Decía el otro día Pere Aragonès que «Dios no fijó como un mandamiento la unidad de España». Desde luego que no. Entre otras cosas, porque los españoles no se encomendaron tan alto para esa misión. Simplemente, lo dejaron escrito en una Constitución que fue aprobada en referéndum por el 87,78% de los votantes, entre ellos, más del 90% de los catalanes. La Constitución, como bien sabe Aragonès, es reformable, incluso para introducir la posibilidad de que una de las comunidades autónomas deje de ser española. Pero ha de hacerse -caprichos de un Estado de Derecho- de acuerdo a las leyes y a la voluntad mayoritaria de los ciudadanos.
Puesto que los nacionalistas catalanes se sienten superiores a los demás españoles, desobedecen las normas que rigen para todos y exigen leyes exclusivas para ellos. Desde que Pedro Sánchez está en el Gobierno, han comprobado que, si se dan las circunstancias adecuadas, su demanda, por injusta y antidemocrática que parezca, no es imposible. Han comprobado que, cuando Sánchez necesitaba sólo los votos de ERC, que reclamaba la abolición de los delitos que habían cometido y pensaban volver a cometer, el Código Penal fue cercenado para eliminar esos delitos. Más tarde, cuando Sánchez precisaba también de los votos de Junts, que exigía la ley de amnistía, la demanda fue satisfecha de forma inmediata y a plenitud, en contra de las recomendaciones de jueces y expertos españoles y europeos, prescindiendo de un adecuado proceso legislativo y desoyendo la opinión de la mayoría de la población.
«Desde que Pedro Sánchez está en el Gobierno, los nacionalistas catalanes han comprobado que, si se dan las circunstancias adecuadas, su demanda, por injusta y antidemocrática que parezca, no es imposible»
Es lógico, por tanto, que los nacionalistas hayan llegado a la conclusión de que, en cuanto nuevas circunstancias políticas lo aconsejen -por ejemplo, la aprobación de un Presupuesto-, Sánchez accederá a sus próximas y definitivas reclamaciones: la independencia fiscal y el derecho de autodeterminación. Ambas cosas equivalen, de hecho, a la ruptura de la unidad de España y, por tanto, al quebrantamiento de la Constitución.
Ignoro la España que quedará si todo esto avanza. Confío en que no llegue a ocurrir, pero lo cierto es que el nuevo procés que puede surgir de las elecciones del 12 de mayo encuentra al Estado democrático más debilitado y desarmado de algunos de los instrumentos legales con los que fue derrotado el de 2017. Cabe esperar que la presión conjunta de las instituciones europeas y de la sociedad española pueda desbaratar los planes independentistas, pero será más difícil esta vez, en la que el Gobierno de la nación puede llegar a ser cómplice del disparate.
En todo caso, es triste pensar lo que quedará de España después de todo esto. En el mejor de los casos, un país legalmente unido, pero socialmente dividido y enfrentado, con un reverdecimiento de viejos odios anticatalanistas y antiespañoles, con una izquierda desconectada del sentimiento y los intereses mayoritarios, con una sociedad agotada por estériles reivindicaciones territoriales y mezquinas disputas políticas e incapacitada para afrontar los enormes retos verdaderos.
Más grave aún sería la consumación de la injusticia que dividiría a los españoles entre ricos y pobres simplemente por el hecho de haber nacido en un lugar u otro de nuestra geografía, tal como ocurre ahora mismo entre un danés y un congoleño, que es en lo que consiste el llamado pacto fiscal. Y un daño irreversible a la mera existencia de España sería la ruptura del principio de soberanía establecido en nuestra Constitución para conceder a un determinado grupo de españoles el derecho a declarar a otros españoles extranjeros dentro de su propio país, que no otra cosa es el llamado derecho a decidir.
«Es triste pensar lo que quedará de España después de este nuevo procés. En el mejor de los casos, un país legalmente unido, pero socialmente dividido y enfrentado»
No sé lo que quedaría de España después de eso. Porque España no es un espacio en el mapa sobre el que se pueden tirar líneas y dibujar fronteras. Además de su historia y su identidad colectiva, España está sostenida hoy sobre un proyecto compartido que garantiza la libertad y los derechos de sus ciudadanos, al tiempo que los protege y les procura prosperidad. No sé si lo que quede de España será capaz de cumplir con esos objetivos. En el camino, en este insensato laberinto político al que nos ha conducido la ambición de poder de un solo hombre, ya hemos reducido algunos de esos beneficios, hemos envilecido la convivencia, hemos degradado nuestra democracia y hemos empobrecido nuestro país.