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‘Mortal y rosa’, medio siglo de una obra maestra, por Fernando R. Lafuente

by Marko Florentino
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Como recordar que Francisco Umbral (Madrid, 1932-2007) fue, y es, un gran escritor sería reiterar una obviedad, mejor dejarlo. Claro que en la literatura existe la bolsa de valores (literarios y de los otros). Las acciones de este o aquel escritor suben y bajan acorde con los tiempos. Máxime si ese escritor, además, suele publicar todos los días una crónica periodística, que en el caso de Umbral, eran crónicas condenadamente literarias.

La historia literaria es un largo camino, un vaivén de modas y gustos, de estilos y tendencias. Unas veces tal o cual autor es el centro del laberinto y otras, su sombra y su obra permanecen alejadas del presente. No importa. Quedan las palabras. Alguien, en algún momento, recuperará esa obra y lo que en un determinado tiempo no se veía ahora resplandecerá con el brillo de entonces, y más, porque habrá adquirido la inestimable ayuda de la pátina segura del tiempo. La literatura es «palabra en el tiempo» (Antonio Machado) y ese tiempo regresa fortalecido, ennoblecido.

Tampoco esto pretende ser un trabajo académico que requiera, con su hojarasca bibliográfica, fuentes, influencias, semejanzas, diferencias y demás, y así atolondrar al lector. Aquí se va, en ese lenguaje arcano que es el taurino, «en corto y por derecho». Mortal y rosa, publicado hace 50 años, es una de las obras maestras de la literatura en español de la segunda mitad del siglo XX. Que hoy se lea más o menos a Umbral no quita ni una coma a la majestuosidad, siempre literaria, que alumbra e ilumina cada página del libro.

Escrito en estado de gracia (literaria) y desgracia (humana), el libro es una profunda confesión de poco más de 200 páginas en las que la voz narradora se desploma ante sí misma. La mítica, y épica colección Austral publica una edición conmemorativa de este 50 aniversario con una introducción, espléndida, de Santos Sanz Villanueva, quien se ocupa de abrir el volumen con «Estoy oyendo crecer a mi hijo», cerca de 50 páginas memorables, en las que se describe, se analiza, se estudia y se profundiza en la obra.

Junto a la edición que en su momento publicó Miguel García Posada en Cátedra (2000), la biografía de Anna Caballé sobre el autor, El frío de una vida (2004), y Francisco Umbral. Manual de Instrucciones, de José Besteiro, con prólogo de Ángel Antonio Herrera (Renacimiento, 2024), lo más completo, relevante y esencial en cuanto a este libro y su autor se refieren. Habría que completarlo con el reciente y espléndido documental de Sonia Tercero Mortal y Rosa: el cortometraje (2025).

«Nada hay más terrible que la muerte de un hijo, es atentar contra la naturaleza, romper la cronología, arrebatar un sueño»

Las páginas de Santos Sanz Villanueva se dirigen, tras el imprescindible preámbulo de describir la circunstancia orteguiana de Umbral a situar, en lo que denomina, con excelente criterio, un «Poema en prosa», de manera tan exhaustiva como brillante. La «figura en la alfombra» (Henry James) que cada gran obra literaria esconde, oculta y muestra, así como desvelar la génesis, razón y sentido de esta elegía a la muerte del hijo de Umbral, Pincho. «Estoy oyendo crecer a mi hijo», repárese en el verbo y su gerundio, porque este fue el primer título que Umbral pensó para el libro, como recuerda Sanz Villanueva: «Estoy oyendo crecer a mi hijo y quisiera para él un mundo mejor, más justo; más libre. Cuando yo me haya muerto entre esos dos retratos verdes y amarillos, cuando ellos den ya toda la amargura de mi vida ida, quisiera que los hombres, hijo, hubiesen dejado de matar niños, que los niños hubiesen dejado de pensar en matar hombres el día de mañana, que hubiera en el mundo más justicia y más libertad. Decía Camus, hijo, que entre su madre y la justicia, se quedaba con su madre (…) Es el año nuevo, el viejo, la Nochevieja, no sé. Dejo de escribir a máquina y estoy aquí, sencillamente, oyendo crecer a mi hijo».

Ocurre que ese oír crecer se paró de repente, arrancó esa melodía al padre. Nada hay más terrible que la muerte de un hijo, es atentar contra la naturaleza, romper la cronología, arrebatar un sueño. Umbral se desgarra en cada página. Poco importa si hablamos de novela, diario, confesión, crónica. Todo está en uno. En la voz de quien narra, de manera inmediata, urgente, y regresa, y recuerda a la idea de Pavese y la literatura: «La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida» y hay tanta e inmensa ofensa en la muerte de un hijo, de un niño. Es romper la línea. Quedarse al pairo. Desprotegido, indefenso, asustado. Qué más puede ocurrir. Qué dolor puede superar a esta pérdida.

Sólo queda vaciarse en la escritura, en una prosa poética, otra vez brillante Sanz Villanueva, que enlaza con una de las raíces narrativas determinantes del siglo XX, con nombres, tan queridos por Umbral, por cierto, como Proust, Woolf, Gide y en español, Azorín, Miró, además de ese regusto provocador que tienen para el propio Umbral, los «géneros fingidos» de Ramón Gómez de la Serna o el carnaval del lenguaje que muestra Valle-Inclán. Lean Mortal y rosa, 50 años no son nada, apenas un apunte en el tiempo, para un libro que hizo de la mortalidad de un hijo una obra inmortal, y eso es, sencillamente, la mejor literatura. La que permanece y dura. La muerte no puede vencer a la literatura.



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