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los meses de violencia y barbarie que el Gobierno de Azaña no quiso detener

by Marko Florentino
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Manuel P. Villatoro

Fueron cinco meses de locura, una época que tiñó de rojo carmesí las calles de pueblos y ciudades. Entre el 19 de febrero y el 18 de julio de 1936 se desataron en España un torrente de disturbios que pasaron al imaginario colectivo como el preludio de la Guerra Civil; la antesala de un conflicto que parecía abocado a sucederse. Eso se creía hasta ahora. Sin embargo, los Catedráticos de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales Manuel Álvarez Tardío y Fernando del Rey no están de acuerdo con parte de ese relato. Y saben de lo que hablan, pues publicaron hace unos meses un profundo ensayo sobre el tema: ‘Fuego Cruzado’.

«Queríamos huir de esa visión de la primavera como el prólogo de la guerra. No fue así». Del Rey, Premio Nacional de Historia en el año 2020, se mostró tajante al inicio de la conversación que él y Tardío mantuvieron con Carlos Aganzo, director de la Fundación Vocento, en el Aula de Cultura de ABC. En sus palabras, la guerra no fue provocada por esta etapa de violencia, La primavera, afirmó, se merecía ser estudiada de una forma independiente, y por eso se decidieron a alumbrar un libro que el moderador calificó de «lujo literario».

Con todo, este mito fue uno de los muchos que destruyeron el miércoles en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Al abrigo de una sala repleta de público, los autores desvelaron también que el gobierno liderado por la Izquierda Republicana no hizo todo lo que estaba en su mano para detener los disturbios. Y todo, por propio interés. «Hubo falta de determinación política para acabar con la violencia», destacó Álvarez Tardío

Violencia descontrolada

La conclusión que ofrecieron los expertos es que aquella primavera fue más dura que cualquier gélido invierno. El vendaval arrancó con la caída del gobierno de Manuel Portela Valladares el 19 de febrero. Tras ella, se encargó la formación de un nuevo ejecutivo a Manuel Azaña, líder de la Izquierda Republicana. Y este, desesperado, se vio obligado a acercarse a unos aliados mal avenidos que le sustentaran a nivel parlamentario: el Partido Comunista por un lado, y un Partido Socialista en el que Francisco Largo Caballero clamaba por la radicalización frente al fantasma de la derecha por el otro.

El mayor aprieto al que tuvo que enfrentarse el nuevo Gobierno fue el del orden público, un fuego azuzado desde su propio bando. «Siempre se ha apelado a la violencia de los falangistas, pero demostramos que los más proactivos en este sentido fueron aquellos que ganaron las elecciones, en especial los jóvenes de la izquierda socialista y comunista», explicó Álvarez Tardío. El Ejecutivo, trémulo ante la posibilidad de perder el apoyo de sus aliados, miró para otro lado. «Se negó a reconocer que sus socios parlamentarios eran los responsables y que las autoridades no podían controlar la situación. A cambio, cargaron contra la derecha», incidió.

Del Rey suscribió a su colega. En sus palabras, el Gobierno «no fue igual de contundente con la violencia que procedía de la extrema derecha que con la organizada desde la izquierda». Álvarez Tardío señaló a uno de los responsables: el propio Manuel Azaña. Atenazado, el político se diluyó a pesar de su tradicional intervencionismo. «Le confesó a su cuñado, su gran confidente, el horror de aquella violencia. Hasta le dejó claro que los responsables eran la izquierda obrera y muchos poderes locales. Pero no hizo nada», desveló a ABC Del Rey..

Para Álvarez Tardío, por tanto, la gestión de los disturbios «de forma partidista» resulta clave para explicar la quiebra de la democracia republicana.

El resultado fue el que señalaron ayer en el Círculo de Bellas Artes: un total de 2.143 víctimas graves documentadas. Y de ellas, casi 500 mortales. Aunque Del Rey añadió que «la lógica fascismo y antifascismo» no fue el único ingrediente de aquel brebaje. «Se conjugaron muchas tensiones que venían de antes. Además de la violencia de partido, también había otros problemas como los conflictos derivados de los desencuentros entre empresarios y sindicatos y los generados por el pleito entre clericalismo y anticlericalismo», completó.

La última pata de este banco fue la toma irregular por parte de la izquierda obrera de varios ayuntamientos en los que había vencido de forma democrática la derecha. Un elemento poco o nada estudiado en el que ellos se han zambullido hasta la rodilla.

Errores pretéritos

No todo fue hablar del pasado en el Círculo de Bellas Artes. En declaraciones a ABC tras la charla, los expertos analizaron las similitudes de aquellos días con la actualidad y hablaron sobre la fragilidad –o no– de la democracia.

Álvarez Tardío comentó que, aunque nos parezca un tótem imposible de derribar, la democracia se asemeja más a una frágil pieza de porcelana que debemos mimar. La principal diferencia con los años treinta, añadió, es que ahora existe un espacio central de grandes partidos que están de acuerdo en que, a pesar de que no es un sistema perfecto, es el mejor que podemos tener.

Aunque no negó que el aumento del radicalismo puede debilitar la confianza en el diálogo y en el respeto al adversario, señaló que, en lo que se refiere a España, no ha observado arengas en favor de la violencia y de la antidemocracia. «Quizá veo discursos peligrosos, pero no de la magnitud de entonces. Sí es cierto que el Gobierno los magnifica como estrategia de movilización electoral».

Del Rey insistió en que estamos a años luz de aquella primavera y en lo difícil que es que una situación así vuelva a repetirse. El estallido de la violencia, dijo, se produjo por un enfrentamiento político polarizado en extremo. «Aunque creamos que sí, hoy no existe tal división. Una cosa es lo que muestra la clase política, y otra, la realidad social», comentó. Tildó de inquietante el crecimiento de las fuerzas extremistas de cualquier signo político, pero declaró creer «en este invento que es la Unión Europea» para neutralizar su auge.

En este sentido, señaló que una de las grandes lecciones que deja su libro es que una convergencia política habría evitado los horrores de la futura guerra. Un canto al optimismo, vaya.




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