Home » No es país para padres, por Pablo de Lora

No es país para padres, por Pablo de Lora

by Marko Florentino
0 comments



«Papá, ¿me voy a morir?»

La sangre chorreaba por la pierna. El corte, justo por encima de la rodilla, era limpio y bien profundo (y mira que les habíamos advertido de que no corrieran por aquella zona de la playa, llena de lajas: «Cortan como cuchillas», fue el último aviso a gritos ya viéndolos partir con sus pertrechos). Con él a cuestas cubrí la distancia, su buen kilómetro, que mediaba hasta el puesto de la Cruz Roja en un tiempo más que aceptable. Cuando tocó pincharle la lidocaína para poder suturar la herida – fueron finalmente ocho puntos- le insistí en que me mirara fijamente. M. debía rondar los 6 años. Hoy su cara me pincha al besarme, ya siempre sin alharacas. Y no me importa.  

En la estremecedora Adolescencia (Netflix), Eddie Miller (representado por un colosal Stephen Graham) es un fontanero mamadísimo, como acostumbran a decir ahora los adolescentes, pero de escasas entendederas para las sutilezas protocolarias, las sofisticaciones procedimentales y las etiquetas semánticas que le zarandean como un huracán en esa comisaría a la que ha llegado abrumado. Todavía sin recuperarse de la entrada, registro y detención de su hijo Jamie (el igualmente colosal Owen Cooper) de 13 años – en un despliegue propio de una operación contraterrorista- Eddie tiene que decidir si ejerce como su appropriate adult, pues su hijo es sospechoso de haber asesinado a una compañera de clase la noche pasada. Intuye, sin comprenderlo del todo, que no hay que pensárselo ni una sola vez, que toca asumir el riesgo de mal protegerlo.

En esa calidad, solo él mira a su hijo cuando los policías escrutan su cuerpo desnudo en busca de posibles rastros, como si con su contemplación angustiada se lograra extender un manto que inmuniza a Jamie frente a esa vergonzante intromisión. También asiste, junto al abogado de oficio, al primer interrogatorio. Antes, a solas, le ha pedido a Jamie saber si lo hizo. No le es dado pensar que sí. Al fin y al cabo es su hijo y de algún modo inevitable – aunque irracional- le pesará como corresponsable.  

Jamie debe pensar lo que cualquier hijo – todos lo somos- ha podido pensar alguna vez: solo su padre (o su madre) podría encajar esa terrible verdad confesada. Pero solo su padre (o su madre) podría vivir con la mentira encubridora. En esta ocasión le tocó al padre y sólo él podrá llevar esa cruz, una cruz que creerá que no debe compartir ni con su madre.  

«Lo mío, lo de tantos padres y madres con respecto a sus hijos, no tiene mérito. No se piensa. Se hace y punto»

Hace algunos años, en uno de esos colegios de Madrid donde la celebración del 8-M discurre como el mes de María en la escuela franquista, una profesora pidió a sus alumnos que hicieran recuento de las muchas tareas que sus madres acometían. L., con su voz quebrada de preadolescente, exclamó: «En mi casa es mi padre el que lo hace todo». «Todo» era lo estadísticamente infrecuente y también lo «normal»: taladro y martillo, desatascar la cisterna, coger los bultos más pesados, conducir largas horas, montar a caballito, cargar en brazos para que el guaje se duerma o le pongan los puntos cuanto antes. 

En la brillante biografía de Julio Iglesias – El español que enamoró al mundo (Libros del Asteroide)- escrita por Ignacio Peyró se lee: «Es llamativo pensarlo: de niño, al doctor Iglesias –cosas de la época- ni se le hubiera pasado por la cabeza cambiarle los pañales, pero en la convalecencia, con una parálisis en el intestino, tenía que sacárselo todo con los dedos». «Todo». Se refiere, claro, a Papuchi, el frívolo, el amante crepuscular de infinito depósito de Viagra, el secuestrado y liberado; y a su hijo, el único que podía desearnos en el prime time televisivo de la Nochevieja de 1996: «Estar juntos, felicidad y un buen derecho administrativo». 

Yo, que no soy nadie, y que sí he cambiado unos cuantos pañales – cosas de mi época- no tengo que imaginar esa maniobra de Papuchi pues he visto con mis propios ojos con qué sutileza procedía a hacer lo mismo la médico -cosas de mi época- que atendía a mi padre en sus últimos días. Lo mío, lo de tantos padres y madres con respecto a sus hijos, no tiene mérito. No se piensa. Se hace y punto.

