelta, eran los colaboradores de Horizonte, era Manolo, el paiportino que se había quedado sin nada, y era Roro, la influencer que cocina para su novio y a la que lincharon por colaborar con una asociación ligada a Vox.

El debate sobre la ideología de los ahí presentes dio para horas de tertulias, pero jamás importó a quienes se beneficiaron de su solidaridad. Casi dos meses después, los vecinos convienen en que gracias al Ejército y a los voluntarios Paiporta vuelve a parecerse a su ciudad, pero también en que aún queda mucho por reconstruir. Y en que las ayudas prometidas por el Estado no llegan. Háblenles de «ultraderecha».

Los políticos contra el pueblo

La frase con la que arranca este artículo -«sólo en el peor de los desastres conoce uno la auténtica valía de los hombres»- proviene del libro Las legiones malditas, de Santiago Posteguillo. El escritor vivió en sus propias carnes, desde Paiporta, la tragedia, y la narró en el Senado, donde leyó la cartilla a la clase política: «Nos acostamos sin luz ni agua pensando que, lógicamente, al amanecer estaría la Guardia Civil, los bomberos, el Ejército, pero al amanecer no había nadie. Silencio, miedo». Al día siguiente, lo mismo. «¿Cómo puede ser que en 48 horas no venga nadie? ¿Alguien me lo puede explicar?», planteó en la Cámara Alta.

«Al tercer amanecer es cuando empezaron a llegar los voluntarios», continuó Posteguillo, que dirigió un rapapolvo histórico a nuestros representantes: «No se pueden imaginar lo que está pasando esa gente. No se está llevando la ayuda institucional que hace falta. El pueblo responde, pero el pueblo con palas no puede. Ha sido cruel no avisar, pero es más cruel no ayudar. En el siglo I a.C., los políticos se apuñalaban entre ellos, pero los políticos del siglo XXI apuñalan al pueblo».





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