No ha estado muy inspirado el jurado del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades al distinguir este año a Byung-Chul Han, el filósofo y teólogo católico coreano de expresión alemana, autor de breves ensayos muy divulgados y exitosos que pretenden explicarnos nuestra actual «sociedad del cansancio» a través de una banalización de toda la tradición filosófica occidental. No hay mucho que objetar en sus diagnósticos sobre la hipercomunicación, el exceso de producción y de información, la depresión, la falta de atención, la belleza extinguida y esas cosas que todos podemos lamentar tomando algo con los amigos, sobre todo si son padres preocupados por la educación de sus hijos, pero de ahí a considerar a este predicador como una figura de primera fila hay un abismo preocupante.
Chul Han se dedica a hacer tocinería filosófica, comentando en cada párrafo citas de Heidegger, Benjamin, Adorno, Arendt o Rilke con absoluta arbitrariedad, encadenando ocurrencias en un alemán paratáctico y escolar que Thomas Mann probablemente ni siquiera entendería. Para muestra un botón. En un capítulo de su ensayo Vida contemplativa titulado ‘La absoluta falta de ser’, que parece un chiste inventado por antiheideggerianos, (¡qué falta de ser, por Dios!), comenta Chul Han: «El verso de Rilke de las Elegías de Duino ‘Pues en parte alguna hay permanencia’ expresa del mejor modo posible la crisis del presente. La vida nunca fue tan escurridiza, pasajera y mortal como hoy». ¡Toma castaña!
En el original de la primera elegía, Rilke dice literalmente «Denn Bleiben ist nirgends» («Pues no hay permanencia en ningún lugar»), pero su afirmación es positiva y viene después de una tirada en la que habla de las amantes abandonadas, una forma de existencia que, como la de los héroes efímeros, constituye un ejemplo de desapego, la negación, de hecho, de la vida entendida como propiedad privada. A lo largo de las elegías, Rilke da vueltas a esa potente idea a través de un léxico afín a ese Bleiben, así Dauerndem, Dastehen, gracias a cuya iteración accedemos a una experiencia del estar aquí mucho más honda. Pero para el laureado filósofo, Rilke está definiendo «la crisis del presente» y, así, de un plumazo, aquello que para el poeta constituía una vía de acceso a una autenticidad vital se convierte en una jeremiada sobre nuestra pobre vida «escurridiza, pasajera y mortal». ¡Qué falta de ser y qué falta de permanencia, niños!
Uno podría hacer esto mismo con cada una de las citas que este señor espiga sin ton ni son para contarnos los estragos del neoliberalismo (¿por qué «neo», por cierto?) y hacernos sentir un poquito mejor participándonos de su gran cultura y de su gran sensibilidad, aderezada por supuesto con unas gotas de sabiduría oriental que vienen a paliar el etnocentrismo de nuestras quejas. La cosa no tendría mayor importancia si Chul Han hubiera permanecido en el ámbito de la autoayuda ilustrada al que parecía destinado. Pero ahora resulta que nos lo vamos a tomar en serio e incluso le vamos a dar un premio que le consagra como un autor de referencia, habiendo todavía en Europa filósofos verdaderos como Giorgio Agamben, Massimo Cacciari, Alain Finkielkraut, Savater o Martínez Marzoa, mucho más merecedores todos, por edad y condición, de un reconocimiento de ese calibre.
Porque de eso, señoras y señores del jurado, se trata. Son ustedes, si bien se mira, los representantes de esa falta de reconocimiento que recorre nuestra cultura y que amenaza con convertirla en una caricatura de la misma. Chul Han es un síntoma de lo que está ocurriendo en todos los ámbitos, donde los puestos vacantes de lo que antes habían sido los grandes nombres están siendo ocupados por segundones, en muchas ocasiones por cuestiones que no tienen nada que ver con el mérito y que responden a necesidades de cuota.
Hablando de Hamlet, Carl Schmitt se fijó en algo que nadie había advertido hasta entonces. ¿Por qué el príncipe, al morir su padre, no hereda el trono? ¿Cómo ha conseguido Claudio ser nombrado rey legítimo sin apariencia de usurpación? Al matarlo, Claudio le quitó a su hermano no solo la vida, sino también la posibilidad de nombrar heredero. Schmitt ve por ello en la tragedia un reflejo de los problemas sucesorios del final del reinado de Isabel I Tudor, que murió sin descendencia.
Hamlet, antes de morir, entrega su dying voice, su voz moribunda, a Fortimbrás, después de haber combatido a su tío, cuya legitimidad de sangre rechaza, a pesar de haberle asegurado la sucesión. «Es el hermano de mi padre», dice Hamlet, «pero tan poco parecido a mi padre como yo a Hércules». Para Schmitt, por tanto, Hamlet sería una tragedia del reconocimiento, la historia de un príncipe desheredado con métodos fraudulentos y criminales que al mismo tiempo quiere trascender el vínculo de sangre y afirmar una nueva legitimidad.
Algo parecido está pasando en nuestra cultura, donde los bufones se coronan reyes ante el común asenso del consejo del reino. Pero resulta que algunos fuimos educados para recordar que la dying voice del difunto monarca no puede ser concedida fraudulentamente a aquellos que aparentan una legitimidad que en realidad no tienen. Chul Han es, en el mejor de los casos, un heideggeriano de séptima fila. Se recordará que en 1946, el propio Heidegger tuvo que escribir su Carta sobre el humanismo para cantarle las cuarenta a Jean-Paul Sartre, que aquel mismo año había publicado El existencialismo es un humanismo. Para Heidegger, los existencialistas no se habían enterado de nada y su filosofía, aparentemente inspirada en la suya propia, suponía en realidad un retroceso a la metafísica.
Al final de la Carta, Heidegger contestaba a la última pregunta que le había hecho Jean Beaufret, su interlocutor en Francia, sobre cómo salvar el elemento de aventura que comporta toda investigación sin hacer de la filosofía une simple aventurière, una simple aventurera, es decir, una frivolidad. Heidegger contesta diciendo que la filosofía –la metafísica– ya ha llegado a su fin y que es hora de un nuevo pensar que, por lo que dice, parece devolverle la palabra a los poetas. (Curiosamente, más o menos por esa misma época, Ortega hablaba de la necesidad de formular una «ultrafilosofía»). Quizá se trate de una dying voice que ya no puede nombrar heredero, pero, en cualquier caso, si Heidegger reaccionó con tanta contundencia ante la usurpación de Sartre, no podemos ni imaginar lo que le hubiera pasado al pobre si se hubiera visto convertido en el espectro paterno de Chul-Han. Pobre princesa.