Lo más increíble de los Sanfermines es que son verdad. Podría uno figurárselos con solo contemplar el cartel que anuncia la Feria del Toro. Uno mira la obra de Indalecio Sobrino y tiene escrita media novela de la generación perdida. De entre la pintura se aparece un torilero, viste boina verde con cintas, medias blancas, casaca roja cruzada, en las manos lleva la llave de las puertas del destino. Ajena a lo que se viene, la muerte rasea, liviana, alegre y musical los tendidos de sol, cuajados de charangas, camisas con lamparones de sangría de vino en la pechera y gente que se besa en la boca. Si dijera que ese tipo sonriente que larga los Miuras de la oscuridad del chiquero donde habitan las sombras, en su trabajo prepara los cadáveres en el tanatorio de Pamplona, que hace tres años lidia con una leucemia, que un Miura le aplastó la cabeza hace veinte años, me dirían que me lo estoy inventando, pero repito que lo más increíble de los Sanfermines es que son verdad.Si el Juan Cantueso de Quiñones nació entre las tripas de un atún, Dani Azkona (Pamplona, 1961) vino al mundojunto a los corrales de los toros, en los antiguos del Gas donde se colaba siendo un muetico (niño en navarro) a soñar toros por las troneras. En aquellos días, con catorce años los chicos ya se metían a correr el encierro. «Nos escondíamos en un portal en la Estafeta para que no nos calaran. Después del segundo cohete, contábamos en alto hasta diez y de pronto salíamos a la calle y a correr». Más tarde le cogió el gusto a aquella primera zona de la curva de la Estafeta por el lado izquierdo y allí pegados a la pared esperaban a los toros que por el efecto centrífugo de la curva más famosa de los sanfermines, llegaban metiendo los pitones en los telefonillos. «Cuando salíamos y echábamos a correr, llevábamos todo el bacalao en el culo».A aquel pibe lo bautizaron como ‘Cebadita’ porque se decía que en la finca de las Zorreras de los herederos de Cebada Gago , mítica ganadería de Pamplona, Dani era un torillo más. Aquella ha sido su segunda casa y durante muchos años, Daniel fue muleta de Don Salvador, el patriarca ganadero, que vivía los sanfermines apoyado de su brazo.Antes DespuésHace veinticinco años la Casa de Misericordia contrató a Azkonade torilero. Justo después del encierro su labor consistía en abrir la puerta de toriles a las vacas que despiezan a los guiris en la suelta de después. Claro que, durante unos años, seguía corriendo y ejerciendo su trabajo desdoblándose cada mañana en una maniobra imposible. Tuvo que dejar la curva porque «tenía que llegar al curro», así que entraba a la plaza con la manada. Un día, Dani no entró. En 2003, un toro de Miura se volvió, lo cogió, le aplastó los huesos frontal y temporal y le dejó la cabeza como una sandía rota. A los días volvió al trabajo con 90 puntos de sutura y una amnesia que le duró meses. «Fue difícil porque perdí toda la memoria a corto plazo: saludaba a alguien y a los diez minutos lo saludaba de nuevo como si no lo hubiera visto«. Sigue corriendo los encierros que no son el de Pamplona. Hace unos años, en Alfaro, un toro jabonero le hizo hilo, lo agarró en el lado derecho de la calle y volvió a abrirle la cabeza.La vida y la muerte quedan muy cerca y Azkona tiene una llave que abre la puerta entre los mundos. La oscuridad del chiquero y la luz del tendido de sol las separa una membrana invisible que se abre seis veces al día como una puerta cósmica. El torilero es ceremonioso en sus gestos y dota a cada movimiento de la parsimonia que el ritual necesita. Cuando el torero está preparado, le extiende las manos en señal de que va a soltar el toro. El año pasado, el torero Borja Jiménez quedó dos minutos a portagayola, de rodillas frente al cañón negro de la puerta de toriles, y el toro no salía. «Estaba yo más nervioso que él», recuerda Daniel.A veces en el toro y en la vida, las cosas no salen como se esperaba. La esposa de Azkona –Isabel, «una mujer impresionante»– murió hace unos años por una enfermedad mental y se quedaron solos él y su hija Elisabeth, un binomio inseparable en esta aventura. Ella desveló hace unas semanas que su padre se trataba desde hace tres años de una leucemia.Dani Azkona Edu SanzDani Azkona es un tipo sonriente y mundano, pero a la vez espiritual, casi metafísico. Estudió varios años para teólogo en Salamanca. Después hizo otras cosas en la vida y hace 25 años, cuando se hizo torilero, también empezó a trabajar de tanatopractor en un tanatorio de Pamplona. «Soy muy bueno en mi trabajo, no te creas. Vivo rodeado de muerte. Mi consejo es que aproveches cada día de la vida».Muchos toreros –de natural tan supersticiosos– han pasado por los sanfermines sin saber que el que les abría las puertas de la suerte era el que maquillaba y preparaba a los cadáveres. «Otros sí que lo han sabido y nunca les importó». Estando un día en el patio de caballos antes de la corrida, Jaime Padilla , subalterno de Juan José Padilla –ídolo de Pamplona donde venden a los niños piruletas con su cara– le pidió fuego, y Azkona le ofreció un mechero del Tanatorio de San Alberto. Padilla torció el gesto y le quitó el mechero. Un rato después, mientras el Ciclón de Jerez paseaba las orejas en una triunfal vuelta al ruedo, su hermano le gritó exultante a Azkona: «¡Por el mechero del tanatorio, Cebadita! ¡Ha sido por el mechero del tanatorio!»
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Las siete vidas de 'Cebadita'
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