En un clima de opinión en el que reina cierta monotonía argumental que es el trasunto de una polarización perezosa y oportunista, llama la atención que desde ámbitos que nada tienen que ver con la izquierda, por ejemplo, en este mismo medio, comiencen a aparecer análisis que ponen en duda la capacidad política y electoral de la derecha.
Al examinar las razones por las que la derecha no ha tenido desde 1977 un rendimiento electoral comparable al obtenido por la izquierda hay que tener en cuenta una serie de factores de muy diverso tipo. En cualquier caso, resulta imposible explicar esa divergencia de rendimiento político sin examinar la naturaleza peculiar del que ha venido siendo el principal partido de la derecha desde 1982 hasta ahora mismo, la AP de Fraga y el PP posterior.
A grandes rasgos, la derecha española ha pasado desde 1977 por una serie de estadios muy distintos; el primero fue la época de Adolfo Suárez y la UCD con una presencia muy marginal del grupo de Manuel Fraga, la Alianza Popular de los comienzos de la democracia. Siempre estuvo condenada a ser un apéndice del centrismo de Suárez y la UCD, aprisionados entre su oposición a la izquierda y el escaso papel que se les concedió en el protagonismo político tras las elecciones de 1977 que consagraron la viabilidad democrática de la transición.
El triunfo del PSOE en 1982 que, desde el punto de vista del rey Juan Carlos, significaba el final de la transición y la llegada a una situación políticamente estable, supuso que una parte importante del voto que había tenido la UCD fuese traspasado al grupo de Fraga y que, finalmente, la UCD desapareciese de manera definitiva. Entre 1982 y 1996 hubo un predominio político indiscutible del PSOE de Felipe González del que sólo se salió tras el resultado que obtuvo José María Aznar en 1996, una victoria que Alfonso Guerra calificó como pírrica y que, en efecto, fue mucho menos amplia de la esperada.
Aznar consiguió luego una victoria por mayoría absoluta en el año 2000 que produjo una gran consternación en los teóricos y doctrinarios del PSOE. Para los cabezas de huevo de la izquierda, no cabía aceptar como algo normal la mayoría absoluta de Aznar tras cuatro años de gobierno, y no, por tanto, tras una larga crisis del PSOE debida a la corrupción política, como había pasado en 1996.
«En 2008 el congreso de Valencia, el último que ha celebrado el PP, excluyó tanto a los conservadores como a los liberales»
Los socialistas, los de antes y los de ahora, cayeron en la cuenta de que iba a resultar muy difícil vencer a la derecha si no alteraban su planteamiento político, si no se aliaban con los nacionalismos periféricos lo mismo si eran de izquierda que si resultasen ser cualesquiera restos tuneados del carlismo y al servicio de un particularismo radical. Algunos de aquellos socialistas se han opuesto después a lo que ha hecho Pedro Sánchez en nombre del PSOE, en la línea del Rubalcaba que habló de un gobierno Frankenstein, pero más por los excesos en la forma de hacerlo que por discrepancias estratégicas de fondo. No es fácil entender lo que ahora ocurre, la extraña sumisión a toda especie de voto con intención secesionista sin recordar este antecedente.
Cuando Rajoy fue nombrado líder del PP no tardó en convertir lo que quedaba del PP de Aznar en lo que ahora mismo es este partido. En 2008 el congreso de Valencia, el último congreso realmente político que ha celebrado el PP, excluyó del PP tanto a los conservadores como a los liberales, lo que produjo una ruptura, más sentimental que orgánica, entre diversos sectores del partido que no mucho más tarde contribuiría a crear el espacio necesario para la aparición de diversas alternativas a su monopolio en el centro derecha. Tanto la aparición de UPyD, como la de Ciudadanos o la de Vox trajeron consigo nuevos grupos de votantes que, en muy buena medida, habían sido electores del PP.
Pese a todo, el desastre de la época de Rodríguez Zapatero hizo necesario el triunfo electoral de Rajoy, pero la debilidad de sus gobiernos, su política indiscernible de hecho de la que hubiese llevado a cabo cualquier socialdemócrata con buen sentido y los enormes escándalos de corrupción que lo rodearon, condujo a la extraña carambola de la moción de censura que puso a Pedro Sánchez en la Moncloa. Rajoy abandonó de aquella manera la dirección del PP y dos congresos extraordinarios, centrados únicamente en la sustitución del líder nacional y sin el menor atisbo de debate político de ningún género, pusieron en Génova primero a Casado y luego a Feijóo.
En todo este largo período que va de 2008 al momento presente no hay la menor evidencia de que el PP haya hecho ninguna clase de esfuerzos de ningún tipo para formular un proyecto político consistente actualizado y atractivo, de manera que su funcionamiento ha estado presidido por la esperanza en que la ley de la alternancia les devuelva la presidencia del Gobierno, convencidos como están de que el hartazgo ciudadano se llevará a Sánchez por delante como sucedió en 2011 con Rodríguez Zapatero. De momento, no ha sido así.
«La impresión que da la línea política que sigue la dirección actual del PP es que no piensan en ninguna renovación de fondo»
Tras el fracaso de Pablo Casado y el fiasco de Alberto Núñez Feijóo en 2023, el PP no ha sabido preguntarse en serio por las razones de su situación y eso hace que sea casi inevitable la división electoral del espacio político que Aznar logró unificar en 1996 y que se rompió bajo el liderazgo errático de Rajoy que no tuvo otro efecto que la división interna, la perdida de millones de votantes y la condena a la esterilidad electoral.
La impresión que da la línea política que sigue la dirección actual del PP es que no piensan en ninguna renovación de fondo, han vuelto a retrasar sine die la convocatoria del congreso al que están obligados, es decir que creen que las voces que denuncian su inanidad política están equivocadas y que, a no mucho tardar, el tinglado sanchista se desplomará para dejarles el campo abierto. Al actuar así asumen un riesgo muy alto, porque si se equivocan, como ha pasado en 2023, ni ellos ni nadie estará en condiciones de soportar el costo político de la continuidad de lo que fuere que suceda en la izquierda al sanchismo.
A Salvador de Madariaga se le atribuye una frase que se puede aplicar al momento actual: él decía, en pleno franquismo, «la de patadas que le van a dar a Franco en nuestro culo», ahora cabría leer «la de patadas que le van a dar al PP en nuestro trasero». Si, como me temo, se vuelve a equivocar Feijóo todos tendremos que asumir una hipoteca insoportable.