Fue el irremediable aplazamiento del regreso de Morante, con la plaza de toros de Olivenza convertida en una atlántica laguna, la excusa perfecta para que tantos aficionados cambiaran las almohadillas de mantas estriberas por las butacas de las salas de cine. Una tarde que … no estaba para torear, sino para ‘Tardes de soledad’. La película que refleja la paradójica soledad del torero más multitudinario del momento; su silencio bajo el ruido más hostil. Una película exenta de la belleza artística de la tauromaquia, aunque cargada de autenticidad a través de sus dos grandes realidades: la entrega del matador y la muerte del animal. Un eje narrativo (el de la muerte) que parece ser el principal y único fin de la obra. Mueren varios toros, y a punto está de morir el torero en Santander. Su reflexión (casi) ‘post mortem’ aparece como la gran revelación del largometraje, los pensamientos de quien acaba de apretar el gatillo en una ruleta rusa. «He tenido un ángel; me ha perdonado la vida», decía el torero vestido de cirujano a bordo de un coche de cuadrillas lleno de lágrimas y satisfacción.
La obra podrá gustar o no hacerlo, pero es difícil no salir de ella (al menos en su primera hora) impactado y admirando al torero. Incluso sin haber captado o mostrado el director un único momento artístico suyo. Porque enfrenta los dos argumentos principales del debate sobre la tauromaquia –verdad y muerte–, sin reflejar algo más a favor de la fiesta. Albert Serra será un genio cinematográfico, pero también es un pésimo realizador taurino. No tiene tendencias excluyentes, ni tampoco gusto para todo lo que no sea la dureza del hombre y su violencia sobre el animal. No sobran los primerísimos primeros planos sobre los estertores del animal, pero faltan los planos generales de la estética del torero; la hondura de su toreo. La genialidad de la obra no pasa por el arte o la estética de la tauromaquia, sino por los sonidos. Por la atmósfera íntima que muy pocos conocen. La capacidad de separar el ruido de las plazas monumentales de la soledad del ruedo. Ni Juncal ni Ferdinand: ‘Tardes de soledad’.
Como hemos dicho, la polémica obra eleva a lo superlativo la verdad del torero. Beneficia por tanto a un Roca Rey que ha tardado casi un año en reconocer y acercarse a la película de su vida. Ahora, más que por propia convicción, parece hacerlo al rebufo del éxito de crítica y proyección. Y avala la teoría de quienes anunciaban diferencias entre su entorno actual y la por entonces apuesta personal de Roberto Domínguez, quien, con sus errores y aciertos, sí creyó sin complejos en esta producción. Una visión, la de Domínguez, tan diferente a la de quienes han encorsetado a un torero que, lejos de la cara del toro, busca un alivio constante. En sus entrevistas –pues sólo se enfrenta a periodistas que le preguntan por sus novias, por Victoria Federica, por la moda y por la cocina– y en muchos de sus carteles –no sólo es que se anuncie con Cayetano Rivera en Sevilla, es que se ha sacado de la manga una pachanga en Illescas con Guillermo Hermoso y Olga Casado. De ‘Tardes de soledad’ a la ‘Corrida de la Juventud‘. ¿De quién fue la idea?
A estas alturas, nadie dudará que desde esta tribuna se le ha exigido acorde a su condición de máxima figura, y que así lo seguiremos haciendo, pero también debemos reconocerle la verdad absoluta que nos muestra en la película. Una entrega y un sufrimiento muchas veces ocultados por la frialdad de la plaza y su estilo arrogante. Las horas previas en el hotel, los silbidos en la plaza y la soledad de la enfermería humanizan al héroe, que aparece casi tantas veces vestido de luces como con el terno del quirófano. Su mayor equivocación fue no presumir antes de esta película, que es su película y que lo eleva a la cima de los heroicidad. ‘Tardes de soledad’, aún en cines…
