Dice Leiva que nunca había notado el paso del tiempo. Hasta ahora. «No he pasado las crisis de los 30 ni de los 40, tengo mucha tendencia a mirar hacia el futuro y muy poca a mirar hacia el pasado», reflexiona. Pero en menos de un mes cumplirá 45 y eso no deja a nadie indemne. Ni siquiera a una estrella del rock, o quizá, precisamente, mucho menos a una estrella del rock.
Puede que hayan tenido algo que ver sus problemas con una cuerda vocal rebelde, empeñada en hacerse más y más fina y dejarlo más y más afónico; o esas canas que asomaron no hace tanto como un recordatorio cruel y plateado de que los cuerpos se estropean y de que en eso, como en tantas otras cosas, hay poca vuelta atrás posible. El caso es que a Leiva le ha dado por ponerse ante el espejo y el resultado es Gigante, un disco autorretrato, el más confesional y explícito de su carrera, dice él.
«Me queda un tris para tener 50 tacos, y ahí ya le das la vuelta al jamón, ¿no?».
Y eso que todavía no se ha percatado de que han pasado dos décadas desde aquel terremoto Animales que le cambió la vida.
La luz entra a raudales por el techo acristalado del antiguo taller mecánico en el corazón de Vallecas donde hacen su magia colorida Boa Mistura, autores de la edición Deluxe de su sexto álbum de estudio, en forma de mirilla caleidoscópica por la que asomarse a hurtadillas a todas las caras del artista, las buenas y las menos favorecidas. Saluda Leiva, alto, delgadísimo, pertrechado con su eterno sombrero y ese aire bohemio de cowboy despistado, como si acabara de caer desde otro tiempo y no se ubicara nunca del todo. «Todo el mundo sabe ya que soy tuerto,/ que desnudo parezco un insecto y vestido un señor«, canta en Ángulo Muerto, y no por casualidad para la portada de Gigante ha elegido el insecto.
«Mis propias limitaciones vocales han hecho que en los últimos tiempos esté muy concentrado en la escritura. Estoy escribiendo mucho, muchísimo, y mi compromiso con el texto es mucho mayor», analiza. «Yo creo que estoy reconciliándome conmigo mismo y poniendo palabras a cosas que no me he atrevido a nombrar antes. Ha sido muy liberador darme cuenta de cuál es mi lugar en la música, que cada vez tiene más que ver con las canciones y menos con las melodías o con la voz. Siento que yo soy un vehículo para historias más que un cantante, ése es mi sitio».
Pero arranquemos por el principio, por el tema que da nombre al disco y lo inaugura. «En tres añitos y un día se acabará por siempre/ el mito, la bohemia y el canto./ Los chavales ya no quieren canciones tristes,/ sólo necesitan un iPhone».
- Sí se nota un rencor gigante ahí, sí…
- Es una realidad. Ahora mismo es muy difícil mantener el misterio. Todo es muy explícito y hay una exposición excesiva de todo el mundo, también de los artistas. A mí me gusta mucho pensar dónde estará la gente, qué estará haciendo, y ahora me lo están contando todo el tiempo. Corren tiempos donde hay muy poco espacio a la imaginación, y a mí eso me aburre muchísimo.
- Ha pasado algo más de un año y medio alejado de los focos. ¿Con qué ánimo vuelve?
- Pues siendo muy sincero, mi sensación es que me apetece muy poco hablar de lo mío y mucho tocarlo. Siento que tengo menos cosas que decir fuera de los escenarios, que la parte de explicar de dónde vienen las canciones cada vez sucede de una manera menos lógica y me cuesta más. Cada vez me divierte más tocar y menos hablar.
Touchée.
Por si ponerse en pelotas en la portada del disco no fuera suficiente declaración de intenciones, Leiva directamente se canta a sí mismo en un tema que ha bautizado cariñosamente Leivinha, y en el que confiesa alguna que otra debilidad: «La exposición me perturba/ y entro en pánico antes de salir a tocar./ Nunca me sentí a la altura/ de esos focos deslumbrantes«.
