Quien imaginara la Biblia como combate entre un Dios bueno y un Satán maléfico quedaría un tanto decepcionado con tan solo hojear sus páginas. Pues no son excesivas las apariciones del diablo por allí. Dios y los hombres —las complicadas relaciones entre los hombres y Dios— son sus protagonistas absolutos; el demonio queda reducido más bien a un papel secundario: en Job, el Génesis, algunas alusiones crípticas en Isaías y Ezequiel, algo del Nuevo Testamento… Durante una ceremonia de premios Óscar imaginarios que se concedieran basados en las Escrituras, Satán solo aspiraría al de peor actor de reparto.
Y es que en realidad los antiguos no necesitaban demasiado del diablo para explicarse la vida. Tampoco los hombres del Medievo: la mayoría de acusaciones de brujería o de pactos satánicos se acababan descartando como meras supersticiones o insensatas herejías por la Iglesia de la época. Se trataba de la misma Iglesia que representaba algún diablillo en las gárgolas o los canecillos de sus catedrales (lugares, a la postre, secundarios), pero reservaba los altares importantes a los santos y las santas de Dios. Pues se trataba de una Iglesia cuyas prioridades estaban claras.
Las cosas cambiaron, eso sí, en el siglo XV. Llegaba ya la era moderna y ahí, por fin, el diablo empezaría a cobrar relevancia. En 1486 se publica un libro clave, el Martillo de brujas, que cosecha un éxito inmediato. Apenas dos años más tarde, el papa Inocencio VIII publica una bula en igual sentido: las brujas existen, los pactos con Satán existen, las posesiones demoníacas representan un peligro que acecha por doquier.
Se desataron, pues, las cazas de brujas y brujos: ¡eran amigos del diablo! ¡Y vivían a nuestro derredor! Aunque el mundo hispánico y Europa del este permanecieron al margen de tales histerias, en Europa central se llegaría a perseguir hasta 100.000 personas por semejantes acusaciones. En torno a la mitad, entre 40.000 y 60.000, serían ejecutadas durante los tres siglos siguientes. Si alguien te demonizaba, era probable que todo acabara de modo infernal.
¿Hablamos de un tiempo pretérito, sin relación alguna con nuestro presente? ¿Nos salvó la Ilustración de tales excesos y supersticiones religiosas?
Lo cierto es que, más bien, los últimos siglos, los siglos de las ideologías, solo han modificado el foco. Cuando se empezó a creer en la política en lugar de Dios, el demonio también empezó a ser político en vez de espiritual. Nuevas figuras empezaron a ocupar el espacio de los endemoniados de antaño. En vez de Satán, llámalo Hitler; en lugar de Luzbel, llámalo Stalin; en el puesto de Lucifer, coloca al capitalismo; a lo que antes decías Belcebú, desígnalo ahora como franquismo. Cada ideología política ha intentado convertirse en una teología política: Carl Schmitt tenía razón.
Y también tuvo razón Schmitt en otro aspecto: una vez que has demonizado a tu rival político, es más sencillo desatar el Armagedón, con excelentes intenciones, sobre él. Hace falta purificar el mundo del demonio, así que ay de aquel que sea etiquetado como tal. «No hay nada más peligroso que aquellos que desean hacer el bien, sobre todo el bien para los demás» no advirtió hace ya años el sociólogo Michel Maffesoli en un libro dedicado a parejas demonizaciones. Pero Jesucristo se le había anticipado: «Llegará un día en que todo el que os quite la vida pensará estar prestando un servicio a Dios» (Jn 16,2).
«Hitler, que sustituyó a Satán en el imaginario occidental durante varias décadas, lo cierto es que anda ya algo desgastadillo en esas lides»
Uno de mis autores favoritos, René Girard, ha escrito largo y tendido sobre estas formas en que nos maltratamos los humanos. Al fin y al cabo, la vida en sociedad (¡no digamos si andamos politizados!) resulta frustrante. Siempre nos vendrá bien, pues, identificar algún chivo expiatorio al que echar las culpas de todos nuestros pesares. Cualquier castigo contra él, entonces, se nos disfrazará siempre de razones excelentes. Después de todo, ¡no es más que un chivo!
Además, si lo maltratamos y apartamos, enseguida sentiremos que nos sobreviene cierta paz entre cuantos participemos de tal rito. Hacernos cómplices es un modo estupendo de amansarnos. Esa paz corroborará entonces que era bueno y necesario actuar tal y como actuamos. Del odio a la víctima surge un renovado amor por los míos. Cuando maltrato al demonizado, empiezo a verme a mí y a los míos como mucho mejores personas. Si él era un diablo, ¿no tengo mucho de santo yo?
