«Junto al mar, en la Costa del Sol, allí le espera Tívoli». Es una melodía que resuena en el recuerdo de generaciones de malagueños que pasaron, primero siendo unos niños, y después junto a hijos y nietos, por el emblemático parque de atracciones de Benalmádena. Sus puertas se cerraron en septiembre de 2020. Su noria dejó de girar, las fuentes y el estanque del barco misterioso están vacíos y ya nadie experimenta el pellizco en estómago que producía su caída libre o la montaña rusa. Pero en Tívoli aún hay vida. De ello dan fe los pavos reales que aún se pasean por sus calles y plazas gracias a los antiguos trabajadores, que de forma altruista mantienen como pueden desde hace 1.480 días las piezas de este universo de diversión a la espera de que se resuelva la batalla judicial por la propiedad del parque.
Este domingo, la antigua plantilla, sus familias y vecinos de Benalmádena y otros municipios se han concentrado a sus puertas para clamar por una solución que evite el cierre y permita resucitar lo que para muchos era más que un simple puesto de trabajo. «Legalmente estamos fuera, pero emocionalmente seguimos aquí», así lo ha explicado a ABC Beli Nieto, para la que Tivoli ha sido y es parte fundamental de su vida. «Llevo aquí 30 años y he visto generaciones de malagueños disfrutar del parque. Es un lugar de ilusión que no podemos permitir que se pierda», ha asegurado.
Nieto llegó a Tívoli en 1994. Para entonces el recinto ya se ha había consolidado como un emblema de la industria del entretenimiento con más de dos décadas de historia desde que se inaugurara en 1972 como el primer parque de atracciones en Andalucía.
Fundado por la familia Olsen e inspirado en el famoso parque Tívoli de Copenhague, este espacio de 65.000 metros cuadrados fue escenario de momentos memorables en las tardes de verano de la Costa del Sol acogiendo a artistas de talla internacional como Julio Iglesias, Montserrat Caballé, Lola Flores, Rocío Jurado o Alejandro Sanz.
Poco queda ya de aquella época dorada mas que el recuerdo. Tras casi medio siglo de historia, el parque atraviesa uno de sus momentos más críticos, sumido en un complejo proceso judicial y financiero que mantiene en el aire su futuro y las posibilidades de que vuelva a ser un motor económico para la zona y el sustento de más de un centenar de trabajadores.
El declive comenzó a hacerse visible con la crisis inmobiliaria de los años 2000, periodo en el que pasó por varias manos y enfrentó diversos conflictos legales hasta que, en 2004, el empresario cordobés Rafael Gómez ‘Sandokán’ adquirió el parque en una época dorada para su compañía Arenal 2000. Sin embargo, la posterior implicación de Gómez en la operación Malaya, junto con el estallido de la crisis de 2008, frenaron el desarrollo del parque y paralizaron proyectos de modernización.
De ahí en adelante, el parque entró en un declive financiero, acumulando una deuda que, según los informes más recientes, asciende a 11,5 millones de euros. El traspaso de Tívoli a la compañía Tremón en 2007 como parte de un acuerdo inmobiliario, solo empeoró las cosas. El grupo adquirió múltiples propiedades de Gómez, pero la venta quedó envuelta en disputas, ya que el empresario alegó no haber recibido nunca el dinero acordado.
Este conflicto legal persiste hasta hoy, con Gómez reivindicando la propiedad del parque y Tremón reclamando la titularidad del terreno, un litigio que ha llegado incluso hasta el Tribunal Supremo. Entre tanto, un administrador judicial declaró en 2020 a Tívoli World en concurso de acreedores debido a una deuda acumulada con Hacienda y la Seguridad Social. Pese a todo, el informe del administrador apuntó que el parque seguía siendo viable económicamente si se reabría, algo que noha ocurrido pero que anima a los trabajadores a continuar su lucha.
Juan Francisco Carmona es uno de los veteranos. Ha vivido de primera mano tanto los días de gloria del parque como los complicados momentos que comenzaron tras el cierre y recuerda cómo decidieron asumir la vigilancia y el mantenimiento para evitar robos y actos vandálicos. «Desde el primer minuto, sabíamos que la situación no pintaba bien», ha apuntado, «mientras los tribunales se pronuncian, decidimos mantener las instalaciones». Una tarea por la que no reciben ningún tipo de remuneración y que responde al vínculo emocional con el parque.
«Lo que más de un inversor ha visto es que es más barato arreglar que comprar. Muchos ven la posibilidad de reabrirlo» ha asegurado el empleado a las puertas del parque, al que define como un «icono» no solo por el empleo que generaba, sino «por lo que representa para tantas generaciones de malagueños».
Los trabajadores defienden que el parque era rentable cuando cerró sus puertas
Juan Francisco, como Beli Nieto, han puesto sus manos para evitar que Tívoli se pierda. «Hacemos lo que podemos. Limpiamos, cuidamos los animales, como los pavos reales que han estado aquí desde siempre. Ellos no entienden de cierres o dueños, necesitan comer todos los días».
A pesar de los cuatro años de cierre, trabajadores como Antonio Barrera, quien fuera jefe de seguridad, ha confirmado que el parque podría reabrir con un poco de esfuerzo. «En dos o tres meses podríamos ponerlo en marcha. Solo hay que limpiar, engrasar las atracciones y abrir las puertas», ha asegurado.
En ello confía la plantilla, que alguna vez contó con más de 200 trabajadores directos e indirectos. Todos con la vista puesta desde hace tiempo en volver a ver circular los «tivolinos» -su propia moneda- y «revivir momentos que jamás pensaron que volvieran a pasar…», como alguien canturreaba en la emblemática megafonía que resonaba de fondo al pasear por este rincón de felicidad y diversión en la Costa del Sol.