Isabel se dejó llevar, a los 74 años, por la trama de lo que parecía una novela romántica. Se sentía sola. Dos años antes, su marido había muerto de cáncer. Y entonces apareció él, Nicolas, para poner su existencia patas arriba y agitar su corazón. La contactó por la red social Instagram y la arrastró a un torrente de conversaciones por WhatsApp hasta las tantas de la madrugada, en las que le hacía ver lo “maravillosa” que era, le prometía amor eterno y, sobre todo, compartía con ella unos problemas financieros cada vez más acuciantes que podían comprometer su romance y la incipiente visita de él a Barcelona.
El encanto duró cuatro meses, entre noviembre de 2023 y enero de 2024. Hubiera podido prolongarse algunos más de no ser porque los hijos de Isabel (nombre ficticio) le advirtieron de que ese tal Nicolas no existía; que el gentleman francés de ojos azules, cuerpo fibroso y pelo cano de 48 años era tan solo un perfil de Internet. Un personaje de ficción que, con verbo de telenovela y envolviéndola en historias cada vez más surrealistas, logró robarle 22.000 euros.
Nicolas, el estafador o estafadores que se esconden tras ese perfil, usó la fotografía de una persona real: el actor y presentador de televisión italiano Flavio Montrucchio, con quien este diario ha intentado contactar sin éxito. Sin quererlo, la foto de Montrucchio sirvió como cebo para fabular una relación con Isabel y, según ha podido constatar este diario, con otras mujeres en situación de fragilidad emocional, viudas o separadas, de edad avanzada, que se sienten solas y están abiertas a una llamada inesperada del amor.
Las conversaciones que Isabel mantuvo con Nicolas no han resultado suficientes para que un juzgado de Barcelona investigue la denuncia por estafa que presentó la mujer. Avergonzada ante su familia y triste por haber perdido a quien consideraba su amante, la víctima declaró primero que había entregado el dinero de forma voluntaria y que Nicolas le había hecho un reconocimiento de deuda (en realidad, un burdo documento con una bandera de Malí). Más tarde, los Mossos d’Esquadra pidieron al juez poder acceder a la documentación bancaria. Sin embargo, el magistrado lo rechazó y dio carpetazo al asunto sin más.
EL PAÍS ha accedido al diálogo íntegro entre los falsos amantes; cientos de folios de una historia de amor desequilibrada, pues a un lado de la balanza había solo argucias, cálculo e interés económico (seguramente con ayuda de la informática) y al otro había sentimientos reales, emociones que iban creciendo a flor de piel, miedos y precauciones. Este diario también ha accedido a documentación bancaria de las transferencias, que fueron a parar a cuentas de cuatro mujeres distintas en España. Esas mujeres son, presuntamente, testaferros de la trama.
Sus cuentas muestran un comportamiento extraño. Una de ellas, la de Emilia V., percibe una pensión mínima de 1.040 euros, hasta que en un momento dado pasa a tener una actividad sorprendente: le llegan decenas de ingresos, algunos de miles de euros, de mujeres, siempre con el mismo concepto (“asistencia familiar” o “ayuda familiar”) y cobros de comisiones por retiradas de dinero en el extranjero. Entre esas transferencias están las de Isabel, pero también las de otras muchas mujeres, posibles víctimas que por ahora no han salido a la luz.
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Cuatro meses de novela romántica
“¿Cómo estás? Espero que me recuerdes”, escribe Nicolas el 23 de noviembre de 2023, tras haber cazado a Isabel en Instagram y haber logrado que se intercambiaran los números de teléfono. Es él quien lleva la iniciativa al principio. Cada mañana a primera hora le da los buenos días; quiere saber qué hace en cada momento; le pide que hablen de noche para estar más tranquilos… Y le envía fotos de estudio del bello Montrucchio, con sus ojos aguamarina y su sonrisa perfecta. Hay errores gramaticales de bulto, repeticiones de tópicos románticos sin demasiado sentido y escenas surrealistas, como cuando Nicolas pregunta qué tipo de hombre le gusta y se contesta él mismo: “Solo el que tiene el corazón lleno de amor”. Perpleja, Isabel dice: “Yo no he escrito eso”.
