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Los vikingos, al destape: los fieles de Thor eran cosmopolitas y les iba el postureo | Noticias de Galicia

by Marko Florentino
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Pocos investigadores, apenas cuatro o cinco, persiguen el rastro de los vikingos en la Península Ibérica. A ese pequeño grupo pertenece la alicantina Irene García Losquiño, especialista de la Universidad de Santiago en estudios escandinavos y comisaria de una exposición que se propone desmontar los muchos clichés que desde el siglo XIX circulan alrededor de esta civilización. Un total de 120 piezas con más de 1.000 años de antigüedad, llegadas de museos de Suecia, Dinamarca o Francia, cuentan desde este viernes en la Cidade da Cultura de la capital gallega cómo era ese pueblo viajero que llegó a América desde Europa antes que Colón. ¿Rudos machotes con cuernos sobreexcitados por el saqueo y la destrucción? Pues va a ser que no.

“No hay ni un cuerno en toda la exposición”. García Losquiño, que lleva 20 años estudiando a los vikingos, comienza el desmontaje por la falsedad más conocida. Además de no coronar sus cabezas con pitones, estos pueblos tampoco se dedicaban a arrasar con todos los lugares en los que desembarcaban y para nada buscaban la pureza étnica. En los 300 años que duró su era (siglos VIII-XI), se asentaron en muchas plazas desde el Báltico al Mar Negro, establecieron relaciones diplomáticas y comerciales, se casaron con sus habitantes y “crearon identidades híbridas” como las de los hiberno-nórdicos, nombre que recibieron los inmigrantes vikingos que se instalaron para siempre en las islas británicas. “Eran cosmopolitas”, revela esta experta. Sus incursiones no se reducían a un mero alarde de violencia, sino que conllevaban una “logística internacional impresionante” e intercambios culturales. “La suya es una cultura de importación y exportación de cosas e ideas”, abunda. En el extranjero vendían pieles y pescado y se llevaban a casa vino y exóticas especias.

Dos visitantes de la muestra observan una fíbula con forma de dragón.
Dos visitantes de la muestra observan una fíbula con forma de dragón.ÓSCAR CORRAL

Su furia guerrera tampoco era patrimonio de los hombres. “En los últimos años, ha cambiado la percepción del papel de la mujer en la civilización vikinga”, señala García Losquiño. No solo tenían un rol dentro de la administración del hogar o en las labores agrícolas. En 2017 se descubrió en Birka (Suecia) que los huesos enterrados en una tumba que se habían adjudicado automáticamente a un hombre en el siglo XIX pertenecían en realidad a una mujer procedente de Europa del Este. Se trataba de una migrante y militar de alto rango, algo que se deducía de su rico ajuar bélico. El hallazgo realizado gracias a las pruebas de ADN provocó un verdadero revuelo arqueológico. Puso en cuestión no solo los clichés sobre estos pueblos, sino también la costumbre científica de dar por hecho que todo rastro humano rodeado de armas ha de pertenecer necesariamente a un hombre. Algunas pistas sobre el error habían sido ignoradas durante décadas, pese a que el arte ya ofrecía algunas pistas. Las mujeres armadas son un motivo recurrente en colgantes y fíbulas y hasta en la poesía y sagas nórdicas antiguas.

Mujeres de alto estatus entre los vikingos eran las völva, es decir, las magas. La muestra, titulada Una vida vikinga y que estará abierta en el Centro Gaiás hasta enero con entrada libre, incluye una vara de una de estas videntes, la pieza preferida de García Losquiño. Una profetisa es la narradora del cortometraje animado que ha alumbrado el afamado dibujante gallego David Rubín para esta exposición. La cinta recrea la creación y fin del mundo según la mitología nórdica. Según explica la investigadora de la Universidad de Santiago, los vikingos eran menos paganos de lo que se piensa. El cristianismo se inoculó en estos pueblos en diferentes fases dependiendo de las zonas -en Dinamarca antes, en Suecia después-, y el culto a Jesucristo llegó a convivir con la devoción por Thor hasta dentro de una misma familia.

Cráneo que muestra las marcas horizontales que se hacían los vikingos en los dientes.
Cráneo que muestra las marcas horizontales que se hacían los vikingos en los dientes.ÓSCAR CORRAL

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La muestra deja claro que los vikingos tampoco respondían al tópico del cuanto más feo más hermoso. Unas pinzas de depilar y un bastoncillo de los oídos son pruebas de que estos pueblos tomados por brutos se preocupaban por la estética y la higiene. Hasta tal punto que hombres y mujeres se enterraban con sus peines. En la Cidade da Cultura se puede admirar un cráneo de un vikingo con los dientes serrados con marcas horizontales, una intervención estética que se cree distinguía a ciertos gremios. También practicaban el postureo. “Era una sociedad en la que el estatus y el cómo eras percibido desde fuera importaba mucho”, apunta la comisaria de la muestra. “Tener una buena apariencia física era importante”, al igual que exhibir lujosas joyas o unos buenos vasos en los festines. Los hombres de alta alcurnia lucían en los grandes banquetes túnicas coloridas con pantalones bombacho, un atuendo que también rompe tópicos y que seguía las modas orientales que descubrían en sus viajes.

En la Cidade da Cultura se exhiben juguetes, objetos domésticos, joyas, armas o juegos de mesa de los vikingos. En el comité científico de la muestra está Neil Price, catedrático de Arqueología de la Universidad de Uppsala y presentador de la serie documental Real Vikings. Algunas piezas traídas de Suecia se muestran al público por primera vez. Es el caso de una espada de juguete hallada bajo el mar o dirhams robados de Al Andalus. Los visitantes se encontrarán con un trozo de vieira de un peregrino del Camino de Santiago que apareció en territorio sueco. Sobre sus habilidades como navegantes, el estudio gallego Cenlitros firma una maqueta de 17 metros de largo que reproduce un barco vikingo real conservado en un museo de Dinamarca. Tenía capacidad para transportar a 30 guerreros y se ha creado ensamblando 584 piezas de cartón con el asesoramiento de especialistas daneses. Ayuda a admirar uno de los secretos de esta civilización: el tingladillo, una técnica de construcción naval que hacía resistentes y flexibles sus embarcaciones y que les permitió explorar el hemisferio norte en plena Edad Media.



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