Todos sabemos quién es Karla Sofía Gascón –y no me refiero a su identidad– porque desde hace unos meses nos la han metido hasta en la sopa. Todos sabemos también, desde hace pocas semanas, que nos han preparado para olvidar a KSG y pronto ya no sabremos si era la concursante de algún reality o qué era. En ese proceso –de la presencia constante al olvido que será– está la película, la buena, la que está por hacer. No la del tal Jacques Audiard que dice tonterías sobre el español y la pobreza y que, además, –escondida KSG de la promoción hollywoodense y desaparecida su imagen del cartel– sospechamos que va a tener corto recorrido en los premios. Ahora la suya es una película coja –como el conocimiento de su director sobre las lenguas–, aunque tampoco antes supiéramos qué clase de película era, más allá de una película según los dictados de la época.
Han sido estos mismos dictados de la época quienes han enviado a su protagonista al limbo y yo no sé a qué están esperando los directores más jóvenes para contratar a KSG como actriz de su próxima película. Esta sí, la película de la que hablo; esta sí candidata y con posibilidades de Oscar: la evolución de un personaje creado como negocio y su viaje de la apoteosis a la nada.
«De KSG, sacrificada con sus propias armas por sus camaradas, no han quedado ni las cenizas»
Dicen que KSG se atrevió, antes de su fama actual y supongo que en busca de un fragmento de la misma, a criticar –con más torpeza o con más gracia– los dogmas de fe de nuestro tiempo más reciente. Estaba en su derecho, pero como no tengo twitter, escribo de oídas y puedo equivocarme. Una sagaz periodista se puso a buscar y halló las dosis de curare necesarias en la red de Elon Musk. ¡Traición, anatema, a la hoguera!, ha gritado el coro de medios y redes sociales. Y de KSG, sacrificada con sus propias armas por sus camaradas –ya saben, las revoluciones arrasan hasta con los suyos– no han quedado ni las cenizas. Pero… Siempre hay un pero. Y en este caso es que KSG no da la impresión de ser persona que se achante.
O sea que es el momento del ave fénix. Si aparece un buen director y un mejor guionista tenemos a la vista un remake de Barry Lyndon, mezclado con Decadencia y caída del imperio romano, de Gibbon. Todo dependerá de la ambición del guionista y del director: si película personalista o friso de época en sus últimas boqueadas. El proyecto promete y por supuesto, Audiard no sirve, por reincidente, faltón y traidor a su actriz, del mismo modo que el actor Timothée Chalamet lo fue a su director Woody Allen. Sugiero una revisión de Intolerancia de Griffith como alimento estrictamente cinematográfico del proyecto. Según el sesgo que le den, incluso logran que Elon Musk produzca esa peli y Trump, un suponer sicalíptico, la apoye desde la Casa Blanca.
Sería un éxito: éste, de verdad, aunque la casta de Hollywood –la misma que ha hecho que Netflix abomine de KSG y derribe el pedestal donde la había colocado– frunciera el ceño y mirase entre mohines y escandalizados aspavientos hacia otro lado, para no intoxicarse.