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EL PLACER ES MÍO
Unos minutos en el Besamanos del Gran Poder son suficientes para recuperar la fe en Dios y en la condición humana: el amor realmente existe
Decía Unamuno —no sé si el más grande, pero sí el más apasionante de nuestros filósofos— que creer es querer creer. El pensador vasco opinaba que el sentimiento religioso —que es el reverso del sentimiento trágico de la vida— expresa siempre el conflicto entre un … corazón que dice sí, creo, es decir, sí, quiero creer, y una razón que dice no, no creo, es decir, no puedo creer. De la duda sólo se puede salir, en favor del sí, con una voluntad obstinada. Por eso, quienes, por nuestro carácter, por nuestra estructura de pensamiento, o por lo que sea, sufrimos de un déficit de creencia que se nos manifiesta periódicamente incluso a nuestro pesar, siempre andamos necesitados del dopaje de un superávit de querencia para confirmar nuestra fe. Para no creer cada vez menos, necesitamos querer creer cada vez más.
Yo, ese exceso de querencia —y por tanto, de creencia—, lo encuentro de forma sencilla, cada primavera, en el Besamanos del Gran Poder. Espero que nadie se moleste por la comparación, pero lo que ocurre en su Basílica, en los días que van desde el Domingo de Ramos hasta el Martes Santo, me recuerda mucho a lo que veo en el aeropuerto cuando voy a recoger a mi hijo. Siempre que lo hago, no puedo evitar fijarme en los abrazos y besos de los familiares y amigos que reciben a sus seres queridos, de modo que, mucho antes de aparecer él, ya tengo los ojos vidriosos. Y durante el Besamanos del Gran Poder, me pasa algo parecido: cuando llego a su lado, estoy tan conmovido por la agitación que veo en otros fieles, y especialmente en tantas mujeres y personas mayores, que a duras penas puedo contener las lágrimas.
Si se filmara lo que ocurre dentro de la Basílica esos tres días, y se seleccionaran los momentos más emocionantes, lo que tendríamos es la versión sacra de las escenas iniciales y finales de Love actually: la película que nos hace llorar cada Navidad con sus escenas de abrazos en los aeropuertos. Los afectos que recibe el Señor no son físicos, pero, por ser más contenidos, son aún más conmovedores. Unos minutos en la Basílica son suficientes para recuperar la fe en Dios y en las personas. Para salir a la calle pensando que la vida es bella y la gente es buena. Y que, a pesar de cómo está el mundo, y de todos los pesares, el amor realmente existe, y es un reflejo divino.
Asistir al Besamanos del Gran Poder restaura la confianza en la condición humana y nos coloca en el estado anímico necesario para creer, que es el de querer creer. Se hace muy difícil no creer en el ser humano cuando hay personas como esas que, con todas sus tristezas o penurias a cuestas, se acercan confiadas, humildes y agradecidas a su Dios. Y se hace muy difícil, en realidad imposible, no querer creer en ese Dios que es capaz de convocar a todas esas buenas personas, y que se deja hablar de tú y casi abrazar. Tan vivo, tan real y tan necesario para ellas que en su compañía encuentran la comprensión, esperanza y consuelo que necesitan.
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