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La locura del peso y el real: argentinos súbitamente ricos y brasileños empobrecidos

by Marko Florentino
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Bruno, 30 años y de Sao Paulo, lloraba sus penas en Punta del Este, el destino veraniego de las clases adineradas en el Cono Sur: sus reales ya no rinden lo que rendían antes, en tanto que no puede creer que los argentinos hayan pasado de sufrir los pesos sin valor a convertirse en los reyes de las playas. «Una fiesta en Sao Paulo cuesta 80 o 90 reales (entre 12 y 14 euros), ¡pero aquí en Punta del este sale casi 850 (unos 130 euros)!», declara el brasileño a EL MUNDO. «Nosotros no podemos pagar eso, pero veo que los argentinos sí».

La anécdota veraniega es una frivolidad en una región conocida por sus profundas desigualdades y abundante pobreza, pero ilustra el fenómeno que se aceleró en los meses finales de 2024: las dos mayores economías sudamericanas, Brasil y Argentina, tomaron caminos opuestos. Mientras el presidente Javier Milei se olvidó del «peso que no sirve ni para excremento» del que hablaba en la campaña electoral y pasó a jactarse de la moneda más valorizada del año entre los países emergentes, Luiz Inacio Lula da Silva no logra controlar la caída del real, que cerró 2024 como la moneda más devaluada: en enero se cotizaba a 4,85 por dólar, y en diciembre llegó a tocar los 6,30.

Esos bruscos cambios en los dos países más importantes del subcontinente tienen efectos visibles en ellos y en sus vecinos. Las playas brasileñas han sido invadidas por argentinos, a los que les es más barato veranear allí que en su propio país, brutalmente encarecido en el último año. Lo mismo sucede en Punta del Este, históricamente cara para los argentinos, y ahora más que accesible para ellos.

Argentina era, hasta hace un año, el supermercado del que se surtían los países vecinos. Aquellos que podían cruzar las fronteras con facilidad, por vivir cerca de ellas, compraban en Argentina. Lo hacían los habitantes de la ciudad uruguaya de Salto, que cruzaban a Concordia y dejaban los almacenes en su país sin clientela; lo hacían los chilenos en tours de compra masivos al cruzar a Mendoza. Y lo mismo sucedía en las fronteras con Paraguay y Bolivia.

En Mendoza aún recuerdan lo dañina que había llegado a ser para la economía local la avalancha de compradores chilenos, que arrasaban con los productos en los supermercados mayoristas y dejaban a los argentinos sin posibilidades de comprar. Fue así que en uno de esos supermercados, Óscar David, se instituyó un horario para compradores chilenos y otro para argentinos.

En Kaiken, una de las bodegas favoritas de los turistas que visitan Mendoza, añoran los buenos tiempos en que los brasileños compraban a manos llenas. «Bajó muchísimo el turismo», dijo a EL MUNDO Camila Amaya, anfitriona de los turistas en Kaiken. «Los brasileños, que se llevaban literalmente cajas de vino, hoy con suerte compran unas botellas. Y vienen muchos menos brasileños que antes».

Los más de 17.000 millones de dólares que el Banco Central de Brasil ha destinado a sostener al real, sin éxito, se advierten en las calles de Palermo, el barrio turístico por excelencia en Buenos Aires: Don Julio, elegido año tras año como uno de los mejores restaurantes y la mejor parrilla de América Latina, sigue siendo un imán para el turismo, pero las aglomeraciones son menores, porque los visitantes se redujeron en una ciudad que se tornó tan cara como varias capitales europeas, con la excepción del transporte, que sigue siendo mucho más económico.

Y no hay visos de que Argentina se abarate: por el contrario, Milei está enamorado del «peso fuerte» y promete un ritmo de devaluación menor. Un clásico de los años electorales en Argentina. En este 2025, Milei pretende ganar presencia y poder en el Congreso, y para eso necesita sostener la bajada de la inflación. Una devaluación del peso sería mortal para ese plan.

Temor al ‘dólar fuerte’

En Brasil, entretanto, hay temor al «dólar fuerte» que aparentemente impulsará Donald Trump desde el 20 de enero, y que también perjudicaría a una Argentina que ve cómo el valor de la soja, una de sus principales exportaciones, cae y cae.

Lo advierte Claudia Moreno, del Banco C6, que cree que las cosas se han puesto mucho más difíciles en Brasil, la novena economía del planeta. «El costo de un ajuste fiscal ahora es quizás demasiado tarde, a raíz del alza del dólar, y eso hace más exigente la tarea del Banco Central, que tendrá que aplicar tipos de interés más altos».

El año que viene hay elecciones presidenciales en Brasil, y Lula, que no renuncia a postularse a una cuarta presidencia, necesita que la economía crezca. En 2024, el PIB brasileño creció un 3,6 por ciento, según el ministro de Finanzas, Fernando Haddad, pero las perspectivas para 2025 son diferentes.





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