Ya he dicho que Girard es uno de mis autores favoritos; también la Biblia o Schmitt, que nos hacen advertencias parecidas, se mueven por mi biblioteca. Pero si hoy cuento todas estas cosas, no es como mero profesor o teórico. Lo he advertido en el título. Hoy hablo como demonio o, mejor dicho (ya que imagino que usted, sensato lector, no creerá en los brujos), como demonizado. Pues nadie negará que hoy día, en tiempos de redes sociales y politización extrema, vivimos también cierta era de demonización sin igual.
¿Cómo me di cuenta de que era un demonio (para mucha gente)? Fue sencillo. ¿Cómo puede percibir que es usted un demonio para mucha gente? Será sencillo.
En primer lugar, hay que comprender que Hitler, que sustituyó a Satán en el imaginario occidental durante varias décadas, lo cierto es que anda ya algo desgastadillo en esas lides. Además, presenta un inconveniente: no puedes ir llamando nazi a todo el mundo, ahora que apenas se celebran desfiles al paso de oca por ahí.
De modo que había que buscar algún recurso alternativo a Hitler. Y siempre han estado ahí los presidentes de los Estados Unidos, cuando son de derechas, para sustituirlo en el escenario. Ronald Reagan dio juego durante varias funciones; George W. Bush cosechó también algunas actuaciones memorables; pero es sin duda Donald J Trump, en especial ahora que lo acompaña JD Vance, a quien corresponde el nuevo papel estelar de demonizado.
¿Quiere usted compartir parte de ese mérito? Bastará con que trate de comprender alguno de los actos de Trump con algo más elaborado que tildarle de dictador o loco; si desea profundizar su demonización de usted, atrévase incluso a defender que ese presidente anda atinado o que logra resultados apreciables. No falla. Aun cuando ese logro trumpiano resida en parar una guerra (lo que no parece terriblemente maléfico) o poner coto al wokismo (teoría contra la que muchos de los antitrumpianos llevan años, ineficaces, llorando), súbito le llegará alguien con el Martillo de brujas para demonizarlo. A Trump y a usted de paso. Las demonizaciones salen gratis a quien las emite, así que el dos por uno abunda en tal mercado.
Ahora bien, la demonización más interesante que tenemos estos días ante nosotros no proviene de costas lejanas de Norteamérica, sino de un norte mucho más cercano.
«Confieso que al enterarme de la noticia de que el PP votaba del bracete de Bildu di por supuesto que saldría pronto algún representante nacional a desmarcarse»
Todo empezó en Rentería. Provincia de Guipúzcoa. Hace un mes. Los grupos políticos de su Ayuntamiento, al completo, aprobaban una declaración contraria a las «formaciones políticas de carácter reaccionario». ¿El motivo? Vox tenía previsto montar una carpa informativa aquel sábado, 22 de febrero, en el lugar que llaman la Alameda. El demonio venía a la villa de Rentería, y su Ayuntamiento quiso exorcizarlo.
Entre los firmantes de esa declaración-exorcismo estaban Bildu, sí, junto con el PNV, Podemos y, claro, el PSOE. Pero nada de eso sería noticia: desde 2018 estamos acostumbrados a que los socialistas españoles prefieran votar con el partido de los terroristas que hasta 2011 les asesinaban (terroristas hoy transfigurados en «hombres de diálogo») antes que con sus nuevos demonios: esos demonizados que somos todos los españoles no izquierdistas para ellos. Han pasado ya casi 7 años de todo esto. Ya no es noticia.
La novedad la constituía el concejal vigésimo primero, que no pertenecía ni a Bildu, ni a PNV, ni a Podemos, ni al PSOE, pero firmó, exorcizador, con ellos la declaración. Porque ese concejal pertenece al Partido Popular.
Esto sí que es una novedad. En especial en el País Vasco. Allí donde, tras años de lucha, se consiguieron declaraciones de todos los partidos contra ETA y su brazo político (el actual Bildu), ahora las declaraciones de todos los partidos ya no van contra un mal objetivo como son el asesinato, el secuestro y la extorsión. Ahora van contra el nuevo demonio, que al parecer es Vox. Y, por extensión, imaginamos, lo es cualquiera que tenga algún viso de pensamiento conservador. O quien que ose criticar la Agenda 2030. O quien desconfíe del destino al que nos conduce la coalición socialista-pepera-verde que nos gobierna desde Bruselas. Demonios todos, sin duda, ¡a quién se le ocurre discrepar!
