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Este año 2024 los aficionados al cómic y al humor gráfico tienen un doble motivo para recordar y releer a Quino. Hace ahora 70 años, en 1954, este maestro de la historieta publicó su primer trabajo en el semanario argentino Esto es. Justo una década más tarde, Primera Plana, definida por sus editores como «la revista de actualidad mejor informada», presentaba con éxito la primera tira de Mafalda.
El nacimiento de esta niña tan ocurrente, que odia la sopa y no tiene claro el futuro, supuso un antes y un después en la carrera de su creador. Y eso que ya había dado a conocer poco antes su primer libro, Mundo Quino, una obra reeditada de forma habitual desde entonces.
Hablando de reediciones, Lumen ha aprovechado este doble aniversario para incluir de nuevo en su catálogo el ya clásico Mafalda. Todas las tiras, que además se publica por primera vez en catalán. Asimismo, para que la presencia de Quino sea constante a lo largo de 2024, la editorial lanzará en mayo Universo Mafalda –un tomo repleto de información y curiosidades sobre el personaje– y en septiembre saldrá a la venta la antología La vida según Mafalda.
«Mafalda es una heroína de nuestro tiempo»
La frase que encabeza estas líneas fue escrita por Umberto Eco y suele aparecer en todas las campañas promocionales de los libros de Mafalda. El semiólogo y novelista italiano adoraba las tiras de Quino y entendió la originalidad del personaje, sobre todo en el contexto de los años sesenta.
«Mafalda –escribió Eco– pertenece a un país denso de contrastes sociales, que a pesar de todo querría integrarla y hacerla feliz, pero ella se niega y rechaza todas las ofertas». En lo que se refiere a la política, la niña «tiene ideas muy confusas. No logra entender qué es lo que sucede en Vietnam. No sabe por qué existen los pobres. No se fía del Estado». Y sin embargo, «sólo una cosa sabe claramente: no está conforme».
En todo ello, Quino no era muy distinto de su criatura. Lo dejó entrever en más de una ocasión. Cuando Osvaldo Soriano charló con él en 1972, el dibujante estaba promocionando el libro A mí no me grite. «Mi drama es que yo no tengo ideas políticas –decía Quino en esta entrevista, publicada en el suplemento cultural de La Opinión–. Me sentiría muy feliz de poder creer en algo. Hay gente que dice soy marxista, pero jamás leí a Marx. Me da vergüenza decirlo, pero es así. Yo no creo en nada… El ser humano es la única criatura que se perjudica a sí misma. Será porque piensa. Pero ya que Dios le dio la inteligencia, hubiera sido preferible que le diera más. Eso es lo que me da bronca».
Maestro de dibujantes
Habrá quien le reproche al dibujante argentino su falta de compromiso con esta o aquella ideología. Pero todo tiene su contrapartida. Sin necesidad de etiquetas, esa ética que a Quino le salía de forma natural, y que respondía a un procesado sensato de la realidad, le llevó a ser admirado por lectores de todas las ideologías.
Si hablamos de los méritos de alguien, siempre acabamos hablando de la consideración de otros sobre él. En este sentido, Quino fue muchas cosas, pero sobre todo, fue un maestro querido y admirado por sus colegas.
Cuando en 2014 se anunció que era el primer dibujante galardonado con el premio Príncipe de Asturias, otro humorista gráfico, Forges, celebró con estas palabras la decisión del jurado: «Los dibujantes hemos tenido dos padres y dos madres. Uno ha sido Quino y el otro ha sido Antonio Mingote».
Aquel premio subrayaba algo que, en el fondo, ya conocían sus lectores: el impacto creativo y sentimental de su obra en todo el mundo hispanohablante.
Vivir como si los adultos no existieran
A Quino, hijo de malagueños, le atrapó esta vocación siendo muy niño, gracias a su tío, el pintor y diseñador Joaquín Tejón, quien solía entretener a sus sobrinos haciendo dibujos con un lápiz azul.
Tras estudiar dos años en la Escuela de Bellas Artes de su ciudad natal, un jovencísimo Quino empezó a buscar trabajo en revistas y periódicos. Tardó en refinar su estilo, pero por el camino, consiguió el apoyo del gran caricaturista y editor Divito, fundador del semanario de humor Rico Tipo. Durante esa etapa, asimiló las cualidades de tres colegas de profesión –los franceses Bosc, Chaval y Sempé— y al igual que ellos, cultivó un humor de trazo preciso y elegante.