La mujer ni es una ingenua ni cae de cabeza en la trampa. Al contrario. Se muestra cauta. “No sé nada de ti, solo te conozco por Instagram”. Incluso se resiste con firmeza a las primeras muestras de lo que será una constante en cientos de horas de conversación escrita: el chantaje emocional. Como la pantalla de un smartphone, él reclama atención constante. Y se enfada cuando no la obtiene: “Dime que ya no quieres hablar conmigo y borro tu número”. “Estoy haciendo cosas en la calle, no me controles”, le contesta ella. Pero poco a poco va sucumbiendo a los halagos azucarados de Nicolas, que indaga en su esfera más personal y hace aflorar su fragilidad. “Salgo de una situación difícil y triste. En enero hará dos años que falleció mi esposo. Cáncer de pulmón. Estos años han sido duros, acostumbrarme a estar sola…”.
Nicolas la avasalla con verborrea melindrosa. Se presenta como agente fiscal de exportación de automóviles y dueño de “una tienda de antigüedades en París”. Un hombre “honesto y fiel” que ama sin medida y quiere pasar el resto de sus días con ella. En apariencia celoso, le advierte cínicamente contra los engaños en Internet: “Seguramente alguien podrá contactarte porque hoy en día hay muchos estafadores en la red”. Con tantas atenciones y buenas palabras, ella empieza a sentirse “especial”, mimada por “un caballero”. Y entonces, cuando está creado ya el vínculo, él se lanza cada vez más osado a su propósito: vaciarle la cuenta corriente.
El 8 de diciembre (han pasado dos semanas) le anuncia “malas noticias”. Su padrino acaba de fallecer en Malí justo cuando estaba esperando a que le entregara una enorme suma de dinero por la venta de unos coches. Debe viajar allí. Informa a Isabel de todas sus gestiones. Pero el banco del país africano le pide una comisión de 25.000 euros para “desbloquear” una cuenta con 7,2 millones. Él no tiene ese dinero. Y se lo pide a Isabel con la promesa de que lo devolverá cuando regrese a Francia. Nicolas es muy insistente. Manda mensajes de amor al tiempo que explota su sentimiento de culpa (”por el amor de Dios, no me defraudes”) y le invita a pedir un préstamo: “Te necesito, necesito esos 25.000 euros”.
Isabel está abrumada. Se resiste aún. Duda (“no lo veo nada claro”) y le pide que no la presione. Pero empieza a quebrarse. Ya sueña con él, no puede quitárselo de la cabeza. Y accede porque “por encima de todo”, también del dinero, “están las personas”. “Espero no equivocarme”, profetiza. Y le envía una primera transferencia, por 800 euros, a una cuenta de un banco español a nombre de una mujer: Victoria S. Como concepto, le dice Nicolas, debe indicar “asistencia familiar”. Han pasado tres semanas desde que han empezado la relación. Cuando el trámite está hecho, el novio virtual se muestra agradecido y promete recompensarla y, sobre todo, ir a verla pronto.
Ese cebo (la posibilidad de concertar un encuentro personal) y más fotos del presentador italiano van a servirle a Nicolas para conseguir otras siete transferencias, hasta un total de 22.000 euros. Las supuestas desventuras del hombre en Malí crecen, lo mismo que la entrega de Isabel, cada vez más sobrepasada por la promesa de un amor sin parangón. Primero le pide dinero para el billete de avión de vuelta porque está “atrapado en el aeropuerto”. “Una vez en Francia te transferiría todo tu dinero e iría a conocerte a España. Te voy a hacer la mujer más feliz del mundo”. Isabel está nerviosa, pero es tal el acoso (las conversaciones son diarias) que accede.
Cuando está a punto de coger el avión, a Nicolas lo detienen por haber comprado (y no declarado) un collar para Isabel. “Si no me ves en línea, es que estoy en la cárcel”. Ella paga para que salga en libertad. Más tarde tiene un enfrentamiento con la familia de su padrino, que le reclama su parte de la ficticia fortuna familiar. Él pide más dinero para desbloquear las cuentas, le envía un falso reconocimiento de deuda y le ofrece “un 30%” de su fortuna, que ella rechaza.
El cuento se interrumpe abruptamente el 29 de enero de 2024. “Mi hijo ha descubierto las transferencias, te ruego que me ingreses mi dinero. Me ha dicho que esto es una estafa. Yo le he dicho que confío plenamente en ti”. Nicolas sigue imperturbable: “Te juro por Dios que tendrás todo tu dinero”. Isabel ya no escribe nada más. En el último mensaje, él aún la interpela: “Amor”. Pero ya no hay de eso. Como la relación, el número de Nicolas (un teléfono de empresa) ya no existe, “no pertenece a ningún cliente”.
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