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Menos mal que las aficiones ayudan, pero no ganan partidos. Si no, el inicio de España en la Eurocopa hubiera sido preocupante. La hinchada de la selección española, históricamente asociada al eterno Manolo el del Bombo, emigrantes y estudiantes de Erasmus, está acostumbrada a vivir los partidos en franca minoría. Pero lo ocurrido en Berlín con el desembarco croata fue un escándalo, una goleada en toda regla.
Las calles de la capital alemana, que amaneció con una fina lluvia pero el sol se fue abriendo paso, bien podrían ser Zagreb, la capital del país quizá más patriota de Europa. En la zona reservada por la UEFA para los hinchas, en los vagones del tren de cercanías que transportaba al estadio, en los aledaños del olímpico berlinés y no digamos ya en su interior, la proporción venía a ser de seis balcánicos por un español, ruidoso y optimista, eso sí.
Un rugido cuando los jugadores salieron a pisar el césped a falta de una hora y cuarto, una explosión de júbilo en el calentamiento y una locura al iniciarse el choque. Les silenciaron, y no del todo, los goles de Morata, Fabián y Carvajal en el primer acto.
Por fortuna, gracias a unas medidas de seguridad extremas, contados botes de humo y bengalas. No ejemplar, pero un comportamiento bastante respetuoso y educado, nada que ver con la pirotecnia masiva de los ajedrezados que genera pánico. Están bien advertidos por la UEFA.
Modric, el nexo
Litros y litros de cerveza desde la hora del desayuno, cánticos y alusiones constantes a Luka Modric, el pequeño gran hombre que unía a unos y a otros en corrillos e improvisados debates chapurreando en inglés. Sí, porque una buena mayoría de la hinchada española se asocia al Real Madrid, se quiera o no, el equipo más internacional del país. De hecho, entre los grupos de jóvenes seguidores de La Roja se escuchó bastante a lo largo de la jornada el célebre «cómo no te voy a querer, si eres campeón de Europa por … vez».
Los medios croatas calculan que fueron unos 100.000 compatriotas los que se congregaron en Berlín para apoyar a su selección, aunque de ellos aproximadamente la mitad disponían de entrada para el partido. Una barbaridad si se tiene en cuenta que la pequeña croata cuenta con un censo que no llega a los cuatro millones, doce veces menos que la población de España. También es cierto que en Alemania viven unos 450.000 emigrantes croatas.
Mayoría, más ruidosos y más preparados para la ocasión. Su ‘outfit’, como dicen los modernos, completito. Banderas, bufandas, camisetas, sudaderas, pantalones, gafas, caras pintadas y esos gorros tan característicos que visten Las Barracudas, apodo de la selección croata de waterpolo, vigente campeona del mundo y entre las grandes favoritas para los Juegos Olímpicos de París que ya asoman en el horizonte. El gorro del equipo nacional más ganador es un producto nacional, pero la historia de su aplicación entre los hinchas de fútbol es curiosa.
Un gorrito con historia
Forma parte de la simbología croata, pero se implantó de forma generalizada en el deporte rey allá por 2016. Resulta que el defensa Vedran Corluka, ya retirado, sufrió un golpe en la cabeza en el primer partido de la Eurocopa. La herida se le abrió en el segundo combate y no había manera de cortar la hemorragia a base de vendas.
La solución se encontró en el descanso. El doctor de la selección, un tal Boris Nemec, apareció con el gorrito y se lo puso a Corluka. Listo para la batalla de nuevo. Fue una de las imágenes curiosas del torneo y, desde ese día, una seña de identidad de la afición croata. A modo de anécdota, recuerda Relevo que el gorrito se lo había regalado como amuleto al médico el waterpolista Paulo Obradovic, natural de Dubrovnik y campeón olímpico en Londres 2012.
Nuestra hermosa patria
Acusados con frecuencia de alborotadores, de pertenecer a peligrosas bandas de extrema derecha, los croatas veneran su país y cantan con voces desgarradas su himno ‘Lijepa naša domovino’ (Nuestra hermosa patria), una expresión de identidad nacional, de amor y orgullo patriótico invocando la naturaleza del país y sus logros históricos.
Se basa en un poema de 14 estrofas. ‘Hermosa patria nuestra, heroica tierra amada, cuna de viejas glorias, ¡que seas por siempre afortunada! Te amamos por gloriosa, es solo a ti a quién queremos… mientras los sepulcros guarden a sus muertos, mientras haya un corazón que lata’. Incluso goleados, acabaron vitoreando a sus ídolos. Tremendo. Menos mal que el fútbol es un juego, no una guerra. Y sonó Raphael y su gran noche.