El joven primer ministro de Francia, Gabriel Attal, ha prometido en la noche parisina rehabilitar la autoridad, los deberes y el honor de la nación. Toda esta leyenda, con sus más y sus menos, toda esta espiral de crueldad gratuita, esta adicción de «algunos jóvenes» a la violencia suena un poco a los sueños de un normalier. Quiere decirse que en Francia la educación siempre tiene un matiz de ciudadanía modélica, de civilización, que queriendo perpetuar los citados valores de la República, retorna a algunos tópicos de la derecha clásica, bonapartista. Se le acusa sin fundamento histórico en The Guardian de acercarse a las posturas extremistas de Le Pen, que está liderando las encuestas de las elecciones europeas.
Hay que empezar por decir que el mito de la educación, cuyo folclore es la enseñanza, hace mucho tiempo que perdió su carácter reverencial y jerárquico. En España, por comparar, seguimos sumidos en el reduccionismo propio de adolescentes que identifican el pasado con la mentalidad dictatorial y confunden la autoridad con el autoritarismo. Francia puede aún reclamar el orden y la autoridad como principios modélicos, republicanos, propios de una sociedad laica, jerárquica, patriótica y bastante mejor educada. Esto es lo que sigue caracterizando a la población francesa, cuyo único pecado es sentarse frente a la televisión a consumir satanismo, que es la comidilla de los sucesos.
Los medios y las redes ofrecen a los franceses su dosis diaria de violencia callejera y así, el señor Attal hablaba ayer de «adicción a la violencia» sin aclarar el equívoco. Nosotros no estamos mucho mejor. Asistí a un desayuno de medios y directivos de informativos este viernes en el Club Financiero Génova en Madrid (que se aproxima bastante a París), y comenté lo mismo, que cada vez más nuestros informativos se llenan de sucesos, de violencia y noticias macabras del tipo hombre come perro. Hoy por hoy, lo más parisino que queda en Madrid es esa adicción a los sucesos, la vieja fascinación con la maldad. Quiero decir que no nos entreguemos demasiado al modelo didáctico de aquel país porque está pasado, lo mismo que aquí está infantilizado. Y las modas de actualidad y novedad juvenil, lo que estos chavales hoy consumen, no es mejor que lo que los mayores miran en la tele. Así se descartaría el tema de la superioridad francesa y hoy podemos afirmar que nunca estuvimos tan cerca de nuestros queridos vecinos.
Lo más parisino que queda en Francia es la revista Charlie Hebdo, algún café donde va Carrère a escribir, el ángel de la plaza de la Bastilla y sus elites elitísimas. El problema de los «enemigos de la República», sí, es un problema que no ha resuelto nunca el gobierno francés, aunque ahora ya se empieza a mirar de frente. Francia cree tener un problema de educación de los jóvenes, pero lo que tiene es un problema cultural, ideológico, político y de desintegración de los valores republicanos. El punto occidental de este problema puede que lo resuelvan con un primer ministro al que no le tiembla la palabra, uno que está dispuesto a devolver a Francia al redil. El problema es que cuando tienes que reafirmar mucho tu autoridad es porque ya hace tiempo que la has perdido. Parece que el joven PM contará con recursos retóricos suficientes para atender a este asunto de la educación, pero sólo a la luz de unas elecciones europeas podremos entender lo que realmente preocupa a nuestros vecinos. Sospechamos que es un problema de dimensión europea y que nuestro amado mito de París ya no funciona.