Como Sempé, el dibujante de El pequeño Nicolás, Quino también se hizo más grande al aproximarse al mundo a través de la bondad y el humor. Alejado de los temas coyunturales, fue creando en la prensa y en sus libros un universo propio: un mundo permanente, que no envejece.
La fragilidad de nuestra especie y la relación entre poderosos y débiles fueron sus temas predilectos. Así lo demuestra Mafalda, esa niña tierna y contestataria no ha dejado de interpelarnos desde 1964.
Aunque en este personaje y en sus amigos se advierte muy claramente la influencia de Charles Schultz –el creador de Carlitos y Snoopy–, Quino logró que la suya fuera un tebeo originalísimo. «No era la primera vez que una nena protagonizaba una historieta –nos dice el escritor argentino Blas Matamoro–. Los chicos de mi generación conocimos Periquita hace lo que puede [en inglés Nancy, creada por Ernie Bushmiller en 1938]. Era una nena excepcional por lo curioso de su familia. No tenía padre ni madre sino la tía Dorita [Fritzi Ritz en el original], con lo que Periquita gozaba de una libertad para tejer su mundillo entre los amiguitos cercanos».
«Mafalda –añade– era otra cosa. Acababa de llegar a un mundo extraño y atractivo, el mundo de los mayores. Así consiguió interesar a sus lectores adultos porque les proponía –nos proponía– volver a nuestras infancias. Aquí el matiz es fundamental. No se trataba de volver a la infancia que podíamos recordar haber vivido, la infancia de los Reyes Magos, el Príncipe Valiente y Blancanieves, sino a la infancia jamás vivida. Este es el gran secreto de Mafalda, el poder sugerirnos una catarsis de madurez que dio la vuelta al mundo con la siguiente fórmula: veamos este mundo hecho por los mayores como si los mayores no existieran«.
La filosofía de una pequeña rebelde
¿Cómo logra Mafalda sortear los prejuicios? ¿Cómo consigue disociar su mente de las ideas preconcebidas por los adultos? Si el lector se fija en las primeras tiras que la niña protagonizó en la revista Primera Plana, a partir de septiembre 1964, antes de dar el salto al periódico El Mundo, queda claro que Mafalda emplea la sátira –una sátira ingenua, nada agresiva–, pero solo lo hace para explicarse a sí misma por qué nuestra sociedad es como es.
Aunque se trate de un personaje de ficción, disfrutamos de sus razonamientos como si fuera una pequeña filósofa. Claro que decir eso, aparte de caer en el tópico, le añade a este personaje unas ínfulas que no tiene. ¿Pretende Quino hacer un tratado de la condición humana? La respuesta es, naturalmente: no. El dibujante evita pillarse los dedos en esto. La suya es una sabiduría de andar por casa. Surge sin pretensiones. Por eso Mafalda se rebela cuando la vida le viene estrecha, pero siempre con un tono inocente, luminoso, tan ligero como el aire de un globo.
Uno busca alivio en las viñetas de Mafalda porque, en el fondo, más que un personaje es un estado de ánimo. Pese a la brevedad de sus tiras, sentimos que su lectura es, bastantes veces, más provechosa que la de un ensayo. Como escribe Javier Pérez Andújar en su Diccionario enciclopédico de la vieja escuela, «todo está en los libros, principalmente en los tebeos. Cuando a los libros les quitas los dibujos solo queda el bla, bla, bla…)».
¿Es posible sacarle brillo al ingenio sin caer en el sarcasmo? ¿Se puede ser ocurrente sin perder la humildad? Ese fue el reto de Quino y puede que sea uno los grandes incentivos para recuperar su obra. Él mismo se lo planteaba así a Osvaldo Soriano: «Sé que tengo algunas ideas buenas, pero eso lo atribuyo al exceso de paciencia que tengo. Soy capaz de pasarme cuatro días con una idea, dando vueltas hasta que sale algo potable. Y a veces, el resultado no justifica los cuatro días de trabajo».
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