Un triunfo. La apertura, por fin, de la sala de turbinas de la antigua central térmica de Sant Adrià de Besòs, en el complejo de las Tres Chimeneas, atrajo 2.200 personas este miércoles, festivo por la Diada. Cerrada desde 2011, ha tenido que celebrarse la bienal nómada de arte contemporáneo Manifesta para abrir al público un espacio que, por su forma y magnitud, recuerda mucho al de la Tate Modern, el museo británico de arte moderno de Londres.
Aquí, la curiosidad es transversal y se constató en la variedad de público: vecinos de Sant Adrià y Badalona ansiosos por ver el edificio donde trabajaron familiares o que ha formado parte del paisaje diario de sus vidas; barceloneses con ganas de acercarse a uno de los símbolos del skyline de la ciudad; amantes del arte, profesionales del sector cultural… o gente llegada del centro de Cataluña atraída por el continente y el contenido. La entrada para visitar Manifesta cuesta 15 euros (y hay muchos descuentos) y permite ver exposiciones durante 12 semanas en 12 ciudades. Ojo que en Sant Adrià a las Tres Chimeneas propiamente dichas no se puede entrar, aviso porque alguno se ha llevado un chasco.
“Toda la vida haciéndole fotos desde la playa y ahora estar dentro es increíble”, exclamaba Maribel Cubero, de Sant Adrià, explicando que su sobrino y su cuñado trabajaron en la central, “en la chapa”, en el mantenimiento de maquinaria. “Ahora viven fuera, pero ya les hemos avisado de que lo han abierto”. Eli y Jose Antonio, también de Sant Adrià, guardaban cola para entrar en la sala de control: “Desde dentro es incluso más grande de lo que se ve desde fuera”, afirmaba ella sobre la sala de turbinas, mientras él recordaba los mejillones que pescaba junto a su padre en la playa, y que hubo algún muerto cuando grandes tubos captaban agua del mar y se tragaban a quien estuviera nadando. Toni, ya mayor y de Badalona, recordaba “la carbonilla, el polvo negro” que lanzaba la central cuando quemaba carbón y las mujeres de entonces recogían la ropa tendida para que no se ensuciara. Y el ruido: “Cuando arrancaban las máquinas era brutal”. Cristina, originaria de Barcelona, pero ahora vecina de Sant Adrià, contaba “super emocionada” sus escapadas con las amigas, de chavala, a la playa que hay delante de las Tres Chimeneas, cuando se la conocía como “Chernóbil”.
La apertura del edificio ha sido posible gracias al trabajo capitaneado por el Consorcio del Besòs. Ha habido que renovar una fachada lateral y adosarle escaleras y un ascensor, forrar con rejas todas las barandillas de los espacios interiores abiertos (¡metros y metros! para que no se descalabre nadie), o cubrir con grandes redes techos desde donde podría haber desprendimientos. En el exterior, se han habilitado baños y dos bares donde tomar algo. También hay instalaciones fuera, donde se accede desde la avenida de Eduard Maristany y permite apreciar la sala y las tres torres sin pagar entrada, solo paseando. Los aparcamientos para bicis y coches que se han habilitado en el exterior también estaban a tope.
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En total, entre dentro y fuera de la sala hay 21 artistas o colectivos exponiendo. Instalaciones, esculturas, tapices, vídeos, carteles, montajes. O simplemente mensajes, como el de Claire Fontaine de lado a lado del piso superior de la sala de turbinas, que reivindica el papel de las mujeres: “Cuando las mujeres hacen huelga, el mundo se para”. Impresionante también el tapiz vegetal de Carolina Caycedo o el “bosque Frankenstein” de Kiluanji Kia Henda, que reivindica la capacidad de recuperación de los espacios naturales destruidos por la devastación humana.
Y para ubicar al visitante ajeno a la historia de esta “Sagrada Familia de los obreros” está la exposición Memoria del humo, donde en un formato más tradicional se contextualiza dónde estamos y su entorno. Con material de archivo que cuenta la historia del complejo de la “fábrica de luz” y sus trabajadores (de 1913, en un edificio rodeado de huertos, hasta la actualidad con el que funcionó entre 1973 y 2011), el papel en el Besòs de iniciativas como la Cooperativa Gregal, o el increíble taller de fotografía que la escuela Jara de La Mina hizo con sus alumnos de primaria entre 1985 y 1990, que plasmaron su barrio, las luchas obreras o la pobreza que todavía castiga el tramo final del río Besòs. La exposición es, de lejos, la que más público concentra.
A la salida, una pareja de Manresa aficionada a la fotografía alucinaban. Son Jordi y la artista Anna Cayuela, con obra que reflexiona sobre los retos del cambio climático. “Es bestial como un espacio tan industrial acoge obra que reflexiona sobre el medio”, afirmaba Cayuela, mientras Jordi no daba crédito de las toneladas de cemento y las dimensiones del espacio. Paca y Pietat, de L’Hospitalet, que se han dedicado al sector cultural antes de jubilarse, aplaudían “un espacio expositivo nada farragoso, amable, con un relato entre artistas”. Invitaban a visitar La Caldereria y Can Trinxet, en Cornellà y L’Hospitalet. Y se mostraban esperanzadas de que “todo esto sea algún día un equipamiento cultural”. El plan urbanístico previsto contempla que la zona sea un nuevo barrio y un polo de equipamientos e industria audiovisual.
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