Un cielo plomizo recibió a la caravana electoral de ERC cuando, el pasado 28 de abril, recaló en Ginebra (Suiza). La secretaria general, Marta Rovira, iba a protagonizar el acto más intimista de la campaña para las autonómicas catalanas, en el que se pretendía visibilizar el coste personal del “exilio independentista”. La catarsis colectiva, sin embargo, tomó derroteros inesperados y acabó mostrando con crudeza el cisma entre Oriol Junqueras y Pere Aragonès, parte de la génesis de la actual pugna interna en ERC. Ya bajo la llovizna, cargos y trabajadores del partido partieron deprisa para llegar al aeropuerto. Rovira, tras despedirles, se cambió el traje de chaqueta amarillo y se arremangó para recoger las sillas.
Desde el viernes, Rovira (Vic, Barcelona, 1974) vuelve a dejar claro que se arremangará ante lo que sea, aunque esta vez con la inmensa diferencia de tener los pies en tierra catalana. Ese día terminaron seis años y cuatro meses de vida en Suiza, adonde huyó en marzo de 2018, desobedeciendo las medidas cautelares impuestas por el juez del Supremo Pablo Llarena un mes antes en la instrucción de la causa a los líderes del procés, en la que le imputó un delito de rebelión; con los años esa imputación cambió a sedición y finalmente —con la eliminación del delito de sedición por un pacto entre el Gobierno y ERC— quedó en desobediencia. Ahora Rovira ha sido amnistiada.
El chiste de que la nueva tarea de Rovira también va de sillas es fácil —ella aboga por la renovación de la cúpula mientras que Junqueras quiere volver a presentarse para presidir ERC—, pero el trabajo que le espera es una operación de alto riesgo: comandar una nave maltrecha por un ciclo electoral nefasto, con el debate sobre el liderazgo en carne viva y de la que depende la gobernabilidad de Pedro Sánchez pero también el futuro de un posible Gobierno de Salvador Illa en la Generalitat.
“Quien ha cuidado el huerto todos estos años es ella. Ha habido errores, claro, pero es el reconocimiento al compromiso y entrega de estos años en el exilio lo que cimienta su autoridad para defender la necesidad de renovación [en el partido]”, sintetiza un exalto cargo, alejado de la primera fila de ERC pero muy involucrado en el momento volcánico actual.
Lo que ha estado haciendo estos años por vía telemática, desde que superó el choque emocional de su decisión de huir a Suiza con su familia, lo retomó Rovira, en carne y hueso, en la reunión del viernes. “En este partido no habrá una crisis si nosotros no queremos. Pues por eso no la habrá”, defendió con vehemencia en el Consell Nacional.
Rovira, abogada de formación y con carnet de ERC desde los 28 años, es desde el pasado 10 de junio la líder interina del partido. Ese día se oficializó el fin del tándem que formaba con Junqueras desde 2011 y bajo cuya batuta la formación independentista alcanzó su máxima cuota de poder en los casi 100 años de historia del partido. Un dúo que también es corresponsable del diseño del órdago independentista al Estado, que tuvo su momento álgido en 2017, con el referéndum ilegal de independencia del 1-O y la fracasada declaración de independencia del 27 de octubre.
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Dos días antes se produjeron los hechos que sustentan cierta imagen de una Rovira irascible, fanatizada y de lágrima fácil. La secretaria general de los republicanos recibió con llanto la posibilidad de que el entonces president Carles Puigdemont convocara elecciones en lugar de declarar la independencia, y habló de “traición” a la hoja de ruta del procés. En Tornarem a vèncer (Ara Llibres), publicado en 2020, Rovira acepta que no existía un acuerdo político sobre una eventual resistencia si el pulso se hubiera mantenido tras la intervención de la autonomía por parte del Estado.
Un exdiputado de ERC recuerda que causó cierta sorpresa la decisión de Junqueras de apostar por Rovira como su tique en la dirección. La actual líder había estado en la ejecutiva, como encargada de temas de cooperación, pero con un perfil muy discreto. “Rovira es mala estratega, sus planes siempre dejan variables fundamentales en el aire”, critica un antiguo colaborador del partido.
El encarcelamiento preventivo de Junqueras, en 2017, obligó a Rovira a asumir las riendas de ERC y también de la campaña de las elecciones convocadas por el artículo 155 y donde ERC quedó por detrás de Junts. En un momento de relaciones turbulentas entre las formaciones independentistas, su interlocución con su homólogo en Junts, Jordi Turull, ha sido casi el único puente estable.
Un rival político que la ha visitado en Ginebra asegura que la ve ahora mucho más centrada. “Me sorprendió lo consciente que es del momento político por el que pasa su partido y Cataluña”, asegura. La propia Rovira, en su intervención del viernes, aceptó que no es la misma de hace seis años. “He aprovechado todas y cada una de las oportunidades que me ha dado el exilio. A nivel personal he crecido de una manera que no hubiera sido posible su hubiera tenido una vida fácil”, dijo. No optará a ningún cargo en el partido, pero sí dejó claro que quiere recoger los frutos de lo sembrado desde 2011: “Hemos venido a acabar el trabajo que dejamos a medias”.
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