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Las universidades danesas vetan a profesores extranjeros

by Marko Florentino
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En la aclamada serie francesa Oficina de Infiltrados, la sismóloga Marina Loiseau es entrenada por la inteligencia gala para infiltrarse en el programa nuclear iraní bajo la fachada de una investigadora extranjera en la Universidad de Teherán. En su remake estadounidense, The Agency, la joven aspirante a agente Ruiz Morata se convierte en especialista en movimientos tectónicos con una misión similar: infiltrarse en Irán. La cobertura perfecta. La ciencia como coartada.

Lo que antes se planteaba como una hipótesis narrativa —la universidad como tapadera para operaciones de espionaje— se ha convertido ahora en una obsesión preventiva de la seguridad nacional. En Dinamarca, la paranoia geopolítica ha llegado a las aulas y se ha institucionalizado. La Universidad de Aarhus, una de las más importantes del país, ha comenzado a vetar sistemáticamente a investigadores extranjeros —en concreto de China, Irán y Rusia— por temor a filtraciones, infiltraciones o futuras presiones por parte de dichos gobiernos.

El procedimiento es bastante estricto. Cuando una candidatura procede de uno de esos países, se activa un protocolo automático de investigación, que incluye el análisis del historial académico, coautores, afiliaciones pasadas y temática de la investigación. Si existe el más mínimo indicio de que el candidato puede acceder a información considerada sensible —sobre todo en ciertas disciplinas: energía, agua, informática, tecnología cuántica— se rechaza la solicitud. No importa el currículum ni el impacto de sus publicaciones. Importa el pasaporte.

En lo que va de año, Aarhus ha rechazado 24 solicitudes, una de cada doce procedentes de esos tres países. Otras universidades, como Copenhague, Aalborg y Roskilde, han comenzado a aplicar filtros similares, aunque muchas se resisten a hacer públicos los datos. En Copenhague incluso se ha contratado a empresas externas para analizar los perfiles de riesgo. En Aarhus, por ejemplo, cinco analistas expertos en ruso, chino y persa trabajan exclusivamente en revisar solicitudes internacionales.

Nuevo paradigma

Lo que se impone, sin embargo, es un nuevo paradigma, el del conocimiento controlado, la movilidad académica vigilada, la cooperación selectiva. El principio de apertura que ha guiado a la universidad moderna desde el siglo XIX se ve ahora subordinado al de seguridad nacional.

Porque el otro efecto de esta política es evidente: se está vetando talento. No en función de su capacidad, sino de su origen. Se rechazan solicitudes de investigadores que podrían contribuir de forma decisiva a los avances en tecnologías sostenibles, inteligencia artificial, física o biomedicina. Investigadores que, en otras circunstancias, serían bienvenidos con los brazos abiertos.

Es comprensible que los gobiernos quieran proteger sus infraestructuras científicas. Las amenazas del ciberespionaje, el robo de patentes o la infiltración estratégica son reales. Pero también es legítimo preguntarse: ¿a qué precio? ¿Qué universidad queremos construir si la desconfianza se convierte en norma? ¿Qué ciencia puede crecer bajo la sombra de la sospecha?

Paradójicamente, Dinamarca ha sido durante años un modelo de apertura y excelencia en investigación. Sus universidades están entre las más prestigiosas de Europa, y su modelo de financiación y colaboración internacional ha sido replicado en varios países. Ahora, sin embargo, ese mismo sistema parece cerrarse sobre sí mismo, en nombre de una amenaza global que no siempre puede probarse, pero sí temerse.

Paranoia institucionalizada

Este es, en definitiva, el rostro de una nueva paranoia institucionalizada. Ya no hablamos de espionaje real, sino de riesgo latente. De una presunción de culpabilidad académica. Como en la Oficina de Infiltrados, el investigador ya no es solo un científico: es un posible agente. Como en The Agency, la universidad ya no es solo un lugar de saber: es también una pantalla.

Dinamarca justifica la medida por su responsabilidad institucional. El argumento es doble: proteger la investigación nacional y proteger a los propios trabajadores de ser presionados por potencias extranjeras. Es el principio de precaución llevado al extremo, donde lo hipotético se convierte en determinante. Y si bien es cierto que las amenazas de ciberespionaje y robo de datos son reales —como lo demuestran ataques recientes a universidades europeas—, también lo es que el conocimiento no florece bajo el miedo.

Todo esto ocurre, además, bajo la presidencia rotatoria danesa del Consejo de la UE, que ha dado prioridad en su agenda la defensa y la soberanía tecnológica. No es casual que estas políticas se estén aplicando ahora. Dinamarca aspira a ser un actor clave en el rearme europeo y, para ello necesita blindar sus activos estratégicos. El espionaje académico —real o percibido— forma parte de esa lógica de contención.

Y sin embargo, la historia nos enseña que las universidades han sido tradicionalmente lugares en los que incluso enemigos políticos encontraban espacio para el diálogo intelectual. El caso de los Cinco de Cambridge, por ejemplo, demuestra que el espionaje puede esconderse entre catedráticos y becarios, pero también que la vigilancia extrema no garantiza la prevención total. Kim Philby ascendió a los más altos niveles del MI6. Blunt fue caballero del Imperio Británico. Todos actuaron durante décadas sin ser detectados, en un contexto en el que los filtros de clase, no de nacionalidad, eran los predominantes.

Hoy, en cambio, el péndulo oscila hacia el lado opuesto: la nacionalidad se convierte en un estigma, y el aula en un filtro. Dinamarca no es un caso aislado, pero sí el más reciente. La ciencia ya no se mide solo por su capacidad de innovar, sino por su capacidad de resistir al miedo.

La pregunta clave es si este modelo es exportable. ¿Seguirán otros países el camino danés? ¿Estamos ante una tendencia irreversible en la Europa del siglo XXI? ¿Volverán las universidades a convertirse en espacios de confianza, o seguirán transformándose en zonas vigiladas, donde el conocimiento se comparte con pinzas?

Lo que queda claro es que, en este contexto, el investigador extranjero ya no es solo un científico, es una incógnita con potencial estratégico. Y la universidad, lejos de representar un espacio de encuentro y exploración, se aproxima cada vez más al terreno minado de la política exterior. Como en las series, pero esta vez sin guion.



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