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Lecciones olvidadas y cuentos de terror, por Manuel Arias Maldonado

by Marko Florentino
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Pese a que la actualidad no da tregua y casi se nos ha olvidado ya, conviene recordar que Pedro Sánchez prometió hace poco más de una semana legislar contra los medios que no le son afines; siendo imposible saber si se trata de un farol sin consecuencias o de un proyecto cuyo contenido se conocerá en las próximas semanas, no está de más reflexionar un poco (más) sobre el asunto.

Y lo primero que hay que decir es que Sánchez ha demostrado una vez más una notable destreza a la hora de manejar las emociones de sus votantes. Porque ¿quién podría manifestarse a favor de la mentira y en contra de la verdad? ¡Nadie, por supuesto! Basta echar un vistazo a las redes sociales para constatar que abundan entre nosotros los partidarios de sancionar la desinformación o de permitir al Gobierno —ahora que gobiernan los suyos— decidir quién puede decir qué y bajo qué circunstancias. Ni que decir tiene que estamos ante un viejo invento de dictadores; el poder estatal se usa como medio para acabar con el pluralismo y la información se sustituye por la propaganda. Y es que las dictaduras quieren monopolizar la verdad y las democracias se conforman con dejar que prime la libertad. Si esta apuesta presenta riesgos, más vale asumirlos; no existe alternativa.

Por eso desconcierta o deprime que algunas sociedades, la nuestra entre ellas, se muestren tan pertinaces en el error: ¿cómo es posible que volvamos una y otra vez a las andadas, incurriendo en las mismas desviaciones y sucumbiendo a las archiconocidas tentaciones del iliberalismo de vocación autoritaria? Tenemos incluso ejemplos históricos que habrían de cumplir una función pedagógica: la fuerte censura del primer franquismo, el tímido aperturismo de la ley Fraga, la proliferación de medios libres en la Transición. No parece servir de mucho; el «control democrático» de los medios tiene, paradójicamente, buena prensa. Se ve que los seres humanos no cambian y por eso la política tampoco lo hace demasiado. Y se ve, también, que en España hay menos demócratas de lo que creíamos; habrá que acostumbrarse.

Ahora bien: de la prioridad otorgada a la libertad de información no se deduce que en la esfera pública democrática pueda mentirse con impunidad. Dígase al respecto lo que se diga, todas las libertades expresivas conocen límites constitucionales y quien se sienta perjudicado por terceros puede buscar amparo en los tribunales. Todo esto ya lo sabe Sánchez, aunque sus palmeros habituales quizá lo ignoren —eso en el mejor de los casos— o finjan ignorarlo. Ocurre que su maniobra —ya veremos en qué queda— no tiene nada que ver con la defensa de la verdad: se trata del intento por convertir la crítica legítima y la información veraz en prácticas de riesgo sometidas a la censura del Gobierno. Huelga decir que el líder socialista se presenta como salvador de una democracia amenazada por los bulos de la ultraderecha; como si hubiera que darle las gracias.

«Otros siguen pensando a estas alturas que los algoritmos y las ‘fake news’ determinan las creencias de los ciudadanos»

Desafortunadamente, esos cuentos infantiles son bastante populares; mucha gente cree que el Brexit no se habría producido sin la filtración de datos de Facebook o que Donald Trump debe todo su éxito a Twitter. Otros siguen pensando a estas alturas que los algoritmos y las fake news determinan las creencias de los ciudadanos, de manera que el problema estaría en las empresas que —imaginen— hacen negocio con los titulares. Da igual que los trabajos empíricos descarten estas fantasiosas hipótesis; lo importante es dar la razón al presidente y que ganen los nuestros.

Ahora bien: lo que causa la mayor de las perplejidades es que se aplaudan tales argumentos, siendo Sánchez, precisamente Sánchez, quien los formula. Nadie ha mentido tanto como él, empezando hasta donde sabemos por su tesis doctoral, ni demostrado menor respeto por la deliberación pública. Sin embargo, nuestros demócratas le darían el poder de decidir lo que sea o no veraz. Y ahí es donde el cuento infantil se convierte en cuento de terror. Así que si alguien encuentra el interruptor, por favor que encienda la luz.





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