Confieso que al enterarme de la noticia de que el PP votaba del bracete de Bildu para excluir a Vox (ojo, no se trata de votar con Bildu para poner una farola o un contenedor de basuras; se trata de votar con Bildu para enviar a este último receptáculo a Vox) di por supuesto que saldría pronto algún representante nacional a desmarcarse de su concejal renteriano. La misma Cayetana Álvarez de Toledo, por ejemplo, siempre tan dispuesta ella a estas cosas. (De Borja Sémper lo esperaba menos, empero). Nadie puede controlar a todos sus concejales. Siempre hay alguno que puede equivocarse; en ese caso, lo desautorizas desde instancias más elevadas del partido y así salvas tu dignidad.
Pero solo hubo silencio. Calló Cayetana, calló Sémper, calló Feijóo. La nueva línea estaba trazada desde Rentería. Y al Partido Popular no le disgustaba. De un lado, bildutarras, izquierdistas, nacionalistas y peperos. Al otro lado, demonizado, Vox.
¿Le pasó a usted desapercibida esa votación, amigo lector? No me negará, en cambio, que no detectó luego sus consecuencias. Llevamos un mes, el mes posterior a ese exorcismo pepero-bildutarra, en que Vox no deja de aparecer en las medios aún más que de costumbre, y siempre para dejar muy clara su cercanía a Satán. Hay quien lo achaca a que las encuestas daban a este partido cifras en torno al 15 % de voto (semejantes a su mejor resultado, allá por noviembre de 2019). No son hipótesis incompatibles: tanto esas excelentes predicciones, como el anhelo de culminar el proceso demonizador, pueden converger en una misma práctica. La práctica de la que nos habla René Girard y El martillo de brujas. La práctica de martillear a quien has designado como nuevo diablo del lugar.
Y así habrá oído usted que Vox es igual a Putin. Y también es igual a Orbán. Y también es igual a Trump. Estas cosas tiene el diablo, que (como parodia de la Trinidad divina) será que puede ser tres personas a la vez.
«En verdad conviene que usted atienda a todas esas demonizaciones, porque es probable que usted acabe siendo el próximo demonizado por tan amplios coros»
También habrá leído usted, en este mismo periódico que ahora nos congrega, noticias tan inquietantes como ¡que Vox paga el alquiler de su sede! ¡Algo traman, si con todas las facilidades que le da la España del PSOE a los okupas, ellos prefieren ser tan conservadores como para cumplir la ley!
O habrá visto usted avisos, uno tras otro, de cada antiguo afiliado que se desafilia de tal partido (junto con la noticia, un tanto contradictoria, de que en realidad está rozando su récord de afiliación).
O habrá sabido de un grupo de «críticos» de Vox (en realidad, apenas un centenar) que se reunieron en Barajas hace unos días para «refundar» la formación (nada menos). Con el fin de que usted no se lo perdiera, este periódico que amable me acoge como columnista (se cumplen ahora 9 años de ello) se lo ha contado a usted hasta en tres ocasiones: aquí, aquí y aquí. Por lo demás, los citados críticos criticaron (había que hacer honor a su etiqueta) que ya no tenían cargos en su partido –siempre he afirmado que el poder es una droga más adictiva que la heroína, así que he de agradecer a esos «críticos» que utilicen, como logo de su «movimiento», un caballo–.
Podríamos seguir este catálogo, por desgracia. No en vano, mis compañeros columnistas de este periódico, con no menos libertad que la que yo ahora tengo, han llegado a llamar a Abascal traidor y lameculos (sic), así como a equipararlo con Bildu (sí, el partido de las firmas con el PP).
Pero baste por ahora lo dicho para que usted vaya conociendo las nuevos demonios voxeros que algunos le quieren persuadir de que tiene alrededor suyo. En verdad conviene que usted atienda a todas esas demonizaciones, porque (salvo que tenga intención de firmar manifiestos con Bildu y Cayetana Álvarez de Toledo) es probable que usted acabe siendo el próximo demonizado por tan amplios coros. Yo, al menos, ya me siento (he empezado diciéndolo) un tanto endemoniado. Y parece mal momento para sentirse de ese modo, ahora que las cazas de brujas arrecian alrededor.