El final de curso trae consigo un momento deseado por muchos y odiado por otros: la entrega de las notas. Y es que, tal y como asegura a ABC Rosa María Peris Sirvent, profesora especializada en educación personalizada de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), las calificaciones se han convertido en una especie de ‘termómetro’ del éxito familiar, lo que puede generar presión innecesaria. Apunta que es natural querer lo mejor para los hijos, «pero estar excesivamente centrados en los resultados puede hacer que olvidemos lo más importante: su proceso de aprendizaje, su bienestar emocional y su crecimiento personal».
¿Le damos más importancia de lo que merece?
A menudo sí, y eso puede hacer que los hijos sientan que su valor depende de sus resultados. Las calificaciones son solo una parte del desarrollo educativo. No reflejan habilidades como la creatividad, la empatía, la perseverancia o la capacidad de trabajar en equipo. Si les damos un valor absoluto, corremos el riesgo de reducir a nuestros hijos a un número, olvidando que están en proceso de formación. Conversar sobre cómo se sienten con sus resultados puede situarnos en la percepción real que el hijo da a su boletín de notas finales.
¿Nos fijamos en exceso en el número de esa nota y no tanto en todo lo que representa para el estudiante? ¿Sabemos equilibrar el esfuerzo que ha realizado ante cada asignatura?
Muchos padres se centran en el resultado sin considerar el punto de partida, el esfuerzo invertido o las dificultades personales. Una nota puede esconder una gran superación o, al contrario, una falta de implicación. Es fundamental valorar el camino recorrido, no solo la meta alcanzada. Reconoce el tiempo que ha dedicado, su constancia o su actitud ante las dificultades. Por ejemplo, comentarle: «He visto que te has esforzado mucho en matemáticas o en educación física…, eso es lo que más valoro».
¿Cómo actuar ante un boletín de notas excelente?
Con alegría, pero sin exagerar. Es importante felicitar el esfuerzo, la constancia y la actitud, más que el número en sí. También conviene preguntar cómo se ha sentido el hijo durante el proceso, qué ha aprendido y qué le ha motivado. Podemos preguntarle: «¿De qué estás más orgulloso este curso?; ¿Qué te ha costado más y cómo lo has afrontado?». Así, reforzamos el valor del esfuerzo, no solo del éxito, y le tratamos como persona implicada en su aprendizaje.
¿Es conveniente premiar las notas con regalos?
Depende del enfoque. Si el premio es simbólico y refuerza el esfuerzo, puede ser positivo. Pero si se convierte en un sistema de recompensas materiales, el riesgo es que el niño estudie sólo por obtener algo externo, no por el valor del aprendizaje. El mejor ‘premio’ es el reconocimiento, el tiempo compartido y el orgullo expresado con palabras. Sustituir los regalos materiales por experiencias compartidas: una salida, una actividad juntos, una comida especial, etc., tiene consecuencias muy positivas en la vida familiar. (Recuerdo una familia numerosa en la que todos esperaban las notas de una de las hijas porque el premio era ir a cenar bocata de calamares toda la familia).
Y ante unas malas notas, ¿cómo reaccionar?
Con serenidad y escucha. Con acogida. El error no debe ser un muro, sino un puente hacia el diálogo. Lo primero es entender qué ha pasado: ¿falta de hábitos?, ¿problemas emocionales?, ¿dificultades de aprendizaje?… Normalmente ese resultado se veía venir a lo largo del curso… Reaccionar con enfado o decepción sólo genera más bloqueo. Es mejor acompañar, ayudar a analizar y proponer juntos un plan de mejora realista.
¿Cuáles son los principales errores que debemos evitar en este caso?
El mayor error es hacer que el hijo sienta que ha fallado como persona. Acompañar es separar el error de la identidad: «Esto no ha salido bien, pero tú sigues siendo valioso». Así, el error se convierte en una oportunidad para crecer, no en una amenaza para el vínculo. Otro gran error es comparar con otros, etiquetar (‘eres un vago’), dramatizar (‘así no llegarás a nada’) o castigar sin diálogo. Estos errores dañan la autoestima y la relación con el aprendizaje. También es un error resolverlo todo por ellos: el objetivo es que aprendan a responsabilizarse, no que teman equivocarse.
¿Son eficaces los castigos por las malas notas o suspensos?
No suelen serlo porque el castigo aísla. El castigo puede generar obediencia momentánea, pero no fomenta la motivación ni el compromiso. Es más eficaz establecer consecuencias educativas (como dedicar más tiempo al estudio) y acompañar con cercanía, ayudando a identificar errores y a construir nuevas estrategias. En lugar de castigar, podemos ayudar a reflexionar, a asumir responsabilidades y a construir un plan juntos. Y, nunca, llegar a extremos como: «olvídate de la piscina», «de las salidas en bici con tus amigos»… ¡Buscad siempre un equilibrio, ya que suele darse esta situación alrededor de la adolescencia!
¿De qué manera estamos condicionando con nuestro discurso de padres su próximo curso y actitud ante los estudios?
Mucho más de lo que creemos. Nuestro discurso puede ser una brújula o una carga. Acompañar es hablar desde la esperanza, no desde la amenaza. Es decir: «Confío en ti, incluso cuando te equivocas». Así, el hijo aprende que puede volver a intentarlo, porque siempre habrá alguien que lo sostenga. Si nuestro discurso se centra en el miedo, la presión o la comparación, estamos sembrando ansiedad. Si, en cambio, hablamos de aprendizaje, superación, confianza y sentido, estamos cultivando motivación interna. Lo que decimos y cómo lo decimos deja huella.