Hay que reconocer la aportación del bendito azar, de la terapéutica corriente del Pacífico, de los últimos avances en farmacopea (y dietética), de las ganas postpandémicas de revancha o del empeño en pegar guitarrazos hasta que el esqueleto diga: hasta aquí. Hay que darle gracias a tantas energías de este mundo y del otro por permitir que Metallica siga sacudiendo cualquier escenario en 2024 con la violencia de una DANA, que no acabaríamos hoy si tuviéramos que listarlas. Cada actuación suya es una mezcla de milagro, misa en Ilamas y exorcismo. Este viernes, en el primero de sus dos conciertos en Madrid en tres días, el cuarteto de San Francisco sacó lo muy mejor de sí y demostró por qué resulta irresistible para talluditos fans del doble bombo y para la chavalería que acaba de descubrirlo en una serie de Netflix. Por qué, en definitiva, hace tiempo que son eternos.
La actuación de Hetfield, Ulrich, Hammett y Trujillo en el Metropolitano, con prácticamente todo el papel vendido desde hace meses -100.000 boletos: récord histórico del grupo californiano en España- arrancó con solazo y un doble tributo: el ya clásico a Ennio Morricone con ‘The Ecstasy of Gold’ y, antes incluso, el inesperado ‘It’s a Long Way to the Top (If You Wanna Rock ‘n’ Roll)’ de AC/DC. Trompetas y gaitas prestadas que predisponían a la épica.
Que el descorche viniera de la mano de ‘Creeping Death’, barrabasada con la que la banda solía abrir sus directos allá por 1988, tiene sentido. La configuración del ‘M72 World Tour’, con dos shows en la misma ciudad en apenas 72 horas, permite a Metallica mirarse al espejo y dividir salomónicamente sus éxitos sin repetir ni uno solo. Ellos y Live Nation lo Ilaman ‘No Repeat Weekend’, por si a algún despistado se le escapa que se trata de una ocasión única y, quizá, irrepetible. Parece difícil volver a tener tan a tiro al combo que más ha contribuido a popularizar el metal entre las masas.
«Estamos muy orgullosos de estar en Madrid, donde hemos venido bastante en 46 años. Muchas gracias», saludó Hetfield en inglés a la media hora de velada y antes de atacar ’72 Seasons’. Es el último álbum del cuarteto, el primer corte del trabajo y el que da nombre a la gira. Fue concebido durante el confinamiento como un salpicón de rabia y autoafirmación: su titulo remite a las estaciones del año transcurridas desde el nacimiento de una persona hasta que ésta alcanza la mayoría de edad.
Anoche sonó por primera vez en España tan apabullante y taquicárdico como se espera de un clásico instantáneo (de más de siete minutazos, ojo). «Blinded by the ashes of the past» (Cegado por las cenizas del pasado), se desgañitaba Hetfield, sacudiéndose con ironía las acusaciones de compositor acomodaticio. Hammett empezaba a disparar a discreción con las seis cuerdas.
Con escasos segundos para recuperar el resuello cayó ‘If Darkness Had a Son’, otra bola de demolición recién desprecintada. Los que durante años se chotearon impenitentemente del nivel mediocre de ‘Reload’, ‘St. Anger’ y ‘Death Magnetic -el fondo abisal de una trayectoria que abarca cuatro décadas y media- todavía no se han recuperado del calambrazo provocado por ’72 Seasons’, que ha supuesto tanto una vuelta a las esencias como una minievolución armónica en el registro vocal de su colíder.
Trujillo aprovechó su origen latino para practicar el castellano. «¡Hola, Madrid! ¡Bienvenido a la fiesta! Nos gusta tocar aquí y esta noche hemos compuesto una canción sólo para ustedes: ‘Sangria Brain'», se lanzó el bajista con ayuda de un folio antes de batirse en un duelo sorpresa de mástiles con Hammett. ‘The Day That Never Comes’, con su intro onírica, alargó el momento de complicidad con el público. Encendió las linternas de los móviles y terminó en ovación de gol.