Esta semana, aprovechando el santo del padre putativo (menuda denominación técnica) de Jesucristo, celebramos un año más – cosas de El Corte Inglés, dicen- la figura de quien pronto denominaremos «progenitor masculino» (o quien sabe si «aportante de células sexuales de ágil movilidad» o algo similar). Creo que miles de familias españolas lo siguen haciendo, contra el viento y la marea de la persistencia del patriarcado, del hecho de que, como afirmara toda una ministra de Justicia, no vivimos en una democracia cuando la mitad de la población (ellos: los padres, hermanos, amigos, novios, maridos y parejas) vierten violencia sobre la otra mitad (ellas: madres, hermanas, amigas, novias, mujeres, parejas). 

«Las víctimas (madres, hermanas, amigas, novias) instan a tener un detalle con los padres, a pesar de la lucha contra el patriarcado»

Ellas, las víctimas (madres, hermanas, amigas, novias, mujeres, parejas) tienen, o instan a tener, un detalle con los padres, a pesar del reflejo institucional que sigue proyectando la lucha contra el patriarcado: la concepción de la violencia de género; la existencia de violencia vicaria, que sólo se da, ex lege y contra toda ciencia y sentido común, en una dirección, y los indultos siempre en esa misma dirección: a favor de las madres (todas) que luchan por salvar a sus hijos de sus maridos maltratadores (todos).  

Para contribuir a la esquizofrenia, esta misma semana se ha sumado a la fiesta la Sala Segunda del Tribunal Constitucional (excepción hecha de los magistrados Arnaldo y Tolosa) amparando a una madre que decidió unilateralmente irse a vivir con su hijo de tres años a una ciudad distante en 600 kilómetros del domicilio familiar. Lo hizo con el expediente de ser víctima de maltrato, aunque las juezas –cosas de esta época- que tuvieron que resolver sobre esa cuestión absolvieron al marido y no dejaron de constatar en sus resoluciones el uso espurio de las denuncias por parte de la madre. 

Para la magistrada Balaguer, ponente de la sentencia del alto tribunal, y para los magistrados que secundaron su argumentación y fallo (Montalbán, Sáez y Díez Bueso), ni la presunción de inocencia ni la inocencia misma de ellos (de ninguno) cuenta nada y basta con la fuente del derecho de Rozalén: el padre, todo padre, es un monstruo gris que está siempre en la cocina gritando y rompiéndolo todo. O dicho en su mismo lenguaje, forense, de madera, inefable e inasequible a cualesquiera hechos declarados probados: parte de «las dinámicas inherentes a la violencia machista». Esta pieza del «sistema» de las «dinámicas”» un ciudadano que se jugará la vida por salvarnos del fuego o la inundación de este marzo apocalíptico estuvo años sin poder estar con su hijo. La madre, la víctima por naturaleza, había renunciado a la custodia compartida cuando el Tribunal Constitucional dicta esa «sentencia» . 

Escribe Daniel Capó en un ensayo conmovedor (Florecer, Didaskalos, 2023): «Cuando contemplo a nuestros hijos alejarse lentamente, dirigiéndose con paso firme hacia su propio destino, me pregunto si habremos sabido dar ejemplo y ofrecer razones. ¿Guardarán memoria de la promesa que les ha sido confiada? ¿Les habremos dado motivos para la alegría? ¿Sabrán reconocer la luz que alumbra el mundo y elegir la vida, y no la muerte? ¿Se mostrarán dispuestos a asumir su responsabilidad, cuando llegue el momento de la tentación? ¿Sabrán levantarse al caer y perdonar cuando los ofendan? ¿Sabrán desligarse de las perversas ataduras del victimismo? ¿Y amar a pesar de las evidencias cotidianas del egoísmo?»

En el año 2023 residían en España más de medio millón de niños de 14 años. En ese año hubo 16 homicidas en España que tenían esa edad: el 0,0032%. Más o menos como las «denuncias falsas». 

En una última escena que desgarra como laja Eddie Miller entra en la habitación de Jamie y, aferrado al vestigio tranquilizador de su primera niñez, cree poder dar marcha atrás en un ejercicio de eso que filósofos del lenguaje llaman prolepsis comunicativa que no debo desvelar. 

«Papá: ¿me van a matar?»

Y yo, desde un mundo posible y como appropriate adult la miraré fijamente y la diré.

No hija, no. 





Source link

You may also like

Leave a Comment

NEWS CONEXION puts at your disposal the widest variety of global information with the main media and international information networks that publish all universal events: news, scientific, financial, technological, sports, academic, cultural, artistic, radio TV. In addition, civic citizen journalism, connections for social inclusion, international tourism, agriculture; and beyond what your imagination wants to know

RESIENT

FEATURED

                                                                                                                                                                        2024 Copyright All Right Reserved.  @markoflorentino