- ¿El síndrome del impostor no se supera por más años que pasen?
- Nadie sale vivo de lo público, es imposible llevar esto de una manera razonablemente sana. Las personas que estamos más expuestas tenemos muchos más problemas con nosotros mismos porque tenemos mucho espacio para la comparación, porque sentimos que estamos en deuda con un montón de gente que nos sigue. Mira, los privilegios no tienen nada que ver con las inseguridades. Parece que tener una economía saneada o dedicarme a lo que me gusta me exime de dudar de mí mismo. Yo soy un saco de complejos y los voy gestionando como puedo. Y no son complejos complejos, valga la redundancia, sino más bien infantiles.
- ¿Por ejemplo?
- Muchas cosas estéticas, miedos muy básicos que tienen poco que ver con reflexiones profundas. Me siento con un terapeuta y en 10 minutos me caza. Joder, me doy cuenta de que envejezco, es que yo hace dos años no tenía canas. Es una cosa muy superficial lo que estoy diciendo, pero de repente digo: ¿qué ha pasado aquí? Coño, estoy entrando en un lugar nuevo, ahora sí.
«Busco constantemente triquiñuelas para seguir ilusionándome, es fácil convertir la música en rutina y yo me aburro»
- Lo de irse al campo quizá también tiene que ver con envejecer, y no es el único artista que se apunta a lo rural. ¿Está perdiendo atractivo Madrid para una generación de rockeros?
- Desde luego. Empieza a parecerse mucho a Londres, a Barcelona, a las Roma y Condesa de Ciudad de México, al Palermo de Buenos Aires. Empieza a ser un lugar muy colonizado por turistas, un sitio de tránsito, y a perder esa parte más local. Los barrios están desapareciendo. Yo lo acuso mucho porque soy de Madrid y cada vez me cuesta más Madrid, así que me voy temporadas a vivir a mi casa de campo, este año he estado más allí que aquí. La vida pasa de otra manera y me viene muy bien el contraste. Cuando termino el manicomio que es una gira me voy para allá a cultivar mi huerta y a respirar y a leer…
- A su barrio, la Alameda de Osuna, le compone una canción en este nuevo álbum. Nunca se ha ido de allí. ¿Qué queda de aquel chaval de extrarradio en esta estrella del rock?
- La capacidad de asombro; la tengo intacta y me gusta mucho. También el sentimiento de pertenencia, me doy cuenta de que me debo a muchos códigos y a muchas cosas que pasaron allí, toda esa escena musical y artística ha dejado un poso enorme en mí. Un amigo mío dice que al aterrizar en Barajas, la Alameda tiene forma de guitarra. Había una vía de tren abandonada que cruzaba el barrio entero, y allí era donde nos juntábamos todos los chavales de muchas tribus urbanas: estaban Boa Mistura que eran los grafiteros, y había también muchos grupos de rock, mucho punk, mucho rapero, mucho breakdancer, muchas bandas de heavy metal. Decían que los chavales compraban fundas de guitarra vacías para ir por la calle y sentirse integrados. Y todo esto parece romántico, pero realmente creo que generó una sinergia muy fuerte y salieron grandes artistas de allí.
Y de la Alameda de Osuna a Tornillo, en Texas, donde se ha gestado gran parte de Gigante y donde Leiva ha palpado de primera mano el cambio profundo que ha llevado a Trump de nuevo a la presidencia. «Estamos atravesando un momento súper delirante y súper peligroso», sacude la cabeza con resignación y resopla. Allí, en Tornillo, está el Sonic Ranch, el estudio de grabación más grande del mundo. «Hay algo espiritual, no hace falta ser muy cósmico para notarlo».
«Los privilegios no tienen nada que ver con las inseguridades. Yo soy un saco de complejos y los voy gestionando como puedo»
«El dueño del complejo es un hippy que se dedica al cultivo de nogales, es el que vende las nueces para los helados, con los años nos hemos hecho muy amigos», cuenta el músico. «Lo que tiene allí montado para la música es una cosa altruista. Me parece imposible que eso tenga un rédito económico porque tiene un gasto brutal. Es como un barco antiguo, como un viaje en el tiempo a los 60, todo lleno de cosas viejísimas pero muy bien cuidadas. Para alguien a quien le guste el universo analógico de la música es una pasada, tiene un espíritu claro. Un lugar muy especial».
