Pregúntele usted a un operario de una refinería de petróleo de Oklahoma qué es eso de la ‘gira por la libertad reproductiva’ de Kamala. O a un albañil de Utah qué le pareció su discurso sobre la justicia climática y medioambiental. Los eslóganes del buenismo ‘woke’ son como las pipas de girasol: no mantienen, pero entretienen. Y usted podrá tener un discurso perfectamente montado sobre justicia social, ecologismo, racismo, igualdad y todo lo que quiera. Pero al final es, siempre fue, la economía. El pueblo estadounidense, pragmático por naturaleza, lo sabe. Primero aseguremos las cosas del comer y después ya hablaremos de lo demás. Por eso ha ganado Trump, pese a ser un gañán teñido de rubio, manifiestamente machista, racista, faltón y grosero. Un completo impresentable. Pero ese es el personaje. El político ha demostrado que de economía algo sabe y ha trasladado la certeza de que con él, en eso, las cosas van a ir mejor que con los demócratas. Porque cuando la de Ubrique está llena es más fácil convencer al pueblo con esos discursos progres. Pero en un contexto como el actual, en el que el granjero de Texas ha perdido poder adquisitivo de manera flagrante y el agricultor de Iowa también le ve las orejas al lobo, pues eso. Que de lo que se trata es de llegar a fin de mes. Eso es así aquí y en Pekín, si a los pekineses les dejaran votar en libertad.Es así, o debería ser, en cualquier país desarrollado con una democracia asentada. ¿Estamos tiesos? Viene la derecha y endereza el rumbo de la economía. ¿Vamos más holgados? Pues la izquierda pone en marcha medidas sociales. De hecho, así fue en España durante 40 años. Sin embargo vivimos unos tiempos tan raros, de tanta polarización, que resulta que hay millones de españoles que prefieren estar tiesos antes que reconocer una virtud a la derecha. Gente que prefiere poder sentirse bien consigo misma enarbolando la bandera del feminismo mientras uno de sus grandes gurús se saca el pene en el ascensor ante una espantada actriz. O la de la igualdad, mientras cuatro niñatas llegan a ministras y hacen una ley que deja en la calle a miles de abusadores. Gente que habla de reparto de la riqueza sin darse cuenta de que aquellos a los que han votado no hacen sino robarles a base de impuestos y más impuestos. Se dejan meter la mano en los bolsillos y se tragan el rollo de «no es un milagro, son tus impuestos». Ya se ha visto para lo que han servido en Valencia. Da igual cuántos militares, policías, guardias civiles o rescatadores tengamos, y lo bien preparados que estén, si alguien no da la orden de que actúen de inmediato por miedo a beneficiar políticamente a su rival. Anda que si la DANA llega a descargar con toda su virulencia 200 kilómetros más arriba, en Cataluña, iba a pasar esto. Están allí desde el minuto uno a mayor gloria de Salvador Illa y de Pedro Sánchez. Pero como lo hizo en Valencia, gobernada por el fascista PP con Mazón de presidente –que también se ha lucido pero por otros motivos– pues pasó lo que pasó. Y aquí seguimos, peleándonos, polarizados perdidos. Más tiesos que la mojama pero con un Gobierno súper ‘social’. Los Kamala Harris del distrito de Moncloa. Buen nombre para una chirigota.
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Llegar a fin de mes
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