Aunque se lo he oído atribuir a más de un preboste, creo que el dueño más probable de esta frase es John Foster Dulles, que fue secretario de Estado con el presidente Eisenhower. Refiriéndose a Anastasio Somoza, el tirano nicaragüense «Tachito», apoyado por EEUU contra la opinión de bastantes demócratas, se excusó políticamente diciendo: «Sí, es un h… de p…, pero es nuestro h… de p…». Resulta una justificación más que dudosa que ha sido implícitamente utilizada muchas veces, tanto desde la derecha como desde la izquierda. Los HDP son detestables, desde luego, y así se lo parecen incluso a quienes se benefician de ellos, pero también resultan útiles para muchos intereses y a veces se hacen insustituibles. Nadie se enorgullece de ser cliente de un gángster, pero, ya que sin duda existe ese gremio peligroso, más vale aprovechar sus prestaciones que quejarse vanamente al cielo. Hitler, Stalin, Franco, Pinochet… se impusieron por la fuerza y el miedo, desde luego, pero también tuvieron sus innegables partidarios, estentóreos o disimulados, como personajes de Los intereses creados, de don Jacinto Benavente. Los HDP son insufribles si están de lado del contrario o perjudican con sus violentos modales lo que nos beneficia: pero, si podemos rentabilizarlos, si en cierto modo «son de los nuestros», como dijo aquel yanki de pocos escrúpulos, sería imprudente tenerles por enemigos. En bastantes ocasiones, los HDP son atajos para conseguir lo que queremos y hasta colaboradores necesarios. Además, peores son los otros, los que nos llevan la contraria, los desobedientes, los que nos crean problemas: si el HDP de turno los mete en cintura, pues oye, bienvenido sea…
En el País Vasco, por ejemplo, pocos tienen el comportamiento de los etarras por modélico: sí, han hecho mal, pero en realidad no tuvieron la culpa del mal que hacían. Era el conflicto, la cerrazón del Estado, la brutalidad de la represión… Además, aunque lo que hicieron esté mal, no nos ha venido mal. A veces de lo malo sale lo mejor. Ahora nos respetan más a los vascos, nos temen más y se han dado cuenta de que les conviene estar a buenas con nosotros. Se ha visto que los «chicos de la gasolina», como les llamó Arzallus, eran nuestros chicos, HDP pero también hijos nuestros. Por eso hay que tributarles homenajes cuando salgan de la cárcel: para dejar bien claro que lo que hicieron fue por nosotros, para favorecer la conquista de lo que queremos. Y por supuesto nadie va a condenarlos, salvo los españolistas y los fachas. Puede que ahora ya no toque imitarlos, pero la admiración que no decaiga: abrieron paso a nuestros derechos, empezando por el de matar a quien nos cierra el camino.
Aún más significativa es la postura de extremistas de derechas e izquierdas frente a Putin. No se trata de apoyar el populismo, porque Putin es tan populista como yo socio del Madrid. No, desde luego: Putin, ese gran e inequívoco HDP, es con todos sus crímenes y abusos un remedio contra la hegemonía del mal mayor, es decir, contra la hegemonía de EEUU, o sea contra la democracia. Sí: la democracia burguesa, formal, capitalista… la única que hay y USA encabeza. A la extrema derecha y la extrema izquierda no les gusta la democracia, aunque la utilizan como mecanismo de poder en espera de algo más expeditivo… a la sombra de Putin. Envidian al líder ruso su capacidad de burlar a los demócratas desde una posición de hechos consumados que resulta detestable pero temible: por eso una derrota de Rusia en Ucrania sería una auténtica inyección de vitaminas para todas las democracias occidentales, tan acosadas por los HDP y sus rentabilizadores.
«La izquierda española, en su fracción más rastrera aunque no menos abundante, disimula su sonrojo -si es que lo siente- y cierra filas junto a ese Maduro HDP cada vez más inequívocamente podrido»
Pero quizá el caso mas inequívoco sea el de Maduro en Venezuela. A diferencia de Chávez, que tenía cierta gracia en su política cazurra de exabruptos, el bulldozer Maduro carece de encanto para nadie (salvo Monedero, que es precisamente nadie). Y la improvisada farsa electoral que se ha visto obligado a perpetrar para doblegar de la peor manera a un pueblo harto que se ha vuelto finalmente contra él, como en su dramática última jornada abucheó al sorprendido Ceaucescu, es algo que no se puede mirar de frente sin sonrojarse. Pero la izquierda española, en su fracción más rastrera aunque no menos abundante, disimula su sonrojo -si es que lo siente- y cierra filas junto a ese Maduro HDP cada vez más inequívocamente podrido. ¡Es sin duda su HDP! Lo mismo que hace décadas, en Argentina, la horda descamisada gritaba «¡puto y ladrón, queremos a Perón!» (y han tenido peronismo hasta decir basta y pedir socorro), aquí nuestros comunistas bolivarianos, con terroristas mal jubilados y gochistas alambicointelectuales, sostienen descaradamente a Maduro aunque en el fondo lo desprecian. ¡Ah, y a Zapatiesta, al que desprecian aún más, pero ya han convertido en nuestro HDP por antonomasia! Es cierto que algunos chavistas de primera hora, que abominaron en su momento de Guaidó, Leopoldo López y demás valientes opositores, ahora se apuntan a deplorar la dictadura fraudulenta de Maduro como si fuese cosa de hace unos días. Pero sólo porque le ven ya poco recorrido. No olvidemos que la tragedia actual de Venezuela se parece mucho al ideal que deseaban para España los Iglesias, Monedero, Errejón y compañía: es el resultado de la izquierda triunfante sin velos ni disfraces. ¡Sí se puede, gritaban extasiados los millones de bobalicones que aspiraban a venezonalizarse! Y tanto que se puede. Nos libramos por poco… si es que nos hemos librado. Porque lo de Sánchez no es más que un Maduro a la europea. Le apoyan y jalean los que en el Caribe estarían ya maduritos…