Les puede parecer sorprendente, pero la corrupción, a pesar de ser el mayor problema político de Pedro Sánchez, no es ni de lejos su principal problema electoral.
La corrupción, como el pan o la jarra de agua, forma parte del menú del día de nuestro país (y de los países de nuestro entorno cultural y religioso) desde la noche de los tiempos, de tal forma que su impacto electoral es relativamente limitado, especialmente en aquellos Estados también aquejados por el cáncer de la polarización, una enfermedad que convierte la política en una cancha de fútbol, a los políticos en estrellas del regate y a los ciudadanos en meros barrabravas a los solo les interesa que los suyos ganen y, sobre todo, que los otros pierdan.
Esto que les cuento no es nada nuevo, como tampoco lo es que si Sánchez logra resistir el chaparrón y llegar vivo a 2027, esos escasos puntos de intención de voto que ha perdido en los últimos sondeos publicados (con destino mayoritario a la abstención) no van a ser especialmente complicados de recuperar de la misma forma que el ultrasur reniega del equipo de su alma cuando pierde en los cuartos de final de la Liga de Campeones, pero será el primero en comprar el abono para la siguiente temporada.
No, el problema de Sánchez, si tiene el tiempo y el cuajo necesarios para recomponer la figura, no es la corrupción. Son las mujeres.
Desde la llegada de Felipe González al PSOE y hasta las pasadas elecciones de 2023, el verdadero granero de voto socialista han sido las mujeres, un nicho en el que incluso en los peores momentos para los socialistas, han logrado sacar la friolera de entre 6 y 10 puntos de ventaja a sus competidores de la derecha.
Y es precisamente a ese segmento que representa a más de la mitad de la población de nuestro país, que por cierto ya venía calentito por el ataque de estupidez queer que aún aqueja a buena parte de la izquierda de nuestro país, a quien más puede afectar el segundo componente de las revelaciones que estamos conociendo estos días por parte de los tres tenores del regüeldo: La insoportable y casposa objetivización de las mujeres que demostraban en sus conversaciones privadas, más propias de la brillante caricatura de Santiago Segura en su serie Torrente que de una persona que se tenga a sí misma por progresista. O simplemente por demócrata. O simplemente por persona.
Porque si como hemos dicho, el proceso de re-enamoramiento de los tiffosi del PSOE puede ser relativamente sencillo en un entorno de alta polarización y crecimiento de la extrema derecha de Vox en las encuestas (hoy obtendrían más de 50 diputados), con las mujeres va a ser otro cantar, ya que lo que han descubierto de unos cuantos dirigentes del partido que creían que era el suyo, el que las defendía, el que las representaba, se han comportado como se comportaban y hablaban los machistas más añejos de los años 60 del pasado siglo.
Y eso no lo van a olvidar con una simple petición de perdón.
