Ni Mara se llama Mara ni acostumbra a ir de espaldas por la vida. Quiere proteger su identidad y por eso oculta su fachada. A cambio, nos abre con generosidad la puerta de su biografa, sin escatimar en las miserias que la han llevado, a sus 50 aos, a ingresar en un centro de Proyecto Hombre. Su historia contiene soledad, dos duelos familiares, un matrimonio infeliz y demasiadas pastillas, alcohol y cocana. Se agarr a estos clavos ardiendo para tirar con la desazn del da a da, un asidero peligroso, pero asidero al fin y al cabo. Muchos usarn las drogas para irse de farra cada noche, pero nunca ha sido su caso.
Mara responde a un perfil de consumidor que no es nuevo, pero que ya tiene la suficiente entidad como para recibir el foco de organizaciones especializadas en adicciones: hablamos de mujeres de mediana edad ajenas a la marginalidad, con vidas normales, que bien podran ser la vecina del 5 o su compaera de zumba. Para afrontar cada da y tirar con todo, abusan del alcohol y de los psicofrmacos, normalizando su consumo y, sobre todo, despojndolo del riesgo que supone. Hasta que la madeja se va enrollando -que pasar- y asoma el abismo.
Su padre muri cuando era nia y, desde entonces, Mara se recuerda sola. A los 30 tuvo un ataque de ansiedad y lleg la primera receta de pastillas, un consumo sostenido que solo interrumpi en su embarazo. Hace seis aos, inmersa en un matrimonio fracasado, lleg otra muerte, la de su hermano, y se derrumb. «Me junt con gente txica y decid probar», admite.
Culpa y tristeza
Y pas lo de la madeja. Dej de trabajar y delegaba en otros el cuidado de su hijo de 10 aos, por aquel entonces. Un da Mara intent quitarse la vida. La intencin era morirse, pero a la maana siguiente despert. «Creo que solo quera llamar la atencin, pero estoy viva de milagro». El verano pasado decidi ingresar en una comunidad teraputica femenina de Proyecto Hombre. Lleg triste, arrastrando la culpa de dejar fuera a su hijo adolescente y a su madre anciana. Haba pelado la hucha del primero, la cuenta de la segunda y la suya propia. «A principio llevaba una doble vida. Mi marido no se enteraba y consuma a escondidas, en casa, para que nadie me viese, pero el nio notaba que me pasaba algo», cuenta.
En marzo, aprovechando la estela del 8M, entidades como Proyecto Hombre y la UNAD (Red de Atencin a las Adicciones) han lanzado campaas (‘#MujeresConProyecto’ y ‘No te pierdas. Pon el foco’, respectivamente) para denunciar el doble estigma social que sufren las mujeres adictas. Se ocultan y tardan 10 aos ms que ellos en pedir ayuda y acceder a los recursos. Y cuando llegan, lo hacen al borde de todo, como Mara. Tambin explican que segn los informes del Plan Nacional Sobre Drogas, las mujeres solo superan a los hombres en un consumo concreto: los hipnosedantes, o sea, las pastillas para la ansiedad y el insomnio, lase, el loracepam y compaa. La encuesta ‘Edades’, del Ministerio de Sanidad, dice que el 16% de las mujeres de entre 15 y 64 aos los consume, frente al 10,3% de los hombres.
Ana Macas es directora tcnica de Programas de Prevencin y tratamiento en Fundacin Aldaba-Proyecto Hombre Valladolid: «El nido vaco, la soledad, la infelicidad, el estrs, los malestares emocionales, el trabajo, el cansancio fsico y la carga mental son para las mujeres factores de riesgo de consumo de alcohol, psicofrmacos y otras drogas como forma mal entendida de evasin». Es decir, no son hbitos asociados a la fiesta, sino a los problemas.
En el centro, para Mara empezaron las rutinas, el orden, levantarse a las 7 de la maana, las cinco comidas al da, las terapias, las confesiones, la convivencia. «Cuando llegu estuve 15 das sin hablar con nadie. En la habitacin que me toc, me asignaron la litera de arriba. Casi no poda subir». Ya no toma benzodiacepinas (muy recetadas como ansioltico, para dormir, para superar malas rachas, etc.) y aspira a dejar tambin su media pastilla de antidepresivo. Ahora ya vuelve a casa de su madre los fines de semana (se separ), hace ejercicio, come verdura y se ha quitado 10 kilos de encima. «Me siento rejuvenecida. Tengo ganas de vivir«, dice, y en sus palabras se desliza la inevitable ilusin.
Sus necesidades, siempre las ltimas
Quiere sacarse el carn de conducir y trabajar, aunque no en hostelera, como ha hecho alguna vez antes («Demasiado peligroso»), sino en una conservera agrcola. Ha tenido la suerte de no recaer, ese fantasma que siempre acompaa a un adicto: «Cuando salga, no puedo mantener el contacto con otras compaeras del centro. Es arriesgado». En sus planes de futuro est su hijo, cmo no: «Va a cumplir 16. Antes quera ser informtico, pero por m, quiere hacer Psicologa».
Ana Macas explica que este perfil de adicta «tarda en pedir ayuda porque los mandatos sociales dicen que la mujer es cuidadora y sus necesidades se quedan siempre a la cola». Adems, «los consumos masculinos tienen que ver con las relaciones sociales y el liderazgo, pero ellas lo hacen en solitario, para paliar su malestar». El miedo a perder las custodias de los nios y los estigmas de gnero, que vinculan los consumos en mujeres a la promiscuidad sexual y a los conceptos de mala madre, mala hija y mala esposa, las mantienen an ms invisibles: «Por eso son necesarios recursos especficos donde ellas estn bien y podamos ofrecer un enfoque biopsicosocial adaptado a la mujer», concluye.