No darse cuenta a tiempo

Camina julio entre pajaporte y festivales, un calor que aprieta y el bucle del que no tiene ganas de seguir haciendo nada. La calle taconea y se abarrota, que si carreras de ‘estileto’, carrozas a cuarenta grados, un intento del gobierno por saber de tu onanismo, y el verano que arranca mientras los derechos se festejan. Craig Brown, el escritor, no el futbolista, dice que «hubo una vez un tiempo en que la música rock era cantada por los jóvenes para enfadar a los viejos. Hoy, según parece, es cantada por los viejos para abochornar a los jóvenes». Y en ese rock entra la vida entera porque ahora se mira con lupa qué viejo dice y sobre qué . No vaya a ser que tenga razón y tengamos que llamarle senil, señoro, o cualquiera de las cosas que se emplean cuando hay que acabar con alguien. Lo del rock es, más que un ejemplo, la verdad de la regla primera de la vida: morirse. Lo delicado de reconocerlo, ese tremendo coletazo de, por decirlo en Enrique Urquijo, volver a ser un niño, se junta con la experiencia de tantos años que se cuestionan de golpe y porrazo porque, amigo, ya no eres lo que eras. Por un lado está lo obvio, lo que resulta irremediable. Después el punto más crudo del asunto ¿será verdad que me estoy volviendo un poco loco? ¿soy el único que se ha dado cuenta de que todo se va a por el acantilado? Ahí se juega de pronto un duelo de líderes. El padre piensa que su hijo se ha dado cuenta, que los demás también lo saben. El hijo, que le duele, claro, tiene que hacer entender a un padre que debe echarse a un lado. Pero cómo cambiar esa forma de relacionarte con los tuyos, la de siempre, y que de pronto adquiere una incómoda forma nueva de trato. Y de cómo te perciben. Y de cómo te arrinconan. Me imagino que debe de ser duro ese momento en el que sí, que tenían razón. Que ya ni lo que digas de política te acierta, que si la misma película, que si aquella mañana. Pero también supone un regalo a tiempo, un elogio en vida, no un obituario de los que ninguno de los que se fueron recuerda. En eso también hay un punto de bien. Como que las cosas que te quitaban el sueño, de impuestos, de líos, de todo lo que a uno le va haciendo viejo a golpe de tropiezo y que, ahora, es cosa de otros. Y encima de ellos, de los tuyos. Debe de ser un orgullo ver que no se termina todo en ti. Que también tendrás más tiempo para lo que te gusta, para lo que antes era un suspiro a lograr algún día. Y mira si lo has conseguido. Si el rock es eso que hoy abochorna a los jóvenes, es posible que estés acercándote a ese momento en el que la primera línea ya la marcas tú . Antes parecía tan lejano. Por eso esté preparado para cuando hable y miren a otro lado, a cuando levanten un poco las cejas, ya me entiende. Lo malo es no darse cuenta a tiempo.



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