Cuando yo era estudiante, lo que más se valoraba entre los jóvenes era la libertad, pero no aquella por la que lucharon Lincoln, Mandela, Tocqueville o Hannah Arendt, sino otra entendida como ausencia de autoridad, o sea, en negativo. Me tocó una época enemiga de la autoridad, fuera cual fuese. Todo lo que tenía un aire medianamente serio era de inmediato calificado de autoritario, como los republicanos que ejecutaban a cuantos llevaban corbata. Los uniformes, las distintas policías, los ejércitos, las personas trajeadas, los guardas urbanos, los profesores, los curas con sotana, los serenos, Dios mío, una inmensa cantidad de personas y cosas eran autoritarios. Algo así como hoy sucede con el machismo, que es machista hasta Mae West.
La gran fiesta antiautoritaria fue Mayo del 68 y no sólo en París. Ya entonces, cuando no existían ni redes ni telefonillos, se armaron enormes manifestaciones y rebeliones urbanas en Londres, Roma, California o Madrid. Se había puesto en marcha ese fenómeno de masificación acéfala que afecta a las gentes como la moda, de un modo inmediato, instantáneo, intransigente y tiránico. Todos éramos antiautoritarios, pero, oh sorpresa, también éramos comunistas o anarquistas o maoístas o castristas, sin darnos cuenta de la imposibilidad de albergar ambas condiciones. Mejor dicho, sin percatarnos de que ambos calificativos puestos en la misma persona definían, sin lugar a dudas, a un idiota.
Han pasado muchos años y ya son montañas los ensayos que estudian aquel curioso periodo y constatan la perfecta inutilidad del mismo, su ineficacia, la exactitud para conseguir lo contrario de lo que exigían las manifestaciones. Los grandes disturbios de París culminaron con la mayoría absoluta lograda por De Gaulle (militar, autoritario, y de estatura intimidante) en las elecciones. Era ya el indicio de una modernidad, la nuestra, en la que los movimientos colectivos siempre consiguen lo contrario de lo que se proponen. Así, por ejemplo, en España dicen que se proponen el progresismo y realizan, con exquisito mal gusto, el más negro reaccionarismo, populismo y racismo fascistoide. En los EEUU fue peor, el animalismo, el feminismo, el igualitarismo, el ecologismo, la cancelación y demás exigencias conducidas por jefaturas frívolas han llevado al poder a Trump.
Aquellas personas que se presentan como antiautoritarias, en la actualidad, es casi seguro que ocultan una personalidad tiránica, iracunda, opresora y corrupta. Es muy gracioso ver el tipo de personas de ambos sexos (o del mismo, vaya usted a saber) que rodean al presidente del Gobierno. La exaltación del caudillo conduce a empleados sumisos, pequeñitos, tímidos, agresivos, infantiloides, que en el caso de las mujeres dan una imagen de colegio mayor con besuconas y abrazadoras anudándose las unas a las otras con cursilería de conventículo.
Todo esto me vino a la cabeza al leer esta mañana que una buena mujer de mal nombre la Tato, presidenta de no se sabe qué comité deportivo, había cambiado el orden de méritos de los estadios españoles para que le tocara en suerte a uno de su preferencia cierta celebración deportiva de esas que dejan un reguero de oro entre presidentes, conseguidores, directivos, entrenadores, árbitros o periodistas. El caso es que hundió a un estadio gallego para elevar a otro vasco.
«Es el ejemplo que dan los mayores lo que de inmediato copia e imita malamente la turba de sumisos discípulos ávidos de poder y dinero»
Esa mujer, a la que, por cierto, ya habían querido despedir sus jefes y sólo ahora se va dando un portazo, ha trampeado de modo simplón las cifras del concurso como aquellos alumnos que falsificaban las notas del colegio, pero lo hacían tan mal que los pillaban. O sea, perfectos necios. De ese mismo modo infantil, tontiloco, beocio, se ha comportado la señora del fútbol, una rubia de bote.
Eso no habría sido posible si no tuviera buenos maestros, empezando por el presidente del Gobierno. Es el ejemplo que dan los mayores lo que de inmediato copia e imita malamente la turba de sumisos discípulos ávidos de poder y dinero. Cuando todos los días aparecen trampas, fraudes, mentiras y corruptelas entre presidentes, ministros, consejeros, esposas, chóferes, rameras y guardacoches, es inevitable que la gente de escasas luces se diga: ‘¡Ah, pues yo también!’.
Viene a ser el antiautoritarismo de mi juventud, solo que ahora multiplicado por un millón. De euros, claro.