El próximo domingo, las dos selecciones más potentes del fútbol africano se enfrentarán en la final de la Copa África en Abiyán (Costa de Marfil). A casi 6.000 kilómetros, en Madrid, un grupo de solicitantes de asilo africanos también competirán, como cada tarde, por ganar el particular torneo futbolístico que organizan en las pistas del Parque de la Gavia, en el Ensanche de Vallecas. La mayoría, peticionarios de asilo, fueron trasladados a un hostal cercano por las autoridades después de pasar semanas hacinados en el aeropuerto Madrid-Barajas en condiciones insalubres. El fútbol les sirve estos días de vía de escape, mientras aguardan con incertidumbre la resolución de su expediente.
Abdulah nombre falso para proteger su anonimato), somalí de 18 años, llegó a España en noviembre, permaneció 25 días en el aeropuerto y fue trasladado al hostal a principios de este año. Lo tiene claro: no quiere pasar mucho más tiempo en un limbo administrativo. “Llevamos meses en esta situación. Tengo mucha ambición: quiero empezar una nueva vida y aportar algo a España, pero no puedo”, dice. Su agenda, como la de las decenas de migrantes que comparten su rutina, está prácticamente vacía. “Mientras se resuelven nuestras solicitudes, este ratito en el que jugamos al fútbol es todo lo que tenemos”.
Todas las tardes, a partir de las 15.30, los equipos se organizan en función de la nacionalidad y el idioma. El partido se juega en inglés, francés y wolof (una lengua hablada, sobre todo, en Senegal y Gambia), y la treintena de jugadores proviene de Somalia, Senegal, Mauritania, Malí y Marruecos. Antes de empezar, algunos calientan y otros se retiran a una esquina de la cancha para rezar —la mayoría son musulmanes—. Son los únicos presentes en el recinto deportivo y el ambiente previo al partido es una fiesta.
Al ser preguntados por su periplo en Barajas, todos sonríen con ironía, como si fuera un recuerdo traumático del que prefieren no hablar. Aunque están de acuerdo en que la llegada de migrantes supone un reto para las autoridades españolas —con las que se muestran agradecidas—, coinciden al calificar las escenas vividas como “caóticas” o “asquerosas”. Llegaron con la expectativa de que todo fuese más fácil, y se vieron atrapados durante tres semanas en el interior del aeródromo en unas condiciones calificadas como “degradantes” por el Defensor del Pueblo. “Era como una prisión. No podíamos salir a la calle, no podíamos ducharnos, la gente dormía en el suelo y no sabíamos qué iba a pasar con nosotros. Aunque podíamos llamar a nuestras familias, nuestros teléfonos móviles estaban confiscados. Es demasiada incertidumbre”, explica Abdulah.
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Sus compañeros se muestran reticentes a la hora de hablar con desconocidos. “Para nosotros, cualquier palabra o gesto equivocado equivale a una tarjeta roja. No queremos que nos echen del país”, admite Youssuf (también nombre falso), nacido en Senegal hace 23 años. Abdulah, sin embargo, es extrovertido y no tiene problema a la hora de exponer sus problemas. “Mi sueño siempre fue ser escritor y contar las historias sobre el sufrimiento de nuestro pueblo. Después de lo que hemos pasado, hay que explicarle a la gente la realidad. Los que hoy critican la inmigración puede que mañana tengan que migrar, porque Dios solo garantiza que hoy estamos aquí”, señala.
El proceso de solicitud de protección internacional es largo y tedioso, pero en los últimos meses se ha registrado un aumento sin precedentes que ha obligado al Gobierno a ampliar los espacios del aeropuerto madrileño para dar cabida a más migrantes. La legislación española determina que la duración del itinerario con carácter general no puede superar los 18 meses, un periodo en el que los destinatarios van pasando por diferentes fases. Por el momento, todo el grupo está en la primera fase de su solicitud de asilo —valoración inicial y derivación—, ante la que solo queda esperar. Este primer trámite, al que se refieren como “nivel cero”, ha sido resuelto favorablemente en unos tres meses en los casos de otros migrantes a los que conocieron en Barajas, según cuentan con esperanza. Después, en caso de ser aceptados, entrarían en la fase de autonomía, en la que recibirían clases de español y cursos de capacitación profesional con el objetivo de encontrar un trabajo y un alojamiento, y con el horizonte de llegar a regularizar su situación y permanecer en España.
Abdulah está ansioso por aprender español y no para de hacer preguntas sobre su nuevo país. Le urge encontrar una casa, conocer a sus vecinos y crear una comunidad. No sabe mucho sobre España, pero hasta ahora lo que más le ha sorprendido es que existan simultáneamente un Rey y un presidente. “¿Cómo? ¿Entonces hay dos Gobiernos? No entiendo”, apunta entre risas. Su prioridad es encontrar un trabajo para ser independiente económicamente. Después vendrá, confía, la casa, conocer a sus vecinos y crear una comunidad. Y, por último, buscar un equipo de fútbol de barrio para hacer amigos. “Los somalíes no jugamos bien al fútbol porque no comemos buenos alimentos. Solo arroz y pasta, apenas proteína. Aquí estoy comiendo mejor que nunca”, afirma.
El próximo domingo, Nigeria, Sudáfrica, República Democrática del Congo o Costa de Marfil alzarán el cetro del fútbol africano. Durante hora y media, los más afortunados del continente pondrán en pausa sus vidas y mirarán al televisor. Probablemente, ninguno de los chicos solicitantes de asilo que integran el grupo puedan ver el partido desde España; pero tienen claro el plan para la tarde del domingo: a la hora de siempre, y en el sitio de siempre. Solo hará falta un balón.
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