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Miguel Ángel Robles: Amor e IA

by Marko Florentino
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Mucho se habla de cómo la Inteligencia Artificial (IA) transformará el mundo laboral. Y también de cómo puede afectar a la esfera pública. Bastante menos de cómo puede cambiar la vida personal. De todas las revoluciones que nos puede traer la robótica quizás la mayor de todas acabe siendo la del amor. Ortega y Gasset, uno de los pocos filósofos que prestó al amor la atención que merece, decía que más se aprende de una sociedad conociendo cómo ama que investigando sus instituciones políticas. «Cada generación revela en la elección de sus amores las corrientes subterráneas que la informan», escribió el pensador madrileño. Si Ortega estaba en lo cierto, que creo que lo está, es probable que la gran transformación social provocada por la IA venga de los sentimientos.

La atracción surge del deseo físico. Y también de una cierta afinidad de intereses y valores. En todo enamoramiento hay, por ello, mucho de amor a uno mismo. De ahí que Stendhal pensara que la pasión erótica es siempre un autoengaño. El autor de ‘Rojo y Negro’ decía que en la persona amada el amante no ve las cualidades reales, sino las que él admira y pone en el objeto de su adoración. Luego otros autores (el propio Ortega, Fromm…) lo corrigieron: una cosa es la pasión y otra el amor verdadero. La pasión es, en efecto, un encantamiento, con caducidad temprana. El tránsito al amor se produce cuando ese encantamiento se esfuma y emerge la verdadera personalidad de la otra persona.

El amor genuino requiere del otro en su singularidad esencial. Quien ama de verdad, ama a una persona que no es una mera proyección de sí misma, sino que se le manifiesta claramente distinta. El amante se ve afirmado por la persona amada, pero también negado. Por eso, sólo es parcialmente cierto que el amor, como la amistad, se base en la sintonía mutua. Cuando son auténticas, las relaciones íntimas implican contradicción, además de asentimiento. Todo amor humano es un desafío e implica una exposición continua a la refutación. Y por eso es creador. A través del amado, el amante se confirma a la par que se convierte: cambia sin perder su identidad.

Y lo que la IA amenaza es precisamente todo esto. La condición conflictiva y transformadora del amor. La robótica nos obedece y nos da siempre la razón. Instaura una nueva forma de relación en la que la alteridad desaparece. En la que no hay espacio para la réplica ni para la evolución. Y por tanto en el que no hay amor entre dos personas, sino auto-amor. La tecnología puede culminar así lo que ya ha comenzado con las mascotas. Estas han sustituido no sólo a los niños: también a las parejas. Si cada vez más personas viven solas, no es únicamente por el envejecimiento de la población. Es porque prefieren vivir sin nadie que les rebata.

La gran transmutación social que no estamos viendo venir es la de amor. Empujado por la IA a ser un sentimiento utilitario en refuerzo positivo del yo. Amor narcisista y egoísta a uno mismo.



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