Con los músicos cerca del trance, ‘Shadows Follow’ y ‘One’. Y luego una pausa con ‘Orion’ antes del descomunal karaoke con ‘Nothing Else Matters», rematado con un amago de oeoeoé.
La doble cita de Madrid es la última en suelo europeo del ‘M72 World Tour’ tras pasar por Múnich, Helsinki, Copenhague y Varsovia. Traducido: a estas alturas de la gira, Metallica tiene el repertorio más trabajado que la coleta de un Targaryen (con los que Trujillo rivalizaría en pelazo). Aunque, todo sea dicho, la calidad del sonido fue manifiestamente mejorable: demasiado empaste y exceso de eco.
Casi dio lo mismo cuando atronaron los acordes de ‘Sad But True’, con el que la noche capitalina definitivamente se volvió oscura. Sonaba una guitarra española cuando las ocho pantallas gigantes proyectaron la bandera nacional.
«Satánico y de Carabanchel» remite a pedigrí de buen jevi desde mediados de los 90. Va siendo ya hora de actualizar las coordenadas. Como poco, las geográficas. Es curioso ver cómo la rivalidad entre Real Madrid y Atlético de Madrid se extiende también a la logística de los megaconciertos en la capital como en un derbi paralelo. Mientras el céntrico coliseo merengue se está convirtiendo en el escenario predilecto de superestrellas del pop treintañeras (o ni eso) como Taylor Swift, Duki, Karol G o Aitana, el periférico estadio rojiblanco se consolida como plataforma para requeteveteranos del rock como Iron Maiden, Rolling Stones, Guns N’ Roses o Bruce Springsteen. Es verdad que Luis Miguel acaba de pasar por La Castellana y que Manuel Carrasco puso la Avenida de Luis Aragonés bocabajo hace unos años, pero la tendencia es clara: acné en un lado y greñas en otro.
Metallica, por cierto, ya había actuado en la antigua Peineta en los años del ensueño olímpico, cuando los padres de Lamine Yamal ni se habían conocido. Podría decirse que la banda conoce los barrios de Madrid igual de bien o mejor que muchos políticos municipales: debutó en el desaparecido Pabellón del Real Madrid (Begoña) y después ha tocado en el Palacio de los Deportes de la Comunidad (Goya), el pabellón de la Casa de Campo, el estadio del Rayo (Vallecas) y la explanada de Ifema (Valdebebas). Ahora que parece que en San Blas-Canillejas se construirá la Ciudad del Deporte, está por ver qué altura alcanzarán las olas de la playa artificial con semejante tunda de decibelios.
El arreón final fue de los que zarandean las tripas. ¿Hueles eso, hijo? No, no es napalm. Es el rastro de combustible y piel achicharrada que deja atrás Metallica después de interpretar ‘Battery’ y ‘Fuel’. Para entonces la masa de público que rodeaba el escenario con forma de donut situado en el centro del estadio se había compactado un poco tras presentar en los prolegómenos un importante hueco a pie de campo. Con ‘Seek & Destroy’ llovió una veintena de balones de playa para entretener a la concurrencia.
¿Y qué decir de ‘Master of Puppets’? Pues que habría hecho meterse debajo de la cama al mismísimo Demogorgon. Fue un apoteósico cierre para esta especie de partido de ida de Metallica en Madrid.
El de vuelta del próximo domingo coincidirá con la final de la Eurocopa, y eso podría provocar un síncope a los metaleros-futboleros, que los hay. En cualquier caso, existe alguna fórmula que puede intentar satisfacer a todo el mundo. The Killers detuvieron momentáneamente su actuación en el 02 londinense el pasado miércoles para que el público viera los últimos instantes del Países Bajos-Inglaterra. Con el pitido del arbitro, reanudaron la actuación y festejaron por todo lo alto la clasificación británica.
Sería de justicia que el colofón a una doble noche de verano proyectada con la voz cavernosa de Hetfield, los bíceps a ful de Ulrich, la digitación estratosférica de Hammett y las convulsiones de Trillo llegara justo allí donde fugazmente correteó el hoy capitán general Rodri o tuviera como banda sonora el ronroneo salvaje de ‘Inamorata’. Eso sí que sería jevi.