Una de las características fundamentales de la sociedad actual es la increíble velocidad a la que se suceden los cambios. No se trata únicamente de que las cosas cambien, sino de lo rápido que cambian. Al ser humano le llevó más de 35.000 años darse cuenta de que si plantaba sus propias semillas, no necesitaba moverse continuamente de un lado a otro. Tardó más de 40.000 años en darse cuenta de que podía utilizar un caballo o un buey para arar un campo y tardó casi 50.000 años en darse cuenta de que si ponía un trapo en un palo, podía utilizar la fuerza del viento para moverse por el Nilo hacia arriba.
Los progresos tecnológicos empleaban miles (cuando no decenas de miles) de años. De hecho, si tuviéramos una máquina del tiempo y pudiéramos llevar a un griego del siglo I a.C. a la Atenas del siglo XVII, no se encontraría muy fuera de lugar. La gente seguiría moviéndose a pie o en caballos, los útiles de agricultura serían muy similares a los de 2.000 años atrás y seguirían utilizando molinos de agua para moler grano. Sin embargo, si llevamos a un español del año 1875 al Madrid de 1985, el shock sería espectacular. La gente se movería en sus propios automóviles, existirían trenes subterráneos, la gente viajaría a otros países volando en unas extrañas máquinas con alas, cada familia tendría una televisión en su casa, podrías hablar a través del teléfono con cualquier persona del mundo y algunas familias contarían ya con computadoras en sus casas.
Lejos de frenarse, en las últimas tres décadas esta evolución no ha hecho más que acelerarse. La mayoría de las cosas que hacemos hoy en día las llevamos a cabo con tecnología o empresas que hace 30 años ni siquiera existían. Netflix, Amazon, Instagram, Twitter, TikTok, Google Maps, Glovo, Teams, Uber, Airbnb, Idealista, Spotify, YouTube o todas las soluciones de almacenamiento en la nube. ¿Se imaginan la vida actual (especialmente la de los más jóvenes) si elimináramos de un plumazo todas estas posibilidades?
«No se pueden instalar Centros de Procesamiento de Datos si no hay energía suficiente para ello y el Gobierno de España se está encargando de dejar a Madrid fuera de los planes de ampliación de las redes eléctricas que permitirían atraer esa inversión»
Y ni siquiera hemos hablado de tecnologías todavía más recientes como la IA, el blockchain, el Internet de las Cosas (IoT) o la computación cuántica. El mundo cambiará cada vez más rápido y nada lo va a parar. Sin embargo, toda esta evolución tecnológica necesita dos cosas fundamentales: dónde procesar/almacenar todos esos datos y energía para hacerlo. La atracción de inversión, la creación de empleo y el progreso de las sociedades futuras para por no perder este tren tecnológico y en Europa no lo estamos haciendo demasiado bien, salvo contadas excepciones. Las nefastas políticas energéticas -y de otro tipo- de la Unión Europea tienen mucho que ver con ello.
En el caso de España, la situación es paradigmática, con la Comunidad de Madrid tirando del carro y un Gobierno central absolutamente inoperante o, más bien, boicoteante. Madrid lidera de manera contundente el desarrollo tecnológico en nuestro país, concentrando más de la mitad de los Centros de Procesamiento de Datos (CPDs) y creciendo a un ritmo superior al de los nodos referencia de Europa (Frankfurt, Londres, Ámsterdam, París y Dublín). Se espera un crecimiento del 220% en los próximos tres años, lo cual atraerá una inversión extranjera de miles de millones de euros.
Madrid tiene una localización privilegiada por su conexión directa con las redes submarinas de fibra óptica y encontrarse geográficamente en un posicionamiento clave entre América, África y Reino Unido. Por eso los inversores quieren establecerse aquí pero, desafortunadamente, el Gobierno de Sánchez está decidido a hacer lo que haga falta para impedir el crecimiento de Madrid en su irracional y pueril cruzada contra Isabel Díaz Ayuso.
No se pueden instalar CPDs si no hay energía suficiente para ello y el Gobierno de España se está encargando de dejar a Madrid fuera de los planes de ampliación de las redes eléctricas que permitirían atraer esa inversión. A modo de ejemplo, el año pasado el Gobierno de Sánchez rechazó todas y cada una de las 80 propuestas de inversión en redes hechas para Madrid. Conviene no olvidar que 59 de esas 80 propuestas eran para la instalación de CPDs.
A todo esto hay que añadir la distópica política energética de Sánchez y sus socios de gobierno. Su sectario posicionamiento contra la energía nuclear pretende cerrar las centrales que producen el 20% de la electricidad de España de manera segura, estable, competitiva y sin emitir gases de efecto invernadero. Esto ocasionará subidas muy significativas en los precios de la electricidad, algo totalmente contraproducente para la inversión en tecnologías de digitalización, lo que nos hará perder empuje diferencial con el resto de los centros neurálgicos de Europa.
Parece que todo vale en el fanatismo político. Incluso destruir desarrollo, progreso y riqueza y condenar a tu país a perder un tren tecnológico que va a jugar un papel determinante en el futuro de las sociedades. No saben ya qué hacer desde Moncloa para menospreciar, marginar y discriminar a los ciudadanos de la Comunidad de Madrid. Ahora intentarán hacernos más pobres, que es lo que realmente les gusta. Pobres y serviles, su caladero de votos.