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La Edad Media, comprendida entre los siglos V y XV, fue una época de innumerables desafíos para sus habitantes. Entre ellos, el los duros inviernos y el escaso aislamiento de las casas suponían un desafío constante, especialmente en regiones de clima frío. A diferencia de la comodidad que brindan las viviendas modernas, equipadas con sistemas de calefacción y ventanas aislantes, las construcciones medievales carecían de tales adelantos. Esto obligaba a las personas a ingeniárselas para soportar las bajas temperaturas y garantizar su supervivencia.
La historiadora italiana Nuisia Raridi, en su canal de YouTube: Nu Post-Historia, Mitos y Folclore, ha arrojado luz sobre cómo se enfrentaba el frío en la Edad Media. Según Raridi, las viviendas de la época carecían de radiadores, chimeneas y cristales en las ventanas, lo que provocaba que las casas estuvieran constantemente atravesadas por corrientes de aire.

Las viviendas medievales presentaban características que dificultaban la retención del calor. La ausencia de chimeneas obligaba a encender fuegos en el centro de las habitaciones, lo que generaba ambientes llenos de humo y poco confortables. Además, las ventanas, cuando existían, eran pequeñas y no contaban con cristales, sino con contraventanas de madera o telas enceradas, lo que limitaba la entrada de luz y aumentaba la sensación de frío.
La construcción de las viviendas también contribuía a la falta de aislamiento térmico. Muchas casas estaban hechas de madera y otros materiales que no ofrecían una protección adecuada contra las bajas temperaturas. Esta situación se agravaba durante la (Pequeña Edad de Hielo) en el siglo XIV, un período de enfriamiento global que pilló a Europa desprevenida y aumentó las dificultades para mantener el calor en las casas.
1. Camas con dosel
Ante estas adversidades, los habitantes de la Edad Media desarrollaron estrategias ingeniosas para combatir el frío. Una de las soluciones más destacadas fue el uso de camas con dosel. Estas camas, equipadas con cortinas gruesas, no solo ofrecían privacidad sino que también ayudaban a retener el calor corporal durante la noche, creando un microclima más cálido en su interior.
2. Muchas mantas
La forma de vestir también jugaba un papel crucial en la protección contra el frío. Se utilizaban prendas de lana y otros materiales aislantes que cubrían la mayor parte del cuerpo. Además, en algunas regiones se desarrollaron tejidos específicos, como el loden en Austria, una tela impermeable y abrigada creada en la Edad Media para protegerse del frío y la nieve.

3. Reuniones en la misma habitación
Los dormitorios no solo servían para dormir, sino que también eran espacios donde se realizaban diversas actividades cotidianas, aprovechando el calor generado por la presencia de varias personas en una misma habitación. Además, se recurría a la construcción de pozos de nieve o neveros artificiales para almacenar hielo y conservar alimentos, lo que permitía disponer de productos frescos durante el invierno.
4. Una dieta muy calórica
La alimentación también se adaptaba a las necesidades energéticas del invierno. La dieta se basaba en platos calóricos y reconfortantes, como el atascaburras manchego, una preparación a base de bacalao y patatas, que ayudaba a mantener el calor corporal. Este plato tiene sus raíces en la influencia de comerciantes nórdicos durante la Edad Media, quienes introdujeron el bacalao en la Península Ibérica.

A pesar de las limitaciones tecnológicas y materiales de la época, desarrollaron soluciones efectivas para enfrentar las inclemencias del clima. Estas estrategias no solo garantizaban la supervivencia, sino que también fomentaban la cohesión social y el desarrollo de tradiciones que perduran hasta nuestros días.