Al Sonic Ranch de Tornillo se ha ido Leiva a grabar en cinta, a priori un sinsentido en la era digital, un capricho nostálgico, pero iba con un plan que tenía más que ver con lo práctico que con lo sentimental. «Tú vas cortando y pegando, cortando y pegando, y no te puedes equivocar muchas veces porque se acaba la cinta. Eso te exige tocar bien y estar súper concentrado y por eso voy. No por una militancia de lo analógico sino por pura disciplina. Y porque te obliga a convivir con los errores, que es algo terapéutico para alguien como yo. Cada toma es emocionante. Mi sensación es que busco estas triquiñuelas para seguir sintiéndome ilusionado con el oficio, ¿sabes?».
- ¿Es fácil perder la ilusión?
- Es muy fácil mecanizarlo. Piensa que éste es mi disco número 12, y a lo mejor la gira número 14 por el mundo. Al final, todo se convierte en rutinario. En este momento de mi vida, grabar de esta manera es una forma de activarme, de seguir encontrando trucos para pasármelo bien. Si estás siempre haciendo lo mismo, grabando en el mismo lugar, yo me aburro.
- ¿Cómo convive con la presión del algoritmo, con esa idea de que si deja de estar presente desaparecerá para siempre?
- Yo pertenezco a una generación a la que nunca le han dicho eso, o yo nunca me lo he creído. Eso nunca ha existido sobre mis hombros. Mi carrera empezó cuando no existían las redes y yo me he formado en el largo plazo, así que no he entrado a participar de ese manicomio. Yo me expongo en las canciones, no en las redes, y creo que mi público lo entiende y no me demanda que les cuente qué desayuno. Por el momento sigo al margen de eso, haciendo discos físicos absurdos que nadie entiende, ni siquiera Sony, y sigo apostando por imponer yo mis tiempos.
- Su disco tiene una edición Deluxe con un estuche artesanal de madera obra de Boa Mistura. La suya es una apuesta firme por la belleza.
- En todo lo que hago tiene que haber belleza y tiene que haber compromiso. Me parece importante que las canciones no sean una cosa efímera. Yo creo que este disco obliga a una segunda escucha, en la primera no te enteras de nada. Yo no puedo participar en contenidos de TikTok porque lo mío no se explica en 40 segundos. Hay que tener paciencia para seguirme y eso es algo que estoy intentando mantener. Ahí sí que milito.
«Yo no puedo participar en contenidos de TikTok porque lo mío no se explica en 40 segundos, requiere paciencia»
- Tras la última macrogira de dos años y más de 50 conciertos, plantea ahora un tour mucho más reducido: sólo 30 fechas en España y algunos conciertos en Latinoamérica. ¿Necesitaba bajar el ritmo?
- No, no tiene que ver con lo que yo necesito sino que está relacionado más bien con esa búsqueda de la belleza. Cuando una carrera toma una dimensión un poco más grande y tus aforos pasan de 10.000 personas, yo tengo identificado que no puedes hacerlo bien si te pasas de shows: te repites, tocas en lugares y con aforos que no son. Si quieres ganar dinero puedes hacer 70, yo podría hacer 90 y ganar el triple, pero ya me metería en polideportivos y pabellones muy complicados. Para hacerlo bien en España yo creo que no debes ir a más de 30 o 40 conciertos.
- Se cumplen 20 años de Animales.
- ¡¿Ah, sí?! ¡¿20 años de Animales?! No te puedo creer, me dejas alucinado.
- ¿No van a hacer nada para celebrarlo?
- Ese disco nos dio mucho. Probablemente, ese disco hizo que estemos aquí, tú y yo. Es increíble, no lo había pensado.
Y Leiva se queda allí, sentado, meditabundo: «Cómo no voy a temer el paso del tiempo…».