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La Nao

by Marko Florentino
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Hablar de los barcos, los caballos, los cueros, las espadas. De ese mundo impredecible y pestilente, ceboso y muscular, del que siempre vamos a tener nostalgia porque nunca va a volver a haber cargas de caballería, botas altas, vuelo de capas, de un mundo tan variado que se parecía más al bar de Star Wars que a una villa minúscula del siglo XVII en el imperio. Hablar de la llegada de la nao de China a Acapulco. El gozne del que dependió la economía global por siglos. Primero la bahía de Acapulco : la más guapa, se midiera con el criterio con que se midiera. Algo queda a pesar de 500 años de destrucción sistemática. En un rincón anidaba la villa y puerto. Son los primeros días del invierno y la nao, el galeón más grande de su tiempo, con tres mástiles y castillos de popa y gola, ya está atracada. La boca de la bahía, que se cierra entre la Punta Hornitos y la Punta del Garfio ya está clausurada por los dos bergantines de 12 cañones que acompañaban al galeón en la última etapa del viaje.Primero la bahía de Acapulco: la más guapa, se midiera con el criterio con que se midiera. Algo queda a pesar de 500 años de destrucción sistemáticaEl fuerte de San Diego —hoy un museo al que nadie va—, se debió ver airoso con los baluartes erizados con las figuras de juguete de los vigilantes y las banderas al garete. Durante unas semanas, las diez calles con casas españolas del puerto se convertían en un mercado en el que se podía comprar lo de siempre —candeleros de plata de Taxco, platones de talavera poblana o reatas de cuero de Santa Fe de la Nueva México, vino del Duero o aceite de Andalucía—, pero también vasijas y botellas de porcelana china, pimientas de Sumatra y Java, alfombras y tapetes de Malabar, cortinas de Bengala, marfil de Camboya, canela de Ceilán o clavo y nuez moscada de Bunda; alcanfor de Borneo, muebles con incrustaciones de hueso de Goa, tapayanes y martavanes de las Molucas para fermentar bebidas y conservar salazones. Y con las cosas, la llegada de los cocineros, los estibadores, los marinos, los especialistas y los polizones: un agregado de lenguas que nadie entendía ni a bordo ni en el puerto, un abanico de rasgos y pieles. Gente que al principio miraba con desconfianza la Nueva España pero que pronto entendía que no era una Nueva España sino un Desorden Descomunal que lo admitía todo. Durante la noche se colgaban de las líneas que ataban el barco al muelle. Un crimen sin importancia en un reino en el que mientras más alta la posición de alguien en el pastel social, más grandes eran sus profanaciones. Se escapaban del puerto y se perdían por las tierras infinitas que a nadie le han dicho nunca que no. Abrían un negocio, tenían hijos; sus descendientes serían otra adición al batidillo de cuerpos y creencias que nadie nunca entendió y mucho menos llamó novohispanos. Nunca hubo novohispanos, había españoles y naturales, criollos, negros, chinos, cholos, mulatos, coyotes, tentenelaires y notentiendos. La cursilería y el miedo a decir es propiedad y legado del siglo XIX.Cada vez que llegaba la nao los acapulqueños, y después que ellos toda la gente de Nueva España, recordaban que vivían en un reino como un continente y un imperio en el que de verdad no se ponía el sol.



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