Todos nos equivocamos. Dábamos por seguro vencedor al campeón Devin Haney, pero lo que hemos visto en el Barclays Center de Brooklyn (NY) ha sido de otro planeta. Extremadamente religioso, Ryan García dedicó a Jesucristo sus primeras palabras tras escuchar la decisión de los jueces, pero la mano izquierda con la que destruyó al campeón indiscutido del peso ligero y campeón del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) del superligero venía cargada por el mismísimo diablo. Haney, cuyo mayor mérito fue sobrevivir, terminó como salido de un accidente de tráfico.
El rey de Instagram se subió al ring tras haber protagonizado una de las mayores faltas de profesionalidad de la historia reciente del boxeo. Haney ponía en juego su cinturón de los superligeros, esto es, 140 libras, que las dio con esfuerzo, pero King Ryan se subió a la báscula bebiendo cerveza -literal- y dio 143,2. Esto significaba dos cosas: que no podía ser campeón aunque ganara y que Haney, de aceptar la pelea, como hizo, recibiría de su rival 1,5 millones de dólares de penalización (medio kilo de billetes por cada libra de más).
Era la primera vez que Ryan, que llegaba con una marca de 24-1, disputaba un título mundial, por eso no se entiende que fuera tan inconsciente de perderlo por apenas un kilo y medio de peso. Un profesional cumple con la báscula. Punto. Y el King no lo hizo. Pero comenzó el baile y el californiano (ambos lo son) de Victorville salió como un toro salvaje. A punto estuvo de derribar al campeón en una locura de primer asalto con un crochet de izquierda que le hizo tambalearse.
Devin Haney, que llegaba a Brooklyn inmaculado (31 victorias, 0 derrotas) se recompuso y encauzó el combate a los puntos anotándose más asaltos: minutos de transición y control del escenario. El campeón dio buenas sensaciones y parecía -sólo parecía- que iba a cumplir con los pronósticos. OK, ha sido un espejismo, sólo un golpe en frío, pensamos los aficionados, pero Ryan García había venido a destruir a su viejo enemigo (3-3 tenía en enfrentamientos amateur), y en el sexto le conectó una precisa combinación que dejó a Haney con el único mérito de ser capaz de encajarla sin darle un beso a la lona.
Así, mediado el combate, mis tarjetas veían igualdad máxima a los puntos. Sonó la campana de inicio del séptimo y ahí sí. Ryan tumbó a Devin con una izquierda brutal al mentón. Éste, tras incorporarse, tuvo que aferrarse al rival «como un náufrago a una tabla», insistían Jaime Ugarte y Emilio Marquiegui en la retransmisión. El árbitro quitó un punto a García, que golpeó a Haney cuando la autoridad dentro de las 16 cuerdas intervenía para separarlos.
Al principio del décimo asalto el de Victorville vuelve a tirar al de San Francisco dejando claro que va a ganar esta guerra civil californiana. Devin tiene la boca destrozada, y su padre, quizás, debió tirar la toalla, pero no lo hizo. Ryan parecía que iba a terminar el trabajo, porque quedaba mucho asalto, aunque no lo logró. En el undécimo lo vuelve a derribar y si el referí no detuvo la pelea debió ser porque Haney es un gran campeón, aunque caído por tres veces. Llegados al último asalto, Ryan usa los últimos suspiros de contienda para burlarse de su rival con gestos obscenos, comportándose como un perfecto idiota, algo que llevaba haciendo las semanas previas al combate.
Sonó la campana y el vencido debió dar gracias a Dios por terminar vivo. Vaya noche se quedó en Nueva York. Sólo faltaba escuchar el veredicto de los jueces. El primero dio empate, 112-112. ¿Qué combate vio? Quizás había chupado un sapo, no sé, a medias con el encargado de las tarjetas de la señal internacional de DAZN. O saben poco de golpes o algo peor, porque nadie que haya tocado la lona de un ring puede siquiera imaginar que Haney mereciera un empate. Los otros dos jueces sí dieron el triunfo, con amplio margen, a King Ryan, que gana pero no se lleva el cinturón por un cochino kilo y medio en la báscula. O Gervonta Davis, que destrozó a Ryan hace justo un año, es de otro mundo o el de San Francisco ha pactado con dios y con el diablo para mostrar semejante poder.